Vine a Cáceres sin papeles. El amor que me trajo no tuve que alegarlo ante la autoridad. Por entonces aún no habían vuelto los emigrantes.

Cánovas todavía era El Parque, de arriba y de abajo. Los maduros de entonces quizás no soñaban con esta vejez de ahora, algo mejor, y con que El Parque les iba a dar su cobijo soleado no sólo a ellos sino a toda una suerte --se la deseo buena-- de inmigrantes. La trastienda de la librería de Cerezo padre aún daba su juego clandestino, así como las personas que vivieron en ellas a ratos, jugándosela: veteranos como Ramón, Narbón y otros.

Lo mismo ocurría con la Ribera del Marco y sus hortelanos, que eran muchos. La Ribera y sus huertas funcionaban, los burros todavía andaban por aquí en vez de irse a Los Barruecos a sobrevivir con Satu.

Las cigüeñas hacían vida normal. Llegaban, se iban y no eran una plaga. Rafael Alberti, recién llegado del exilio, vino a saludar de la mano de jóvenes que, desconociendo el botellón, hablábamos de lo leído y de lo humano, y el póster del evento pasó a nuestras paredes como antes el de Ché y el Guernica, lejos de imaginar que la Cruz de una parte de los Caídos sobreviviría al ojo que pintó Picasso, al que ahora han recurrido para vestirla en anuncio de la feria de arte Foro Sur. Cuando vine a Cáceres, con la guitarra y el piano bajo el brazo --luego en furgoneta--, la música como profesión y el jazz como lenguaje, no sabíamos nada de Capitalidades culturales .

Otros que también se han mojado, como Andrés El Lechero, La Javiera, Suso, luego Bola, por más que entendían tampoco sabían nada de eso. Ni siquiera soñaron con este Gobierno y Parlamento democráticos que aprueban la Ley de matrimonio entre homosexuales. Tan sólo lucharon por ello. La hostelería era tan escueta como auténtica. En lo de comer estaban los clásicos del revuelto de trigueros, la prueba o el solomillo, el número 4 de Manolo y sus hermanos y las criadillas de toro, Eustaquio a parte. Aquel olor a sardinas asadas entre copas y en una cueva --garito ya olvidado-- sea quizás el responsable de que hoy salgas oliendo a grasa de tantos baretos del tres al cuarto y nadie se extrañe.

En lo de escuchar música estaban los Pepe, Luis y Lulo, que daban una talla internacional y de categoría hoy inimaginable tomando una copa, a pesar de tanto como hay; todos ellos en la misma radio-boite-discoteca mientras otro empezó lo de los pub poniéndole cola postiza a un piano vertical que Vicente, con su sonrisa, se encargó de abrirme tantas veces como aparecí. El loable intento de Ricardo en el pub Bocoy casi cambia mi destino. Pero no, me fui a Barcelona.

Los espectadores y organizadores de aquellas sesiones folclóricas de educación y descanso --franquistas-- nunca pensaron que algún día --otra vez Higuero y Naranjo-- lo llamarían woman y atraería a tantas almas, muchas sin bautizar --pensarán--.

Las escaleras de El Andrés de la plaza Mayor no soñaban con elegantes terrazas, hoy todavía inexistentes en lo que a elegante se refiere --excepción de la de Manou-- y mucho menos con que las huertas, las pesqueras, los molinos y demás infraestructuras de La Ribera que dio nombre a nuestro Niño del flamenco fueran a morir en manos de los especuladores, cuyo socio tiene más escaleras que nadie.

Las escuelas taller de las UP estaban a punto de nacer. Por eso no podían soñar con que a la restauración del barrio judío --por ejemplo-- le podía seguir la de la Ribera del Marco, empezando por tirar el Puente de San Francisco para tapar la calle y que no pase nadie --en coche--, siguiendo por reparar pesqueras, molinos y demás, que siempre es mejor parque temático que "chaleles o endosados", como oigo decir. Y ya puestos, darle cancha a la arqueología, que para eso está. Pensar entonces en la muerte de una parte de la reciente civilización cacereña, la que dio de comer, era imposible para todos menos uno: el especulador. Pensar hoy que eso conllevará la destrucción de importantes restos de la Roma que nos parió es posible. ¿Será posible que sigan adelante? ¿Les preocupa la suciedad y orines de tres días de fiesta cultural y no les importa arramplar con nuestros tesoros para arrojarlos a la basura? ¿Es que nadie va a hacer nada? Me remito al título, Cáceres. No hay nada peor que la ignorancia. Y sin embargo te quiero.