Poco a poco, Robert de Niro va dejando atrás la obsesión que tiene por pasar desapercibido en Barcelona mientras rueda Red lights, un trabajo que le tendrá en la capital catalana hasta la última semana de febrero. El viernes, el actor estadounidense aprovechó sus primeras horas de fiesta para relajarse un poco --muy poco, apenas media hora-- en uno de los bares de moda de la ciudad: el Eclipse.

El neoyorquino había llegado el lunes para trabajar a las órdenes de Rodrigo Cortés, que ha impuesto un ritmo de trabajo extenuante desde el primer día: ruedan desde primerísimas horas de la mañana hasta bien entrada la tarde. Pero el viernes, la estrella comenzó unos días de relax lejos de las cámaras del director y, sobre todo, de los paparazis. Aquel mismo día, le vieron comiendo en un restaurante de la Barceloneta. Y tras un descanso, cenó y acudió con su asistente al Eclipse.

De Niro vuelve al plató esta semana. Le esperan esas gruesas lentillas que tanto le molestan al parpadear y que son tan necesarias para hacer creíble el papel de ciego célebre con poderes paranormales.