El Periódico Extremadura

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Fernando Sosa.

Ávila y la caldera rota

No soy de los que dejan las cosas para el final. Bueno, algunas sí: sobre todo, si hablamos de rotos. Incluyéndome a mí.

Por ejemplo: llevo años sin cambiar la bombilla del pasillo, tendría que haber comprado ya un microondas porque el que tenía murió hace meses, la televisión hace extraños de vez en cuando, un cristal, de la mampara de la ducha, me pide a gritos que lo cambie sino quiero que acabe destrozándome más pronto que tarde y la lavadora hace meses que me devuelve la ropa peor de como yo se la entrego. Y no me molesta, simplemente, les dejo ser. 

Seré un desastre, pero no he llegado hasta aquí para esconderme.

Esta Semana Santa he estado duchándome con agua fría. No sé qué le pasa a la caldera. He tenido poco tiempo para preguntárselo y hacer terapia con ella. He ido dejándolo, como la bombilla o el microondas, pensando que acabaría reaccionando sola pero, evidentemente, no ha sido así. Esto no es como lo de caminar a oscuras o comer en frío. Esto es mucho más grave.

He intentado solucionarlo dándole un par de golpes mágicos en determinadas zonas de su cuerpo, como vi a un chino hacer en un tutorial de Youtube para casos perdidos como el mío, pero la caldera ha seguido dándome el agua en números negativos.

"Si esto me pasa en julio, no me preocupo hasta octubre", me digo una y otra vez, maldiciendo mi suerte.

Aquí estoy: lunes, volviendo a la rutina, y buscando en el teléfono el número de alguien que se entienda con estos cacharros.

Repasando mi agenda, de arriba a abajo, solo aparece un nombre que creo capaz de solucionar todo esto: Miguel Ángel Ávila, entrenador del Arroyo.

Me reafirmo delante del espejo: sí, es el indicado. «Estoy seguro que no es como tú», me repito.Este es de los que ve un roto y se tira al cuello hasta que lo convierte en solución. Es un hombre de bien con un arsenal de accesorios en su bolsillo mágico, como Doraemon.

En el Municipal de Arroyo de la Luz saben de lo que hablo. Llegó hace cuatro años y ahí le han visto hacer de todo lo que se puede hacer, hasta dicen que los domingos se mete en el banquillo y da voces porque, entre otras muchas cosas, es el entrenador.

Y es el primero en llegar al vestuario, en poner los conos para el calentamiento en día de partido, en comerles la cabeza a todos y cada uno de sus jugadores en el mismo verde, antes de que se vayan al vestuario, en hacer de recogepelotas si hay que meterle ritmo a la cosa porque esta no pinta muy allá...

Llegó hace cuatro años a un Arroyo de entreguerras. A un Arroyo que ya no era la tierra y frontera de Juan Bermejo. A un Arroyo que estaba muy lejos de los presupuestos de entonces, de los nombres y de los focos.

Llegó, con su mochila del Diocesano a la espalda y con su cara de buen estudiante, para instaurar su ley en los pasillos y no ha hecho más que ir pasando cursos con nota alta.

Cada año su equipo ha ido a más, como los problemas, en una proporción directamente proporcional.

Estoy seguro que si le dan un frigorífico totalmente reventado, él te lo arregla con mimo, cincel y unas cuantas palabras bonitas, lo pone a jugar y acaba siendo pichichi del grupo.

No creo que exista algo a lo que no sepa cómo hacer competir.

Pienso en todo esto antes de marcar su número.

-Mister, buenos días. Tengo la caldera rota., papá?

*Periodista

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