En mi atalaya

Con gozo emeritense

A mí me llena de orgullo ver, con satisfacción, como Olalla atiende nuestras súplicas 

Exterior de la Basílica de Santa Eulalia de Mérida.

Exterior de la Basílica de Santa Eulalia de Mérida. / El Periódico

Rafael Angulo

Rafael Angulo

Si el éxito de una convocatoria se midiera solamente por la asistencia de la gente, el Trecenario de la Mártir Bendita Santa Eulalia batirá récords porque, masivamente, los emeritenses llenan la Basílica diariamente en tres ocasiones (09.30 horas; al mediodía y a las 20.30 de la tarde) y muchos más lo ven desde Televisiónextremeña, la televisión más Augusta de cuantas hay sobre la faz de la tierra (ARO, a ti te lo digo, Fran Morillo se merece, de largo, ser Hijo Predilecto de Mérida…y tú lo sabes).

A mí me llena de orgullo ver, con gozo emeritense, como Olalla atiende nuestras súplicas y como se mantiene la fe, tradición e historia de Mérida desde el pueblo llano y sencillo. Pero, ay, respetando la libertad de cada uno y su conciencia para demostrar ese cariño, a veces me sonrojo ante algunos comportamientos, insisto: respetables, pero peculiares (voy a dejarlo así). Y eso que Pelín me recomienda que no me meta con los que van a Misa, que bastante hacen. Pero, ya que vas, hazlo bien, porque da la casualidad que en primera fila se ponen quienes enhiestos siguen la Misa de pie. Y a quienes nos arrodillamos, por lo menos en la consagración, lo único que vemos es su trasero en ocasiones abundante y veterano (y no del toro precisamente, más bien de la vaca). Habría que poner un cartel indicando "Primera filas para los arrodillados” sin que esa consideración signifique desdoro para la liturgia, más bien al contrario.

Después ves colas de personas comulgando (allá ellos en su conciencia) pero pocos confesando y eso que la garita (confesionario) siempre está libre para el perdón. Tengo un amigo que me dice que él se confiesa directamente con Dios, vale, mis respetos, pero “Quien a sí mismo se capa buenos cojones se deja”. Él sabrá lo que hace, porque el buen Dios lo sabe seguro y tan seguro que lo perdona.

Es una cuestión que no acabo, lo confieso, de resolver: cómo conjugar el respeto a la libertad de las personas, lo que piensan, hacen, opinan, con la fidelidad a mis creencias, a mi Fe (con mayúsculas). Porque usted y yo, amable lectora (ya sabes por quién va esto) debemos transigir, tolerar, comprender, sin ser enemigos de nadie; comprender a quienes no nos comprenden incluso, lo que siempre hemos llamado caridad, pero en un mundo cada vez menos cristiano si consentimos una visión flojita, poco exigente, de nuestra fe para congraciarnos con quienes nos critican, estamos haciendo un pan como unas tortas (las que quieren darnos).

Comprensión y diálogo, sí, saber perdonar sin distinción de ideologías, condiciones sociales, también, pero, por favor, para hacer el tonto, el mansurrón, eso fuera de la Basílica, lejos del Hornito, porque allí campea una que no se arredró ante los poderosos y “en la arena luchando valiente, esmaltó con su sangre inocente de pureza el virgíneo cendal” por eso “hoy ostenta vibrante la palma que el cielo su triunfo pregona, mientras Cristo su frente corona con la gloria del lauro inmortal”.