Leo en la prensa local que mis amigos de la universidad popular, por más que se esfuerzan en impulsar el Carnaval Medieval, y aún perseverando en el tiempo, ¡que no hay manera!. Que la gente, y de paisano, tan sólo se acerca a la parte antigua a ver el espectáculo. ¡Que no se moja! ¡Que no llueve!

Créanme que valoro los repetidos intentos de la UP. Pero no puedo olvidar cuándo y cómo comenzaron. Tampoco debe olvidarse que el Carnaval nace del pueblo, de la gente. No hace falta recordar bajo qué ideología y consiguiente dictadura fueron suprimidos en España. ¿En toda?. No, en toda no. Parece que la inquisición del palio no lo logró en algunos sitios. Ahí están Badajoz, Montánchez... La inquisición llegó, ¡vaya si llegó! Pero en esos sitios el Carnaval se mantuvo vivo o, digamos, moribundo.

Sí conviene recordar cómo y cuándo volvió el Carnaval a Cáceres, con la UP intentando apoyarlo, por supuesto. Pónganse en cuando ocupaba la Concejalía de Juventud Angela Jiménez Rumbo. ¡Cuántas zancadillas!. ¿Lo recuerdan?. Con todo, la UP estaba allí. El pueblo también. Aquello pareció animarse. Era el renacer del Carnaval de una ciudad donde sí se había suprimido.

Conviene recordar que, por entonces, cundía ya el ejemplo del recién estrenado Carnaval de Malpartida de Cáceres. Pero llegaron los de arriba y poco a poco se lo fueron cargando. Ahora, por lo que parece, lo de Cáceres no tiene remedio. ¿En Malpartida?. Sí, en Malpar, y lo empezamos la gente. El ayuntamiento, que contaba con aquellos entrañables policías municipales --¿eran dos o cuatro?--, que se mezclaban con nosotros, ni se lo apropió ni fue en contra. La gente de Malpar lo ha hecho suyo. El ayuntamiento supongo que lo apoya y cuando menos lo respeta.

¿En Cáceres?. El ayuntamiento de entonces, viendo que el personal se iba a Malpar, montó su chiringuito: mucha carpa, orquestas u orquestinas, barras de mala muerte que bajo la carpa consistorial hacían desleal competencia a los bares de la plaza. Y el ayuntamiento de después, el de ahora, remató la faena. Ahora, cada cual tiene lo que merece, lo suyo.

¿Las comparsas?. Ganas había, que venían hasta de Valdesalor. Y ¿los bares de la plaza? Algunos sembraron el litro, luego vino el botellón y ahora ¡nada!.

También leo que pronto, muy pronto, el matadero será demolido y habrá allí un centro de ocio. ¡Qué pena! Cuando vengan los turistas o los estudiantes de USA ¿lo encontrarán tan diferente de lo suyo?. Y ¡qué casualidad! --no creo en las casualidades--, precisamente en el matadero.

Créanme, la inexistencia del Carnaval no me importa demasiado. Sí me importa sin embargo lo que subyace en todo esto, lo que indica de nuestra sociedad. Me da pena. Si esta sociedad no lo quiere pues que no lo tenga. ¿O sí lo quiere? Y me da más pena aún que esta sociedad de Cáceres, en el colmo de los colmos --¿insulsa, inmóvil, incapaz, sin conciencia?-- permanezca ignorante o impasible ante otras cosas que van a desaparecer de esta ciudad, como son las huertas de la Ribera del Marco: la comida, las ricas verduras que aún se cultivan, algunas autóctonas e irrepetibles, lo que queda de la estructura de ese regadío, lo que hay debajo, la dignidad de las personas que allí trabajaron y trabajan, y con ella la nuestra.

Y en beneficio ¿de qué carnaval? El dinero de cuatro. Que me perdonen si a alguien he molestado. Pero ya ven, yo me eduqué con cosas como las coplas del payador perseguido. En ellas Atahualpa decía: Cantor que cante a los pobres ni muerto se ha de callar pues ande vaya a parar el canto de ese cristiano no ha de faltar el paisano que lo haga resucitar. Nadie podrá señalarme que canto por amargao. Si he pasao las que he pasao quiero servir de advertencia. El rodar no será ciencia pero tampoco es pecao. En fin.