Cuando TVE deje de emitir publicidad, a partir del 2010, veremos cómo, sin escrúpulo alguno, las televisiones privadas absorberán toda la publicidad posible. Con ese objetivo, algunas cadenas privadas ya han pedido que tampoco las autonómicas y las locales emitan espots. Su voracidad y ambición son muy peligrosas. No contentas con la continua demagogia que demuestran al acusar a los medios públicos de financiarse "con el dinero de todos y con la publicidad", cantinela que usan para hacerse las mártires, ahora quieren quedarse con todo el pastel. Y cuando lo consigan, ¿qué pasará? ¿Se convertirán en una manada de lobos que se devorarán entre sí? ¿Se atacarán unas a otras para quitarse la publicidad? Las televisiones privadas deberían esforzarse en hacer programas más dignos, menos telebasura, menos productos supercomerciales y apostar un poco por la calidad. Telecinco es de las que más daño ha hecho con su nulo respeto por las películas al cortar los títulos de crédito. Precisamente canales como este fueron los que provocaron en Italia, hace unos 20 años, una campaña de cineastas como Federico Fellini contra la publicidad abusiva en televisión que masacraba las películas. El maestro de Rímini acertó al decir: "No se puede interrumpir una emoción".

Así, la campaña consiguió que la RAI solo pueda emitir dos bloques de anuncios si una película dura dos horas, y uno, si es de una hora y media; si la película dura menos de hora y media, no la interrumpen.

Julián Juan Lacasa **

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