La cultura que nos viene

Los gemelos golpean dos veces

Una escena de 'La comedia de los errores', que se puede ver en el Festival de Mérida hasta este domingo.

Una escena de 'La comedia de los errores', que se puede ver en el Festival de Mérida hasta este domingo. / EFE / JERO MORALES

No sé quién dijo que todo niño debería crecer sin la idea de que es una cosa horrible cometer un error. Y todo adulto también, añado. Salvo que mates elefantes, que eso es premeditado: hablamos de equivocarse, algo que hacemos desde que nacemos: de algunos de estos errores seguimos acordándonos veinte años después y tampoco haría falta.

Si esto no fuera un artículo sobre el Festival de Mérida, hablaría de Luis Sáez. Qué coño: voy a hablar de Luis Sáez igual. Yo quiero mucho a Luis Sáez. Es un señor inteligente, inteligentísimo, con muy buen gusto en todo lo que hace, humilde, alegre, sin dobleces y honesto que ha hecho una labor excelsa al frente de la Editora Regional de Extremadura. Podría decir mucho más, pero los cambios de gobierno me agotan. Me hacen constatar cuán poco importante es la cultura para los diferentes gobiernos. Sí, para todos. Y la cultura cohesiona las sociedades, construye territorios y desclasa. Qué quieren que les diga.

Comedia. Comedy tonight, como diría Sondheim. Comenzamos con tragedia tremenda (una condena a muerte y un naufragio) y seguimos con enredos y más enredos.

«¿Qué es la verdad», se preguntan: «¿Cuál es el origen de todo eso que acordamos llamar ‘lo verdadero’? ¿Dónde descansan los cimientos de las respuestas correctas? Querido público: ¿no es acaso el error la respuesta a todas esas preguntas? ¿Qué sería de la verdad y de lo correcto si no fuese por el error? ¿Acaso existirían? La verdad y lo correcto le deben su existencia a lo falso y al error, pues no tendría sentido enunciarlas como tales sin no fuese por ellos. Lo auténtico y lo correcto son siempre tan planos, tan aburridos: ¿no les parece? En cambio, el error tiene sus vericuetos, sus leyendas y sus sombras. El error son los accidentes, las mutaciones que nos permiten acceder a lo veraz. ¿Acaso no estamos aquí por un error de la naturaleza, si hacemos caso del viejo Charles Darwin? ¿Y qué me dicen de Colón? ¿Acaso no fue un error de cálculo lo que le permitió llegar al nuevo mundo? ¿Sabían que Fleming descubrió la penicilina por accidente? El error son oportunidades. Principalmente, la de aprender».

Así comienza la obra, que dice que el error es posibilidad de risa y que toda verdad que se precie debe estar dispuesta a dejar de serlo, como bien demuestra la ciencia.

El error es mucho más interesante.

Si no estás cometiendo errores, no estás intentando nada, decía Wynton Marsalis. Y es que, al final, dirigir, lo hablaba con Andrés Lima, es ir equivocándose. Probando. Esto funciona. Esto no funciona. Esto lo cogemos. Esto no, aunque llevemos dos meses dándole vueltas. Reflexionaremos sobre el error y la verdad y qué es la verdad, la tuya guárdatela, citamos a Machado (Antonio). Y también veremos a unos gemelos buscándose los unos a los otros (bueno, uno buscando al otro, más bien) con dos esclavos (uno para cada uno) que también son gemelos y que el padre de los dos Antífolos (no me pregunten cuál es de Éfeso y cuál de Siracusa, que yo ya estoy enredada y dentro) compró también porque, bueno, le parecería divertido.

Andrés Lima y Albert Boronat, que llevan trabajando juntos mucho tiempo y que han adaptado la obra, han buscado «una fiesta» con todos los dobles sentidos de Shakespeare y toda su comicidad. Es una obra para ser representada más que para ser leída, aunque siempre merezca la pena leer a Shakespeare. Y, además, está Adriana, que es un personaje que me encanta (me gustan muchos de los personajes femeninos de Shakespeare, porque, como dice Denis Rafter, son siempre mejores que ellos).

Rubén de Eguía, en 'En mitad de tanto fuego', monólogo que presenta el viernes en el teatro María Luisa.

Rubén de Eguía, en 'En mitad de tanto fuego', monólogo que presenta el viernes en el teatro María Luisa. / FESTIVAL DE MÉRIDA

A Adriana la interpreta Avelino Piedad, que es un hombre (»bueno, hago lo que puedo», me dice y nos reímos: hablamos de encajar en los cánones que marcan qué es ser hombre y qué es ser mujer y del mucho tiempo y esfuerzo que hemos perdido). Los otros actores (Pepón Nieto, Antonio Pagudo, Rulo Pardo, Fernando Soto y Esteban Garrido interpretan todos los personajes de la obra, como se hacía durante la época de Shakespeare (más o menos, que hace siglos hubieran tenido menos barba y casi no les habría cambiado la voz). Esto no es nuevo: el teatro va de ser quienes no somos: hombres, mujeres o todo lo contrario.

Ah. Y no se pierdan ‘En mitad de tanto fuego’ (el viernes, a las 20 horas en el teatro María Luisa), que todo el mundo me ha dicho que es un monólogo bellísimo y ha de serlo, porque lo ha escrito Alberto Conejero, que escribe con lenguaje sazonado, como se escribe en las tragedias, y que sabe ser Homero y sabe ser Lorca y sabe darle voz a Patroclo, porque es Patroclo el que está en mitad de tanto fuego, el fuego del amor por Aquiles, el fuego de las armas por la guerra de Troya, el de ponerse la armadura de su amor y que lo maten y que su amor sacrifique animales y a doce hombres jóvenes por el dolor de su partida. «Rubén de Eguía roza el Olimpo», han dicho las críticas, unánimes. Los amigos que la han visto también han sido unánimes. Y miren, me fío más de mis amigos que de los críticos, así que ojalá se fíen de ellos también. Y que nos abracemos. 

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