Durante 30 años, Salvador Dalí fue uno de sus huéspedes más ilustres. Cada invierno, el pintor de Cadaqués desembarcaba en el Hotel Meurice de París acompañado de su esposa Gala para ocupar, durante un mes, la suite real Alfonso XIII y animar la vida del vetusto establecimiento con sus excentricidades. Ahora, 18 años después de su muerte, el espíritu del artista ha regresado a las lujosas estancias del número 228 de la calle de Rivoli. De la mano del prestigioso diseñador Philippe Starck, el hotel le rinde homenaje con un restaurante bautizado Le Dalí y una decoración sembrada de guiños al padre del surrealismo.

Starck combina con sabiduría tradición y modernidad, ambiente refinado y osadía desenfadada. El toque daliniano se adivina ya en la mano gigante colgada del techo ante la recepción del hotel, en las sillas con brazos en forma de pata de león y en la reinterpretación de la chimenea: una vitrina de cristal repleta de velas de diferentes tamaños.

Dalí sigue, pues, presente. William Oliveri, barman del Meurice desde hace 30 años, recuerda que el artista "enviaba a los botones a cazar moscas al jardín de las Tullerías --situado justo enfrente-- y les pagaba a 10 céntimos la mosca. Luego metía los insectos en los pequeños botes de mermelada del desayuno".

Presidida por una figura de reconocible bigote, la carta del restaurante recuerda la afición del artista catalán por los juegos de palabras. El comensal puede elegir un plato Sin complejos --un superentrecot--, Sin tabú --langosta con almejas trufadas-- o 100% placer --raviolis de langostinos-- del chef del restaurante, Yannick Alleno.

Situado en el antiguo Jardín de Invierno, Le Dalí mantiene el estilo siglo XVIII marca de la casa pero al mismo tiempo rezuma sentido del humor. Una lámpara elaborada a partir de un dibujo del pintor saluda la llegada de los clientes. Ninguna silla es igual. En el techo, una gran tela pintada por la hija de Starck, Ara, recuerda igualmente la obra del genio.