De cumbre en cumbre y tiro porque me toca. Así llevamos un porrón de encuentros anuales y bianuales entre España y Portugal, prometiéndolo todo y volviendo a tirar. Porque en el tema que nos atañe a los extremeños, el susodicho AVE, son 19 años de espera, que se dice pronto, sentados en la estación esperando que llegue nuestro tren. El jueves pasado se celebró en Trujillo una nueva cimera, que es como llaman los portugueses a las cumbres, donde Pedro Sánchez y su homólogo luso Antonio Costa volvieron a abrazarse y sellar su compromiso con el ferrocarril, lo mismo que hicieran sus antecesores y los antecesores de sus antecesores desde que en 2003 Aznar y Durão Barroso acordaron el trazado del AVE Lisboa-Madrid en Figueira da Foz. Entonces hablaban de completar todo el trayecto en el año 2010, pero luego se aplazó a 2012 y después a 2015 y 2018 hasta que Portugal abandonó su parte del proyecto y España empezó a eternizar el suyo. Ahora, desde el jueves -y tomando a Trujillo por testigo-, vuelven a hablar de finales de 2023 para unir ambas capitales ibéricas. La verdad es que cuesta creérselo, empezando porque hay un montón de matices de por medio, pero, además, porque es lo que pasa cuando se promete mucho y se cumple poco, que las palabras empiezan a sonar huecas y falsas.

La injusticia que se ha cometido con Extremadura en materia ferroviaria es mayúscula. Echarle un ojo al mapa de vías de alta velocidad en España sonroja a cualquiera. Somos el único territorio del país sin un solo kilómetro electrificado y eso lastra nuestro progreso se mire como se mire; nos sentamos a la mesa con una silla que no llega a la misma altura que el resto de comensales y frente a otros que, por haber nacido en otra parte de España o tener dos lenguas, tienen más derechos que los demás.

El problema de origen es que España siempre se tomó el AVE a Extremadura como un trazado internacional que uniera Lisboa con Madrid. Extremadura era el tránsito, nunca la meta. Eso le valió de excusa a los diferentes gobiernos para si Portugal paraba la obra, España la ralentizaba o la dejaba estar. Se olvidaron de que Extremadura también es una comunidad donde va y viene gente, que necesita de un tren del siglo XXI igual que los demás para transportar sus mercancías o llevar a sus pasajeros. Nadie entiende que cueste exportar más desde Extremadura que desde Murcia o que se tarde más en llegar a esta parte del país que a ninguna otra.

Sería para sonrojarse que los extremeños pudiéramos llegar en AVE antes a Lisboa que a Madrid

El caso es que el verano de 2022 estará listo el trazado entre Plasencia y Badajoz. Los trenes podrán cruzar de norte a sur la región a través de una plataforma de alta velocidad, pero llegar a Madrid seguirá siendo una odisea. No en vano, el siguiente tramo, el que discurre entre Plasencia y el límite entre la provincia de Cáceres y la de Toledo (Talayuela por un lado y Oropesa por otro) no estará operativo -incluida la electrificación- hasta el año 2025 según los últimos pronósticos hechos por Adif. El tercer tramo, el que discurre entre Oropesa y Madrid-Atocha, no se contempla hasta 2030. ¿Esto qué quiere decir? Que el tren saldrá de Badajoz más o menos rápido hasta Plasencia, pero cuando parta desde aquí a la capital de España será como hasta ahora durante al menos ocho años.

En el lado portugués parecen haber acelerado las cosas de un tiempo a esta parte. Según lo señalado por Antonio Costa el jueves, el tramo que les resta para llegar a España, Évora-Elvas, habrá concluido a finales de 2023. Sería para sonrojarse que después de tanto tiempo, con tantos abandonos y desabandonos, los extremeños pudiéramos llegar en AVE antes a Lisboa que a Madrid. Pero, como digo, a estas alturas no nos creemos nada, aunque nos contentamos con que, por lo menos, empecemos a estar en el mapa y no sigamos arrancando hojas del calendario mientras pasan las cumbres o las cimeras y nuestros dirigentes nos dan plazos a la vez que nos lanzan las mismas promesas.