cursó estudios de teatro, jugó al rugbi y practica varias artes marciales (boxeo, kung-fu...)

El guardián argentino de las noches de Mérida

Daniel Galván dejó su país y aterrizó en la ciudad, donde trabaja como portero de discoteca

El argentino posa en MalaMadre The Club.

El argentino posa en MalaMadre The Club. / ALBERTO MANZANO

Daniel Galván lleva trabajando de portero de discoteca desde hace años en distintos locales de Mérida y actualmente es el guardián de uno de los pubs más famosos de la ciudad, MalaMadre The Club. Este argentino que cursó estudios de Teatro, aterrizó en la capital extremeña por azares del destino y no llegó a ser portero por vocación, simplemente es una forma que encontró de ganarse la vida. Su físico portentoso le ayudó, ya que él es un gran aficionado a la práctiva deportiva (rugbi, boxeo, kung-fu...). Sin embargo, la mayor cualidad que ha de tener un portero es la de mantener un equilibrio psicológico importante, dadas las situaciones, muchas veces desagradables, que han de atender y controlar en el ocio nocturno.

Dani conoce a la mayoría de clientes y ellos lo agradecen. «Ser portero es un oficio como cualquier otro, pero hay que saber hacer de psicólogo. Es un trabajo de noche y la noche está cargada de alcohol y otro tipo de sustancias. Antes nos veían más como abusones; la gente cree que nos dicen algo y que nosotros directamente los vamos a agredir. Eso no va conmigo. En mi caso, y diría que en el de la mayoría de mis compañeros, es todo lo contrario», comenta a este diario.

Todos hemos presenciado, alguna vez, escenas poco deseadas tanto en las puertas como dentro de una discoteca. Galván lo achaca mayoritariamente a los excesos, aunque también a la falta de educación. Una carencia que, como bien señala el guardián de MalaMadre The Club, no está relacionada con la clase social ni con el nivel de estudios o profesión de alguien. De hecho, uno de los primeros trabajos de portero que ejerció este argentino de 43 años fue en la discoteca Ízaro.

La parte más compleja del portero es la inmensa contención a la que han de someterse ante quienes no aceptan que se les dé un no por respuesta. «He recibido insultos, por parte de algún cliente o incluso de un grupo de personas, por no dejarles acceder por no cumplir las normas, por estar el aforo completo o por invitarles a abandonar el local por estar liándola», afirma Galván, para quien esto forma parte de las cosas del directo de su oficio. «La peor experiencia que he tenido fue una vez que tuve que quitarle una navaja a un chaval, pero por lo general Mérida es un lugar tranquilo», asegura con una sonrisa el guardián de la noche emeritense.

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