Vaya por delante que tengo la certeza de que Atrio es un valor añadido indiscutible para Cáceres y para Extremadura. Que sus dueños, José Polo y Toño Pérez, podrían haber optado por cualquier otro lugar del globo, y con su excelencia y buen hacer, les habría ido igual o mejor que aquí. Y sin embargo, apostaron por nuestra tierra para abrir uno de los mejores restaurantes y hoteles que se recuerdan y la pusieron en el mapa del turismo de lujo. Pero no me puedo quitar de la cabeza los ceros de las cifras que adornan las estimaciones sobre el posible valor de las 45 botellas de vino que les fueron sustraídas de sus bodegas la pasada semana. Me bailan los números y el sentido común no me deja procesar el hecho de que a una sola de las botellas robadas, menos de un litro de sustancia, se le atribuya un valor de 310.000 euros, tres veces el valor de la mayoría de las hipotecas del ciudadano medio de esta región. Y lo siento mucho, pero me parece obsceno. 

Y no, no se trata de ser simplista o demagógica. Las cantidades son las que son y hablan por sí solas. Y son más significativas si se ponen en contexto. Según los datos de la Agencia Tributaria, Extremadura es la comunidad autónoma con la renta media más baja de España, con 20.926 euros. Y además, cinco de los seis municipios con la menor renta per cápita del país, están en la provincia de Badajoz (Fuenlabrada de los Montes, Oliva de Mérida, Puebla de Obando, Higuera de Vargas y Zahínos). En ninguno de ellos se alcanza la cifra de 13.000 euros brutos anuales declarados por sus habitantes, según datos de la campaña de la Renta de 2019, que son mil euros más de lo que cuestan cada una las 38 botellas de Romanée Conti desaparecidas. 

Con esos 'mimbres' es muy fácil entender la polaridad con la que han recibido los extremeños la noticia de ese robo tan 'peliculero', que ha traído hasta la capital cacereña policías de cuerpos especializados que evocan más a una trama de James Bond, que a un titular de la actualidad regional. Porque aunque hay mucha gente que se solidariza de corazón con la 'pérdida' de los empresarios, otros reflejan en sus comentarios la ira de aquellos que se sienten 'ofendidos' por el mero hecho de que exista una botella de vino por la que alguien esté dispuesto a pagar ese valor, mientras la economía de tantas miles de personas agoniza en estos tiempos 'post pandémicos'. 

Seamos claros. En cualquier casa, descorchar una botella que supere los diez o los veinte euros, tirando muy largo, supone una celebración de envergadura: Navidad, cumpleaños señalados, nacimientos, bodas o comuniones. Por eso es difícil procesar que en esta misma tierra, haya un establecimiento que sirva o disponga de caldos de una categoría y precios con los que la mayoría de sus habitantes sólo puede soñar. Y es por eso que ahora se 'alegran', o eso dicen, en las redes sociales, del que sin duda es uno de los robos más sonados de la historia de la hostelería. 

Hubo un tiempo en el que los 'señoritos' venían a nuestras fincas a cazar, mientras los 'pobrecitos' extremeños se podían considerar afortunados si les llegaban las 'migajas' de sus excesos en aquellas visitas. Ahora, nos sentimos muy lejos de aquella realidad que genios como Mario Camus inmortalizaron para siempre en la gran pantalla. Y sin embargo, en este mundo globalizado en el que todos nos creemos iguales, ilusos de nosotros, sigue habiendo 'placeres' en nuestra tierra que no están al alcance de su gente, que se tiene que conformar con sentirse orgullosos de que otros, con un poder adquisitivo a años luz del suyo, elijan su ciudad y sus restaurantes, con estrellas Michelín, o sin ellas, para pasar su tiempo libre y 'dejarse los cuartos'. 

Dice una buena amiga, que vive en la ciudad de los hechos y conoce bien el percal, que todo el mundo sabe que 'Atrio' no es para clientes extremeños. Quizás sea por eso que los ciudadanos de a pie están viviendo la pérdida de sus 'joyas' enológicas, como sus dueños las llaman, como algo distante, sacado de una película de acción, que engancha pero no da que pensar. Una historia que entretiene, pero que no les llega al corazón ni les conmueve. Porque es difícil sentir como pérdida algo que jamás sintieron que les perteneciese o estuviera a su alcance.

*Periodista