La feria estaba el martes calentita. Con las temperaturas del verano adelantadas, miles de niños llevaban a sus padres a rastras de un cacharrito a otro como si no hubiera un mañana. Las atracciones echaban humo, los churros se vendían como churros, los hornos de las patatas asadas funcionaban a todo gas y El Maño caldeaba más el ambiente repartiendo serpientes gigantes (la moda de este año) a diestra y siniestra. Era la hora punta del Día del Niño y la jornada inaugural de San Fernando. Eso lo dice todo. La feria bullía cual olla a presión y... ¡pum! El primer cohete disparó al público hacia la gran zona de aparcamiento entre el ferial y la N-630. En Cáceres, los fuegos artificiales son una tradición. Se ven de pie, comiendo las porras del Pernía o las patatas con pincho.

La feria ardía (metafóricamente) con miles de personas entre las atracciones, las casetas y los cohetes, pero tampoco cabía presagiar un dracarys en toda regla (para los profanos en ‘Juego de tronos’, dracarys es la orden de Kalesi para que los dragones prendan fuego a todo lo que se mueve). Pero así ocurrió. Cumplidos los tres avisos de rigor con tres petardazos del quince, comenzó la lluvia de tracas, truenos, estallidos, silbidos, ascensiones, destellos, bombazos, castillos multicolores... y por fin las grandes palmeras naranjas que dejaban caer sus largas ramas desde el cielo.

El problema es que algunas llegaban encendidas hasta el suelo a modo de pavesas. Fueron cayendo en la zona sin desbrozar situadas entre el aparcamiento y la N-630. «¡Mamá mira, hay un incendio!», alertó un niño. Pero en ese momento ya había otro foco, y otro... La fuerza del viento expandió rápido los fuegos, demasiado rápido. En pocos minutos se divisaba un frente de unos 300 metros desde la línea de aparcamientos. Altas llamas se levantaron frente al público, más expectante aún, que dejó de mirar los cohetes para recoger con sus móviles lo más sustancioso de la noche de ferias. Y el fuego seguía avanzando.

A muchos, la situación dejó de entretenerles y comenzó a inquietarles. Había cientos de coches alineados en el aparcamiento. Es cierto que los estacionamientos estaban desbrozados. La lógica dictaba que no tenía que haber peligro, pero el fuego no gusta.

La ligera demora de los bomberos (varios minutos) echó leña a la situación. Se aproximaron al incendio por la carretera que recorre el ferial y se las apañaron para atravesar con el camión los mojones de hormigón que delimitan el aparcamiento (y que le han costado el tobillo a más de un ciudadano). Luego tuvieron un problema por la dificultad de giro en una curva debido a la proximidad de los coches estacionados. Finalmente llegaron y comenzaron a sofocar las llamas. A esas alturas, el ferial se había convertido en un embotellamiento masivo.

Y ello porque, acabados los fuegos artificiales e iniciado el fuego real, muchas familias con niños y con cole al día siguiente trataban de salir del recinto. La policía cortó la N-630 por la proximidad de las llamas, y el camino que sale directamente a esta vía era impracticable por el incendio.

Así las cosas, se produjo un atasco mayor que el de otras aperturas de la feria. Unos optaron por escapar por los caminos de Nuevo Cáceres y Charca Musia. Otros se fueron hasta Valdesalor para volver por la Autovía de la Plata. Muchos lograron salir por la primera rotonda del ferial. Mientras tanto, las fotografías y vídeos de los fuegos, cuanto menos llamativos por estar a pocos metros de la mayor multitud que se congrega anualmente en Cáceres, ya echaban chispas por las redes.