tribuna

El proscrito pensamiento crítico, divergente y creativo, construyen nuestra realidad

Es muy probable que en más de una ocasión nos hayamos preguntado por ¿cómo será la economía y las ocupaciones en unos años?, ¿qué quedará de aquello que hoy nos parece importante?, ¿cómo será el mundo natural y/o artificial de nuestra existencia? En definitiva, ¿seremos más o menos felices?

Imagen de la Inteligencia Artificial

Imagen de la Inteligencia Artificial / EL PERIÓDICO

Jesús Ramírez Muñoz

¿Quién quiero ser o a dónde quiero ir? la gran pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez y que respondimos con ayuda de referentes. Modelos a seguir que cada vez son más inoperantes por escasos, estereotipados y desajustados. Para nuestros jóvenes de hoy y de mañana, la respuesta es y será más compleja y transcendente que nunca. A diferencia de ¿quién somos o de dónde venimos? que puede ser respondida en gran parte por nuestra filogenia, también por la cultura y por nuestras experiencias. Así, podemos decir que somos ecosistemas evolutivos, dotados de procesadores orgánicos autoconscientes integrados en una red bio-socio-cultural diversa y de muy elevada complejidad, con una emergente capacidad predictiva a grandes rasgos y pre-adaptativa que nos facilita la respuesta a lo que ha de venir, que nos posibilita planificar el futuro cercano y también el remoto. Estamos dotados para imaginar adelante en el tiempo, con una memoria indefinidamente reconstruida en cada presente (no es una grabación es una reconstrucción novedosa cada vez) y con altas capacidades creativas, esto ha sido y seguirá siendo lo importante. 

Es muy probable que en más de una ocasión nos hayamos preguntado por ¿cómo será la economía y las ocupaciones en unos años?, ¿qué quedará de aquello que hoy nos parece importante?, ¿cómo será el mundo natural y/o artificial de nuestra existencia? En definitiva, ¿seremos más o menos felices? Realizar esta prospectiva, cada cual con su elegido avatar, además de un tanto angustioso se antoja necesario para una adecuada salud mental y social. Ser capaces de imaginar un guión abierto en el presente, que contemple aquello que es y será relevante (las leyes de la naturaleza y nuestra comprensión del universo y de la vida, las consecuencias del cambio climático, los horizontes y las amenazas de la inteligencia artificial, la biotecnología y la edición genética, las tecnologías de la información y de la comunicación derivadas de los procesadores cuánticos, la neurobiología de la conciencia...) y asumiendo que muchas de las instituciones socialmente adaptativas que utilizamos, como la escuela, la universidad y los sistemas de enseñanza- aprendizaje actuales, deben ser repensadas con celeridad, ya que con certeza se harán des-adaptativas, si es que no lo son ya, para actuar en una sociedad diferente. 

Los docentes en particular y todos en general educamos para afrontar con las mayores garantías de bienestar futuro, y para ello, al intentar vislumbrar la escenografía social y educativa plausible para el año 2065, la intuición y la imaginación se abruman en contraste a la relativa claridad del recuerdo de la ensoñación adolescente de aquella sociedad que imaginábamos para vivir, y que en una medida razonable se ha hecho realidad. Las diferencias entre el ayer (una sociedad de comunidades mayoritariamente analógicas e industriales de realidades homogéneas) y el mañana (una sociedad de comunidades virtuales, dominadas por la liturgia de los influencer y de la postverdad, cibernéticas en distinto grado e interactuando en un metaverso), solo de pensarlo acongoja. ¿Cómo será la adaptación biológica, cognitiva y existencial a una experiencia a caballo entre la realidad clásica y la realidad virtual en ese metaverso? ¿Cómo compatibilizar la simbiosis biocibernética, que más pronto que tarde será una nueva realidad, aumentada y con capacidades inimaginables, con aquellos que piensan que la prohibición de los móviles hasta los 16 años, es la solución para quien sabe cuántos problemas de la humanidad? La celeridad de los cambios y la globalización de los mismos, parecen e intuimos que son imparables. Subsistir de forma atropellada y a remolque de los acontecimientos, no será una buena opción para nuestra salud y bienestar como ya estamos comprobando a tenor de las evidencias en la salud mental a escala planetaria y aun con una baja conflictividad social aunque desgraciadamente en ascenso. 

La velocidad de los acontecimientos obliga estratégicamente a desprendernos de mucho peso muerto, poco o nada eficiente para las funciones predictivas y pre-adaptativas de nuestra conducta en el quehacer ejecutivo. Se hace necesario abandonar la práctica de aprendizajes específicos, orientados a un fin en sí mismo y poco polivalentes (tareas de robot), muy memorísticos y alejados de la experiencia en el marco de una didáctica de pensamiento convergente que insta a buscar una única respuesta verdadera posible. Y debe ser sustituida por la promoción de aprendizajes de alto valor conceptual, más empíricos, colaborativos y de experiencias, capaces de tejer una red neuronal semántica más flexible que incremente el pensamiento divergente, generador de ideas innovadoras creativas, en un marco de soluciones diversas a problemas planteados en contextos significativos. Otra buena herramienta para este objetivo es el pensamiento crítico, conformado por un proceso de juicio reflexivo donde el individuo parte de la duda, usa la razón de forma lógica y coherente para conocer la veracidad de la información y alcanzar una idea justificada de la realidad con el menor sesgo y ruido posibles. En otras palabras, adquirir la habilidad de pensar, analizar y evaluar la información racionalmente y sin sesgos, construyendo una conexión lógica y flexible de ideas, formadora de nuevas estrategias para construir nuestra propia realidad, que irá evolucionando con el olvido y el aprendizaje permanente.  

De una forma análoga a la duda metódica de Descartes, se trata de dudar de las informaciones, dogmas y axiomas absolutos y también de los relativos. Bertrand Russell, expresa claramente que en la Teoría de la Relatividad, lejos de establecer relativismo, Einstein en realidad define un marco súper-absoluto, inamovible, válido para todo el universo conocido, partiendo de la velocidad de la luz en el vacío. Es decir, va en sentido opuesto a una pretendida relatividad de los fenómenos físico, afirmando que “cierto tipo de gente que se cree superior suele decir con suficiencia que 'todo es relativo', lo cual es absurdo, porque si todo fuese relativo, no habría nada relativo a ese todo”.

Cuenta la leyenda que en la 5ª Conferencia Solvay celebrada en 1927, en plena lucha por describir La Realidad, Einstein espetó “Dios no juega a los dados” para referirse a que la naturaleza es determinista (certidumbre) y no probabilista (incertidumbre). Tras lo cual Bohr respondió “Deja de decirle a Dios lo que tiene que hacer” en relación a su incertidumbre cuántica. Resaltar no solo la sustancial diferencia entre la convicción filosófica del primero, en no admitir que el mundo pudiera ser fundamentalmente incierto y la convicción empírica del segundo en lo contrario. Ambos tipos de pensamiento están vinculados al escepticismo, a los experimentos mentales y a la creatividad. Probablemente haya sido el debate intelectual más profundo de todos los tiempos acerca de la naturaleza última de La Realidad en el marco de la ciencia y siempre desde sus diferentes e irreconciliables puntos de vista, al que habría que añadir un tercero, el muy “humano” pragmatismo positivo de Dirac, “nadie realmente sabe cómo es el mundo cuántico, pero lo importante es que sabemos usar las ecuaciones”

La creatividad, la intuición, el pensamiento divergente, el pensamiento crítico, y de la apertura a la experiencia, son las capacidades que nos proporcionan la entrada de más información, más diversa e inusual en el foco de la atención, facilitando nuestra mejor versión adaptativa para lo que se nos viene encina.   

* Vicedecano del COBEX (Colegio Oficial de Biólogos de Extremadura). Profesor de Biología y Geología.

Suscríbete para seguir leyendo