El Periódico Extremadura

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Jero Díaz Galán

Lluvia fina

Jero Díaz Galán

Éramos tan jóvenes

Nos ha tocado vivir en el mundo en el que nacimos y adaptarnos a él

Éramos tan jóvenes. El Periódico

Si hay un comienzo de conversación que no me augura nada bueno, es ese que arranca con la frase «la juventud de hoy en día». No lo soportaba cuando era joven y lo sigo aborreciendo ahora que soy mayor y que me encuentro con muchos de mi edad abonados a ese discurso perpetuo de generación en generación que tiende a calificar de flojos y poco esforzados a quienes nos suceden por considerar, de forma absolutamente simplista, que han tenido una vida más fácil que la nuestra.

Es verdad que yo no pasé una postguerra como mis padres y mis abuelos, pero eso en absoluto quiere decir que mi vida como joven fuese más fácil que la de ellos. No lo creo.

Frente al tedio de la vida de mi madre o de mis abuelas, condenadas a casarse y a ser amas de casa, con la dureza que eso también conlleva, muchas de las jóvenes de mi generación salimos del hogar familiar cuando apenas cumplimos la mayoría de edad para estudiar y aprender a vivir en ciudades que nada tenían que ver con nuestros pueblos.

En el Madrid de los años 80 la liberación para la mujer era casi una exigencia para la que aún no estábamos preparadas, educadas como habíamos sido aún en el recato. Ni muy vírgenes ni muy putas, ese era el estrecho y nuevo margen en el que nos debíamos mover en la vida adulta que estrenábamos y que en absoluto la recuerdo como fácil, aunque tuviéramos los medios económicos, siempre escasitos, para poder estudiar.

Muchos de los jóvenes de entonces teníamos la enorme presión de ser los primeros universitarios de familias trabajadoras, una responsabilidad nada sencilla, pues no podías permitirte el más mínimo fracaso.

A nosotras nos tocó empezar a combinar eso de ser jóvenes trabajadoras y madres, luchar por algo tan difícil como la conciliación y capear aún con la culpa de sentir que no le prestábamos la suficiente atención a los hijos mientras la profesión nos ninguneaba simplemente por plantear que no podíamos llegar a casa después de las nueve de la noche.

Yo no recuerdo nada como fácil y tampoco pienso que lo sea ahora la vida de nuestros hijos e hijas, aunque ellos se hayan criado con más medios y recursos, en un mundo que ya no tiene que ver nada en absoluto con el de la juventud que vivieron sus abuelos.

No creo en absoluto que los chicos de ahora valoren menos la cultura del esfuerzo que sus padres

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Ser joven creo que siempre es muy complicado y trabajoso, requiere grandes dosis de sacrificio y esfuerzo, aunque prime injustamente la imagen de los jóvenes como despreocupados, ociosos y fiesteros entre los que ya no lo son, como si ya no recordasen que ellos también estaban ávidos de divertirse en guateques y discotecas antes de que se inventara el botellón.

No creo en absoluto que los chicos de ahora valoren menos la cultura del esfuerzo que sus padres, como tampoco creo que ocurriera con nosotros en comparación con los nuestros, una falacia que tiende a repetirse y que a mí personalmente me parece siempre un ejemplo puro del «cuñadismo» más arrollador.

Mis hijas y sus amigos, la juventud con la que yo trato, se han esforzado no solo en estudiar sus grados universitarios o ciclos formativos, sino en hablar correctamente al menos otra lengua como el inglés, algo que nosotros nunca conseguimos, porque ellos viven en un mundo más competitivo y complejo que el nuestro.

Lógicamente salen de fiesta y les encanta. Lo contrario sería preocupante, pero también se cuidan más. Van al gimnasio y hacen deporte, quizás por educación o quizás porque a ellos se le exige aún ser más perfectos que lo que se nos pedía a nosotros, que anduvimos con el cigarro en la boca, no nos olvidemos, hasta bien entrados en los 30.

Ellos han vivido la pandemia en el momento en el que les tocaba volar libres y disfrutar de ese vuelo y han heredado sucesivas crisis que han hecho que las palabras paro y precariedad suelan ir asociadas al adjetivo juvenil. Además, a la generación mejor preparada de la historia resulta que hace tiempo que se le vende el discurso interesado y tramposo de que se verán obligados a vivir peor que sus padres, lo que evidentemente ahoga sus expectativas e ilusiones.

Es verdad que a cada uno nos ha tocado vivir en el mundo en el que nacimos y adaptarnos a él con el esfuerzo que eso siempre requiere y que si en alguna etapa de la vida precisa intensidad, denuedo y empeño, es en la juventud, por mucho que quienes ya la hayan superado se empeñen en verla como nunca realmente es, incluidos nosotros, que éramos tan jóvenes.

*Periodista

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