El teatro, como una feria. Lleno de luces de colores, de guirnaldas de bombillas y purpurina, que parece que estamos en Navidad. Pero no: es una troupe de circo, que va de pueblo en pueblo en sus carromatos, su caravana (que se parece a la caravana de cine que recorre también los parajes de esta Extremadura nuestra buscando historias y localizaciones) y un gran nombre: Senex. 

Ay, Senex. 

Senex es un senador romano, un poco calzonazos, que vive con Hero, que es su hijo, y con Domina. Domina parte el bacalao y de qué manera, oigan. Haciendo honor a su nombre.

Y es Sondheim: un Sondheim pasado por el tamiz de Daniel Anglès, que ha adaptado las canciones al castellano y ha incluido las tradicionales morcillas de actualidad que se usan en toda comedia que se precie, pero es Sondheim.

Permítanme. 

¿Se acuerdan del ‘I want to live in America’, que cantaba Rita Moreno en ‘West Side Story’? La música la compuso Leonard Bernstein, pero las letras eran de Sondheim. Como las de ‘Gipsy’, ‘Sweeney Todd’, ‘Company’ o ‘A little night music’, que nos legó ese ‘Send in the clowns’ que tan bien cantaron Glynis Johns, Judy Collins, Frank Sinatra o Judi Dench y que se usó en la película «Joker» para dejarnos el corazón encogido.

A ese señor le debemos algunas de las letras más hermosas que se hayan escrito jamás. 

No tuvo una infancia bonita, pero vio un musical, ‘Very Warm for May’ y se emocionó. Tenía nueve años (lleven a sus hijos al teatro: no sabemos si habrá otro Sondheim por ahí). Su padre lo abandonó, su madre lo maltrataba a la vez que se le insinuaba y, cuando ella murió, no fue a su funeral (no pasa nada por cortar relaciones con los padres si son abusivos -bueno, si pasa: sobrevives-: no son figuras insustituibles ni vas a acabar en un psiquiátrico: ojalá dejemos de romantizar a la familia, ahora que hemos dejado de romantizar el amor de pareja). 

Lo bueno fue que conoció a Jimmy. Y Jimmy era el hijo de Oscar Hammerstein II (sí, el compositor de ‘Sonrisas y lágrimas (The sound of music)’ y de ‘El rey y yo’) y Oscar se convirtió en un padre para él. Y le enseñó cómo construir un musical. 

Ahora, este señor que era «el hombre apuesto tras el piano» tiene poco más de 90 años y sigue siendo una institución. Se ha pasado la vida siendo una estrella, pero ha sido de esa clase de estrellas a las que llamaban los estudiantes de Secundaria porque habían montado una obra suya y acudía y se emocionaba. 

Esa capacidad de emocionarse ante lo que ha compuesto uno como si lo hubiera hecho otra persona. Solo disfrutando del momento.

Luego, tras algunas idas y venidas, llegó a Broadway, lo llamaron para ‘West Side Story’, compuso también la comedia ‘Gypsy’ y la primera vez que escribió la letra y la música de una composición entera fue con ‘A funny thing happened on the way to the forum’.

Aquí se llama ‘Golfus de Roma’ y, como hombre culto que es, se basó en tres farsas de Plauto. Ganó varios premios Tony, los premios más importantes del teatro en Estados Unidos, pero a él ni lo propusieron como candidato. 

Su siguiente espectáculo fue un fracaso porque así se construyen las carreras brillantes.

Pero el que nos interesa es ‘Golfus de Roma’, que es la gran apuesta de este Festival de Mérida, que se representa diez días y que cuenta con actores que también son músicos que también son bailarines que también son cantantes, aunque no se imaginan ustedes, como dice el coreógrafo Óscar Reyes, «lo que cuesta mover a un violinista».

«El teatro es muy poderoso: puede generar muchas sensaciones, emociones, preguntas y conflictos. Y puede generar también algo muy valioso: felicidad»: eso ha escrito Daniel Anglès, que habla de todo el proceso de creación con mucha calma: pensar en las letras de las canciones, en repetir las mismas repeticiones vocálicas que hace Sondheim en inglés, buscar la palabra precisa en español que no acabe con el sentido de la canción y contar con los arreglos de Sergi Cuenca y la dirección musical de Xavier Mestres, además de con un nutridísimo grupo de gente más que curtida en teatro musical. 

Y OriolO. 

OriolO es discípulo del enorme y mítico Tortell Poltrona y es uno de los clowns más renombrados del país. Cuando llegó a los ensayos, lo hizo con la furgoneta cargada de cachivaches: ‘Traigo mis cosas’, dijo. 

No hay nada como acudir al puesto de trabajo trayendo tus cosas. 

Porque aquí se canta y se baila y, sí, Carlos Latre es la estrella indiscutible en su papel de Pséudolus (Pséudolo), el esclavo más famoso del mundo grecolatino (junto a, ejem, Sosias), al que le ha dado un punto canalla. Asume, cómo no, muchos discursos porque ha de transformarse en muchas personas diferentes: y eso es algo que Latre hace a la perfección. Tanto, que a veces no sabemos quién es la persona real y, oh, alegría, esa es la magia del teatro. 

«¿Te estás divirtiendo?» le preguntaba Stephen Sondheim a Donna Murphy: «Porque debes. Has de encontrar la alegría en esto, porque no siempre se halla». 

Pero también dijo: «Ya que no puedo volar, déjame cantar».

Cantemos.

Lo más alto que podamos.