Hace solo dos meses que Consuelo González de Perdomo regresó del corazón de las tinieblas, después de estar seis años cautiva de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). "A veces me siento una salvaje", dice en voz baja, con una delicadeza que roza el pudor. Ha pasado de resistir el encierro dentro de una malla metálica, vigilada por guardias, reducida a la condición de "botín de guerra", a recuperar de manera gradual su plenitud. Ese tránsito tiene aún la fuerza de un big-bang emocional. "Es que estuve tanto tiempo fuera de la vida..."

La guerrilla la secuestró el 10 de septiembre del 2001, a los 51 años. Al regresar de la selva encontró otro mundo. Consuelo comprueba en lo cotidiano su "desfase". Todavía se ríe de cuando tuvo que preguntar cómo se apagaba el móvil "tan moderno" con el cual recibió su primera llamada de bienvenida. "Lo que más me impresionó es el adelanto de la tecnología. Ha sido enorme el cambio en los ordenadores y en los teléfonos: ¡hasta cuentan con una cámara y se puede escuchar música!".

La excongresista liberal se siente en un nuevo proceso de aprendizaje, que guarda, de alguna manera, semejanzas con la experiencia inicial del secuestro. "Una se vio allí obligada a habituarse de repente a las circunstancias del sometimiento: usar botas de plástico, pantalón y sudadera, dejar de maquillarse, comer solo con una cuchara, leer una misma revista meses y meses. La readaptación a la ciudad es, por suerte, menos traumática. El hecho de saber que puedo utilizar un pantalón negro o blanco o acostarme a la hora que me plazca es algo novedoso y extraordinario. Había perdido la capacidad de decisión más elemental".

Cuando Consuelo llegó a este apartamento, en enero, su familia la esperaba con los regalos de navidad. "Qué delicia", exclamó al entrar al cuarto y ver un colchón. "Ni siquiera un segundo extrañé el pasado".

Pero el pasado circunda la vida de los liberados. En los ultimos años, más de 20.000 colombianos han atravesado el mismo calvario, con distintas magnitudes. "Se sienten desconcertados a su regreso, sus valoraciones han cambiado y creen que las personas no los entienden; al caminar creen ser observados, se ha afectado su capacidad de conceptualizar, sufren trastornos físicos, irritabilidad, deseos de aislamiento, pérdida de la alegría y la confianza", dice la psicóloga Darylucía Nieto, de la Fundación País Libre, especialista en traumas post-secuestro. Estas personas tienen una enorme voracidad por recuperar el tiempo perdido y niegan las afecciones. Solo el 15% piden ayuda psicológica. "No descarto hacerlo más adelante", dice Consuelo.

Ella está viviendo en el norte de Bogotá, con la familia de su hija Patricia. Esta zona que era baldía es hoy uno de los puntos neurálgicos del boom de la construcción. Consuelo ha caminado muy poco por la capital colombiana. No quiere hacerlo sin compañía. Además, necesitó varias semanas para acostumbrarse nuevamente a calzar zapatos. A lo que no se ha atrevido es a manejar un automóvil. Cuando sale con los suyos, la calle le depara sorpresas. "La gente me reconoce. Hasta me piden autógrafos". Parte de la sociedad colombiana pasó de la indiferencia con el drama del secuestro a considerar celebridades a los liberados.

Siendo rehén supo por la radio que su marido, Jairo Perdomo, había muerto de pena. "Me senté y escribí una carta que luego quemé. Las cenizas se fueron con él. Cuando viajé a Pitalito, mi pueblo, fui al cementerio. Fue muy duro". La radio le informó en la selva de que era abuela. Ahora oye a su nieta María Juliana desde la otra habitación. "Mis hijas están inmensamente felices, muy pendientes de mi adaptación". Juliana se le acerca. Consuelo la acaricia. La niña se deja mimar. "Ella también está feliz. Se le hablo tanto de mí... "

María Fernanda, la otra hija, vive muy cerca, y tiene su propia mirada del reencuentro. "Tratamos de vernos muy seguido y hablamos por teléfono con frecuencia. Quisiera estar más con ella, pero nunca será suficiente. He tratado de que vaya contando sus experiencias poco a poco, así como también contarle mi vida de estos años. Lo que más me maravilla de mi mami es que, a pesar de lo padecido, no tiene rencor".

Consuelo cuenta sus cosas de forma pausada. Cuesta creer que en sus seis años de rehén no se haya salido de sus casillas. "Increíble, ¿no? Es que habría dejado de ser yo", dice. Y sonríe. Como lo hizo (casi) siempre. "Mis compañeros de cautiverio me decían que no les gustaba verme triste porque perdía algo importante de mi manera de ser". Una obra de teatro, Mujeres contusas , le abrió las puertas del alborozo. Pero los ojos a veces insinúan las heridas.

En cuanto supo de su liberación se juró dedicar sus fuerzas a luchar por el regreso de los que aún están en la selva. "Hay situaciones que no se olvidan. Los momentos en que teníamos que escapar de los aviones y helicópteros que nos trataban de detectar, o estaban en acción de guerra. Huíamos con pavor". Apenas retornó a Bogotá, cada vez que oía pasar un avión se sobresaltaba. "Ese ruido significó por muchos años la inminencia de peligro. Creo que estoy superando el miedo".

Durante la conversación, habló muchas veces en presente de lo sufrido. "Sí, es como si aún estuviera allá. ¿Será que el tiempo pondrá los verbos en su lugar? Privar a alguien de la libertad es lo más grave. ¿Cuál era mi delito? Nunca lo supe".