El Periódico Extremadura

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Enrique Pérez Romero

Nueva sociedad, nueva política

Enrique Pérez Romero

Un país de súbditos

A la vuelta del verano nos encontraremos con una España de racionamiento (energético)

Igual que la carga genética humana sirve para predecir las enfermedades que se pueden padecer, asimismo resulta esclarecedora la historia de un país para atisbar su futuro. 

España es una joven democracia (45 años, 235 la estadounidense) que vivió en dictadura hasta finales del siglo XX. Solo ha experimentado dos breves periodos republicanos, del 11/02/1873 al 29/12/1874 (322 días) y del 14/04/1931 al 17/07/1936 (cinco años). Hoy, es una de las 27 monarquías del mundo, de 220 países (el 12%), aún mayor rareza como monarquía más o menos democrática, que son 20 (9%). 

Ostentamos uno de los mandatos no democráticos más largos de la historia, el de Francisco Franco (39 años y 50 días), solo superado por 12 liderazgos autoritarios de países como Gabón, Mongolia o Baréin; entre ellos solo hay uno europeo, Albania (10º). 

Es necesario recordar que Franco murió en la cama, sin un solo intento de insurrección serio. Incluso Hitler, uno de los dictadores con más poder y que «solo» gobernó diez años, sufrió 42 intentos de atentado, incluido el Plan Valquiria (20/07/1944), en el que solo el azar le salvó la vida de una bomba colocada a dos metros de sus pies. Más cerca, en Portugal, la democracia llegó por un proceso revolucionario, el de los Claveles (25/04/1974). 

En España no sabemos lo que es eso. Salvo excepcionalmente (casi siempre para reforzar regímenes autocráticos), las revoluciones han sido cosa de otros, tan cerca como la portuguesa o la francesa (1789, bisagra histórica de Europa), o tan lejos como la norteamericana (1775, germen de la democracia más veterana del mundo) o la rusa (1917, el mejor intento hasta la fecha de un estado socialista). Lo más parecido aquí fue la «Gloriosa» (19-28 de septiembre de 1868), pronunciamiento militar que trajo una de nuestras constituciones fallidas (1869) y la entrega a un monarca extranjero, Amadeo I de Saboya (1871-1873), previa a la restauración borbónica (1874), acompañada, a su vez, de una «joya de la corona» de nuestra historia política: el «turnismo-caciquisimo-clientelismo», corriente que ni Franco logró exterminar y habita entre nosotros plena de salud. 

Es curioso, de hecho, que una de las principales rebeliones españolas sucediera contra el intento de invasión francés, que traía entonces la Ilustración (1808); Napoleón dejó como herencia en Francia su Código Civil (extendido a casi toda Europa), el franco hasta la aparición del euro o el Banco Nacional, además de ambiciosas obras públicas. Imperaron los dos impulsos españoles por excelencia: el torero («dejadme solo») y el tabernario («sujétame el cubata»). 

Mario Camus expresó mejor que nadie, adaptando a Delibes («Los santos inocentes»), el espíritu español de vasallo, en aquel personaje que, aun enfermo, se ofrecía, raudo y servicial, para olisquear el suelo, como un perro, para su señorito (desde entonces, «síndrome de Paco el Bajo»). No casualmente, aquello transcurría en Extremadura, una de las regiones más extensas y con más recursos naturales de España, que sigue siendo una de las más pobres. 

Con todo esto es mucho más fácil entender por qué la ciudadanía española consintió la apropiación de la Transición (1975-1977) por parte de unas élites políticas dirigidas secretamente desde EE.UU. y Alemania, y del espíritu del 15-M (2011-2017), por una pandilla de imberbes de los que ya solo queda uno, que, jugando a hacer política, han arruinado la primera ventana de oportunidad del siglo XXI para cambiar nuestra historia. 

También es más fácil comprender la desgana del país ante la imperfectísima «democracia» imperante, en forma de rodillo felipista (14 años), de clasismo, privatización del poder y belicismo aznarista (8), insoportable levedad zapaterista (7), desesperante indolencia de Rajoy (7) o irritante vanidad autocrática de Sánchez (4, para 5). 

A la vuelta del verano nos encontraremos con una España de racionamiento (energético), de inflación desbocada, de recesión económica y de inestabilidad política. Todo en un país que se vacía, se quema, se seca, se arruina, enferma y envejece. Cabría esperar una reacción ciudadana y no es imposible que ocurra, pero nuestra historia nos dice que lo menos malo es que aparezcan algunas mentes brillantes capaces de proponer un futuro para el país que ahora no existe. 

*Licenciado en CC de la Información

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