Festival de Teatro Clásico de Mérida

`Las Nubes', una versión descafeinada del humor crítico de Aristófanes

Las Nubes, en Mérida

Las Nubes, en Mérida / EFE

José Manuel Villafaina

José Manuel Villafaina

Las Nubes» de Aristófanes ha sido el sexto espectáculo teatral del 69 Festival representado en el Teatro Romano. Una producción de la compañía Hipebólicas Producciones en colaboración con el Festival, versionada y dirigida por el exTricicle Paco Mir, sobre la primera «comedia de ideas» conocida del autor griego, en la que se satirizan con agudeza las tendencias intelectuales de la Atenas clásica. En el espectáculo representado, aunque atractivo, entretenido y gracioso en ocasiones, la versión que se anunciaba como “gamberrada” cómica que aseguraba las carcajadas ha defraudado bastante las expectativas. Su humor ha perdido aquí gran parte de la mordacidad original. La versión ha resultado descafeinada.

El texto original de «Las Nubes» (423 a.C.) esencialmente es una dura crítica contra cierto abuso de los hijos y contra quienes a través de la palabrería pretenden modelar la sociedad. Como resumen, la trama cuenta las tribulaciones de Strepsiades, un anciano ateniense malamente endeudado, que inscribe a su holgazán hijo Pheidippi des en la escuela de filosofía de Sócrates con la esperanza de que adquiera las habilidades retóricas necesarias para burlar a sus acreedores en la corte. Pero, todo lo que el hijo aprende es una falta de respeto cínica por las costumbres sociales y el desprecio por la autoridad, lo que lleva al padre a quemar la escuela con disgusto.

En esta comedia, Aristófanes utiliza el ingenio y el sarcasmo para arremeter contra los ideales filosóficos de los sofistas de su época, tratando de mostrar cómo el aprendizaje superficial puede llevar a la subversión de valores tradicionales. Además, la obra refleja la crítica a la búsqueda del conocimiento sin una base sólida, lo que puede conducir a la irresponsabilidad y a la negación de las normas sociales establecidas. En última instancia, la trama destaca las consecuencias cómicas y desastrosas de tomar el camino de la ignorancia y el desprecio por la autoridad en lugar de una educación más equilibrada y reflexiva.

La versión de Paco Mir mantiene el espíritu del autor griego que se centra en el atormentado Estrepsíades y la preocupación por su hijo díscolo. Pero con excesivos cambios contemporáneos (como recortes de tiempo, referencias al lenguaje inclusivo, toques de más feminidad, muchos ajustes en la trama y de nombres de los personajes, gags y bromas nuevos, interacción con el público, un poco de musical y de crítica a la clase política actual, etc.). Además, incorpora una historia paralela local -bajo la forma de metateatro plauteriano- situada en los días previos a la inauguración del Teatro Romano de Mérida (algo que nos recuerda a “Golfus de Emérita Augusta”, montada por el Centro Dramático de Badajoz en 1983), que aborda temas actuales como las especulaciones inmobiliarias y desvaríos financieros en España.

Aquí se da a través del personaje de un constructor del teatro que intenta persuadir a su empresaria para que acepte presentar una obra griega, permitiendo ciertos guiños sobre la profesión teatral. Indudablemente, el contenido original se aventura por diversos temas y hacia múltiples reflexiones, que enredan la obra dejándola a medio camino de lo pretendido. La crítica plasmada, dando a entender que las cosas siguen igual después de muchos siglos, resulta bastante ligera, Y, por otra parte, el humor logrado en ciertas ocasiones es simplón (al principio y al final de la versión, sobre todo), recorriendo caminos ya muy manidos.

La puesta en escena del director catalán, sin embargo, es atractiva y dinámica. Se decanta, acertadamente, por el tratamiento grotesco y caricaturesco de los personajes, pretendiendo ahondar en la comicidad y el espíritu crítico de la historia -cargada de ese sinfín de referencias a nuestra actualidad-, aunque sólo lo haya conseguido a medias. Destaca el trabajo que ensambla los diferentes componentes artísticos: la ambientación escenográfica mudable sobre dos paneles bien decorados (de Juan Sanz), la música que incorpora una versión de “La bella Helena” (de Juan F. Padilla) , el vestuario clásico imaginativo (de Mai Canto), y la luminotecnia con el énfasis del impacto visual adaptado singularmente a los espacios utilizados (de Fran Cordero). En la dirección de actores marca un ritmo vivo casi desde la primera escena. Lástima que decaiga en la última, cuando el conflicto se resuelve de una forma un tanto ingenua con una canción trivial (el “chimpún” final).

Las interpretaciones son sin duda lo más apreciable de “Las Nubes”. El vital elenco, con gran solvencia artística, compone bien sus tipos y llena de organicidad los roles caricaturescos dispuestos para las situaciones hilarantes. Sobresalió el veterano Pepe Viyuela (como Estrepsiades, el padre sinvergüenza arruinado), pleno de recursos de exhibición histriónica. Se lució regalándonos en uno de esos momentos estelares la declamación sorprendente y jocosa de un texto con palabras que llevan la “ch”, recibiendo del público un sonoro y sincero aplauso. Y destacó también, el televisivo Mariano Peña (como sibilino programador del Teatro Romano), demostrando en su orgánico papel sus capacidades artísticas de juego interactivo con el público.

A estos dos protagonistas acompañó un grupo de seis actores de reparto cumpliendo satisfactoriamente su trabajo artístico: Cristina Almazán (la suspicaz empresaria del teatro), Manuel Monteagudo (el filósofo verborreico), Samuel Villuela ( Hipocomiso, el hijo holgazán del sinvergüenza arruinado), Moncho Sanchez-Diezma (desdoblándose en Calatraviun, Querefonte y Pomponio), Paqui Montoya (en Nube, Argumenta Peor y una Acreedora) y Amparo Marín (en otra Nube, Argumenta Mejor y otra Acreedora). Y otros cuatro que formaban un simpático coro: Mario Boraita, Ale Martos, Ruben Fernández y Rafa Herrera.

Lleno de público el Teatro Romano la noche del estreno. El espectáculo fue aplaudido -mayoritariamente- durante 5,2 minutos, según el aplausómetro de mi colaborador Eloy López.