—¿Por qué están proliferando tanto las plantaciones de olivar de regadío en Extremadura?

SEmDSe debe principalmente a que los agricultores y, sobre todo, los fondos de inversión, están buscando obtener mayor rentabilidad de las producciones alimentarias. En Portugal, ya desde principios de este siglo, grandes grupos tanto oleícolas como provenientes del sector de la construcción han estado comprando grandes extensiones de tierra y apostando por el olivar. Eso le ha dado un empuje muy importante a nivel profesional y técnico al olivar portugués y le ha convertido ahora mismo en el más competitivo a nivel mundial. Luego, ante las limitaciones de disponer de grandes superficies de tierra en el país vecino, viendo que aquí en Extremadura se podía invertir y gracias a la gran cantidad de agua de la que disponemos, grupos como Elaia han ido haciéndose de extensas fincas con las que han obtenido rentabilidades bastante importantes. Eso ha sido posible también gracias a que hemos vivido una época en la cual los precios del aceite han estado por encima de la media de los últimos quince años. Y la rentabilidad de estas grandes explotaciones es mayor porque optimizan la mano de obra, mejoran los rendimientos y reducen la vecería. Estamos hablando de que han podido estar ganando limpio alrededor del cien por cien del coste del aceite. El año pasado estaba cotizando a entre 3,5 euros y 4 euros por kilo, con un rango de calidad normal, mientras que los costes de producción de estas grandes fincas superintensivas pueden estar en un euro y medio. Y eso ha atraído a muchas inversiones. A esta situación se ha unido que en otras producciones agrícolas de regadío habituales en Extremadura, como el maíz, la rentabilidad ha sido menor, por lo que estos agricultores se han decidido por este nuevo cultivo. Nuevo, entre comillas, porque ya era ‘tradicional’ en otras zonas. Era aquí, en Extremadura donde lo normal era reservarlo solo para donde no se pudiese colocar ni cereal, ni maíz ni arroz. Ahora, en cambio, se está haciendo una apuesta muy importante que habrá que ver en el futuro cómo va.

—¿Cuáles son las zonas de la región donde más se está plantando?

—Es en las zonas regables, como las Vegas Altas, en las que más está creciendo. En toda la franja que va paralela al río es donde se está viendo el mayor ‘boom’ de nuevas plantaciones. No obstante, hay otros lugares en los que está creciendo, aunque menos, como la Campiña Sur, debido a que los cereales ya no son tan productivos. También en el Valle del Tiétar se están haciendo inversiones e incluso se está hablando ya de la zona de Coria y Moraleja como un lugar donde también se podría cultivar.

—Y la presencia de fondos de inversión ¿no puede dar a este cultivo un cariz en exceso especulativo?

—Es verdad que hay quien dice que tal como han venido se irán, pero nadie planta olivos para cambiarlos dentro de cinco años. Además, las empresas que sí están en el mundo del aceite es más improbable que se retraigan después de haber hecho una inversión. El futuro es, en cualquier caso, incierto. Ahora mismo los precios se han venido abajo y se espera que estemos unos años con estos niveles. Y este periodo que nos espera quienes mejor lo pueden soportar económicamente son aquellas empresas que son muy eficientes y muy productivas.

—Precisamente por eso, con unos precios bajos ¿la producción de estos olivares no puede acabar echando del mercado a la del tradicional?

—En teoría sí, porque el olivar tradicional no es competitivo en costes, pero ¿qué ocurre? Que aquí el olivar no ha sido habitualmente la fuente principal económica del agricultor, sino que ha sido siempre un recurso adicional que ha tenido quien ha estado dedicado a otras actividades. Se cultiva olivo como unos ingresos extra o para autoconsumo. Y se utiliza, además, mucha mano de obra familiar, que son gastos que realmente no se imputan. A medio plazo sí podemos tener más problemas, porque ya las nuevas generaciones de agricultores no tendrán esa ayuda familiar, lo que hace que el futuro del olivar de montaña como el de Villuercas, Ibores, Jara, Gata, Hurdes…., sea incierto. Requieren mucha mano de obra y hoy en día en el campo ni hay mucha ni es barata.

—¿Y la zona de Monterrubio?

—Tendrá que trabajar por una mayor eficiencia y por gestionar mejor todos sus recursos. Ahí está el futuro. Monterrubio y otras zonas olivareras como Navalvillar de Pela tendrán que optimizarse para hacer más rentable su olivar y, sobre todo, buscar un valor añadido. En este sentido, otro punto que puede ser interesante es que todas estas plantaciones que se están haciendo de olivar intensivo y superintensivo se hacen con una misma variedad, que es la arbequina, que tiene unas limitaciones de comercialización, debido a que se enrancia antes que otros aceites de oliva, como los típicos de Monterrubio, por ejemplo. Y esa falta de estabilidad hace que su vida comercial sea más corta. Son aceites que son muy interesantes aromáticamente, dulces, que no amargan, no pican, que sirven para abrir nuevos mercados, pero que cuando se inunde mucho la oferta con ellos las grandes envasadoras tendrán que ir buscando otros aceites diferentes, porque su producto tiene que ser más estable. Deberíamos explotar esa fortaleza que van a tener estas variedades nuestras. Si tienes un producto diferente, lo puedes posicionar mejor en el mercado. Nuestro futuro está en el consumo, no en las ayudas. Hay que potenciar el consumo interno, que lo estamos perdiendo —entre España, Grecia e Italia, hemos bajado casi 700.000 toneladas en los últimos años—, y el mundial. Porque si sube, no existirá el problema del precio. Y también tenemos que dar el pasito de la comercialización, porque el sector productor extremeño ha sido siempre muy pasivo. Estas nuevas formas de cultivo son ya avances imparables. No se trata de evitar que se plante el superintensivo, de lo que se trata es de ser más competitivo con el aceite, salir al mercado, y crear nuevos consumidores.

—¿El superintensivo obligará a introducir cambios en las almazaras?

—Ya llevamos unos cuantos años creciendo en el número de almazaras. Este año creo que estaremos ya por encima de las 135. En la provincia de Badajoz se están planteando tres nuevas y no pequeñas. Las almazaras que antiguamente recibían cinco millones de kilos ahora van a recibir diez, quince millones de kilos, lo que obligará a hacer continuas inversiones económicas, lo que puede convertirse en un problema para las cooperativas. Pero las almazaras tendrán que planificar no solo cuál va a ser su producción y envasado en los próximos años, también la gestión de los subproductos. Cada kilo de aceite genera 5,8 de alperujos. Actualmente tenemos capacidad de procesado de 410 millones de kilos de alperujo. Esta campaña ya hemos estado al límite, con 390 millones y en el futuro se espera que se produzcan 550 por lo que uno de los retos, además de adaptar la maquinaria a tanta producción, está en saber qué vamos a hacer con estos subproductos.

—Extremadura envasa una proporción muy pequeña del aceite que produce, ¿esto podría cambiar ahora?

—Lo ideal sería que las empresas de aquí envasaran una gran parte de su producción y saliesen al mercado. Las cooperativas extremeñas tendrían que dar el salto a la comercialización, pero la distribución exige precios muy ajustados y altos volúmenes, algo para lo que no están adaptadas. A las grandes envasadoras, que están en Córdoba y Sevilla, se les suministran los graneles y estas se dedican únicamente a envasar a un determinado precio y meter producto en supermercados e hipermercados, que tienen el 85% o el 90% de las ventas de aceite a nivel nacional. Las cooperativas sí quizás tendrían que hacer un pequeño esfuerzo para internacionalizarse y vender fuera, lo que tampoco es fácil, porque cada día es más complicado salir al mercado exterior. No obstante, vender a granel también tiene sus beneficios, porque supone menos riesgos. Lo que creo es que hay que saber cuáles son las limitaciones que tiene cada uno y cuál es su papel en la cadena de valor. Y me parece que ese es el problema, que nos sabemos a qué nos queremos dedicar en la cadena de valor: si producimos, si envasamos, si salimos al mercado exterior… Hay mucha desorientación.

—¿Es sostenible ambientalmente un crecimiento tan importante del superintensivo?

—Yo creo que sí. El almendro, por ejemplo, consume más agua y necesita más requerimientos de nitrógeno que el olivo y se está poniendo ahora en mayor cantidad. Además, el olivo es capaz de asimilar más Co2 de la atmósfera que cualquier otro cultivo. Evidentemente, en cuestiones medioambientales se puede hacer mucho más sostenible el olivar: buscar una producción integrada, olivar ecológico…,, pero sus necesidades hídricas, bien llevadas, no tienen que ser muy altas. Hoy en día el olivo es prácticamente un bosque y puede ser perfectamente sostenible e incluso mejorar la flora y la fauna de una comarca.

—Y el impacto en cuanto a mano de obra, ¿no será negativo?

—La mano de obra en el campo hoy en día escasea, sobre todo la que es profesional. Además, que el olivar sea superintensivo no quiere decir que no se necesite mano de obra. Para la poda siempre vas a requerir gente profesional. En cualquier caso, tenemos que ser conscientes de que en el futuro no vamos a tener mucha mano de obra disponible en el campo y los jornales, evidentemente, tendrán que ir subiendo y encarecerán notablemente las prácticas agrícolas.