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Crisis de vocaciones La opinión de un aspirante y del rector de un seminario.

Raúl Hernández FUTURO SACERDOTE: "Cuando era pequeño, jugaba a decir misa"

"Ni yo mismo me lo explico". Raúl Hernández tiene 24 años, es de Guijo de Galisteo y hoy será ordenado como diácono, paso previo para convertirse en sacerdote. Admite ser un "caso raro" (es el único seminarista ordenado en la Diócesis de Coria-Cáceres, como viene ocurriendo en la provincia eclesiástica extremeña en los últimos años), pero asegura que siempre ha querido ser cura. "Y tamborilero", puntualiza, explicando que lo segundo ya lo ha conseguido y de lo primero estará más cerca a partir de hoy, cuando está prevista su ordenación en la Capilla del Seminario Mayor de Cáceres.

Con ilusión y algo de nerviosismo encara el evento Raúl: "no sé cómo explicarlo, es como cuando uno se casa, supongo". Aunque siempre destacan que es muy distinto, como este joven cacereño, son muchos los sacerdotes que recurren a la metáfora del matrimonio al hablar del sacerdocio. "Puede ser porque es un compromiso muy importante, algo para toda la vida", dice.

Esa vida al completo es la que lleva ya Raúl decidido a servir a la Iglesia. Cuando se le pregunta por cuándo tomó esa decisión, no sabe situar el momento exacto, ya que recuerda haber querido ser sacerdote "desde siempre, desde que era pequeñito, incluso jugaba a cantar misa". Aunque no proviene de una familia especialmente religiosa, ni ingresó en el seminario hasta que comenzaron sus estudios superiores (el bachillerato), su entorno no se sorprendió cuando anunció que se había decidido a cumplir su vocación: "mi familia y mis amigos lo vieron como algo normal, porque sabían que era algo que siempre me había atraído, así que lo consideraron algo lógico e incluso pensaron que mucho había tardado en irme".

No obstante, reconoce que siempre hay momentos de dudas y asegura que muchos compañeros le han advertido que los va a tener siempre. "Como una pareja, supongo", dice recuperando el símil. Pero tiene claro el antídoto: "la oración, la eucaristía, que te da fuerzas para salir adelante" y continuar respondiendo a esa llamada de Jesús que sintió algún día. Eso supone renunciar a algunas cosas, reconoce, la más llamativa quizá la de tener una familia, pero está convencido de que merece la pena para cumplir su sueño: "ser cura de pueblo".

Una opción, admite, que no concuerda mucho con las prioridades de la sociedad actual, a las que achaca la crisis de vocaciones que atraviesa la Iglesia. "Falta enamoramiento de Jesucristo, porque hay un gran desconocimiento religioso y el ambiente que nos rodea nos inculca ir en contra de Dios". No obstante, se muestra esperanzado del futuro de la Iglesia --"llevamos un gran capitán y tenemos más de dos mil años de existencia"-- y el suyo propio: "soy muy feliz, voy a cumplir el sueño de mi infancia".

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