La futura selectividad se está cocinando en el Ministerio de Educación, cuyos técnicos la están pactando con Universidades y la Conferencia de Rectores (Crue). En el calendario inicial, estaba previsto que la norma viera la luz en mayo o junio pero ha habido desacuerdos internos en Educación que han hecho que el borrador se retrase unas semanas. Esas discrepancias son técnicas y se solucionarán en breve, aseguran fuentes ministeriales.

En julio, el departamento que dirige Pilar Alegría hará público el borrador, pactado ya con el equipo del ministro Joan Subirats y los rectores. Después, el real decreto atravesará el proceso burocrático habitual: pasará por la conferencia sectorial (donde se reúne el ministerio con las autonomías), el Consejo Escolar y el Consejo de Estado. Finalmente, en octubre o noviembre, el Consejo de Ministros lo ratificará definitivamente.

La futura selectividad, que entrará en vigor no el próximo curso académico sino el siguiente (2023-24), será una prueba acorde con el nuevo bachillerato, más competencial y variado, como ordena la vigente ley de educación (Lomloe conocida como ley Celaá por el apellido de la exministra de Educación). No habrá 17 exámenes (uno por cada territorio autonómico), pero tampoco será una prueba única en toda España. Fuentes ministeriales explican que la futura Ebau (evaluación de bachillerato para el acceso a la universidad) tendrá una parte común pero respetará las competencias de las autonomías y los rectores.

¿Cómo serán los exámenes? Más competenciales y menos memorísticos. ¿Serán más difíciles? No, pero sí diferentes.

Preguntamos a varios profesores, tanto de universidad como de institutos, cómo debería ser la futura selectividad para que los alumnos y alumnas lleguen más preparados a la facultad o al camino académico que elijan, incluida la FP superior. 

Doctor en Biología, profesor e investigador de Genética Biomédica, Evolutiva y del Desarrollo en la Universitat de Barcelona y especialista en neuroeducación, David Bueno lleva 12 años participando en los equipos de docentes universitarios y de instituto que redactan los exámenes de selectividad en Catalunya en la rama de biología, donde ya llevan un tiempo intentando que las pruebas sean más competenciales y menos memorísticas. «Un examen competencial significa que tienes que aplicar lo que has aprendido a una situación nueva», explica el profesor haciendo hincapié en que los alumnos han tenido que estudiar y aprender muchas cosas a lo largo del curso. «La selectividad tiene que ser competencial porque si no, el bachillerato no lo será y habremos perdido una oportunidad de oro», insiste.

Un ejemplo

Bueno pone un ejemplo sobre cómo sería un examen de biología en la futura Ebau. Teniendo en cuenta que las mitocondrias son órganos encargados de suministrar energía, una pregunta clásica sería: «Mitocondrias: estructura y función». Por contra, una competencial sería: «Se ha descubierto un nuevo gusano en el mar Egeo sin mitocondrias. ¿De dónde sacan la energía estos gusanos?».

Ante la incertidumbre -y la perspectiva de que los estudiantes tendrán que discurrir bastante más- es lógico preguntarse si los futuros exámenes serán más difíciles. «Es injusto decir eso. Lo que sí serán es diferentes a los de ahora. Los aspirantes tendrán que pensar, comparar y redactar más», responde Bueno.

Escribir un texto, no analizarlo

Cada asignatura tiene su idiosincrasia, pero la comunidad educativa opina que todas las materias -incluidas latín y griego- se pueden aprender desde el punto de vista competencial. En lengua, por ejemplo, la versión clásica de la selectividad es la de pedir un análisis sintáctico. Consciente de que la Ebau actual «solo valora un contenido memorístico que hoy está en internet», Carlos Elías, catedrático de Periodismo de la Universidad Carlos III (Madrid), asegura que en lugar de pedir un comentario de texto, los aspirantes deberían escribir un texto. «Un buen texto», puntualiza.

Licenciado también en Química, el catedrático Elías añade que un examen clásico de química sería preguntar qué concentración tiene una disolución. En su opinión, es mucho más interesante plantear al alumno un problema sobre qué inconvenientes puede tener para una empresa el uso de contaminantes químicos.

A pesar de confiar en la futura selectividad, Elías opina que la Ebau debería sufrir dos giros radicales. Uno, quitar la prueba de inglés, que, en su opinión, segrega socialmente porque el nivel del idioma extranjero depende en gran medida del poder adquisitivo de la familia. El segundo giro, más radical todavía, es la desaparición de la selectividad: «Me parece mucho mejor el modelo anglosajón donde cada facultad pone su propio examen a los aspirantes».

«No sirve para nada»

«La selectividad actual no sirve para nada. No te dice nada del talento matemático de los estudiantes». Así de tajante también se muestra Clara Grima, profesora titular de Matemática aplicada en la Universidad de Sevilla y divulgadora. En su opinión, los alumnos llegan a las facultades con poca compresión lectora -una de las grandes asignaturas pendientes del sistema educativo- y pocos conocimientos. Ellos, añade, no tienen la culpa. Tampoco los docentes, que hacen lo que pueden. Más bien, la culpa la tiene un bachillerato enfocado únicamente a aprender cosas para aprobar un examen.

Talento humano

En opinión de Grima, que también imparte clases en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática de la Universidad de Sevilla, la Ebau de matemáticas no debería limitarse a plantear un problema de manual para aplicar una determinada fórmula o teorema sino una situación cotidiana para que los futuros universitarios elijan la herramienta para solucionarlo. «Los exámenes competenciales son necesarios para desarrollar el talento humano, que es lo que no tienen los ordenadores. No habrá tantos sobresalientes pero sí podrán servir para detectar el talento matemático», asegura.

Un examen competencial de matemáticas sería aquel que hace «leer, pensar, razonar y elegir». Fran López Mellado, profesor de matemáticas en el instituto Sabinar (Roquetas de Mar, Almería), es partidario de una selectividad en la que el enunciado del problema haga pensar a los estudiantes en lugar de escribir una respuesta mecánica. «Para eso hay que aprender cosas durante el curso. Y sí, también memorizar», concluye.