Hace 46 años, en una ya lejana Semana Santa de 1976, los vecinos de Oliva de la Frontera vivieron una pasión singular y hasta insólita por las calles de su localidad. Arrancaba así la escenificación de la Pasión Viviente de Jesucristo, que nada impidió su celebración a lo largo de los años salvo el virus de la covid-19. Gracias a esta iniciativa, la Semana Santa comenzó a vivirse con emoción y tradición, convirtiéndose en una catequesis viviente y en un acto cultural, según relata la Agrupación Local de la Pasión Viviente en su página web.

La historia de esta representación vive un continuo ascenso hasta alcanzar su momento de máximo éxito con la declaración de fiesta de Interés Turístico Nacional en 2018.

La iniciativa surgió de la comunidad católica de la localidad pacense que, en 1976, deseaba sentir el periplo de Jesús de Nazaret en Jerusalén durante sus últimos días de vida. Las procesiones ya no llegaban igual a la población por monótonas y aburridas, y las calles, plazas y otros rincones del pueblo facilitaban la recreación de los momentos de pasión, muerte y resurrección de Cristo.

 La idea caló y el cura José Ramos Capilla y un grupo de vecinos prepararon los guiones basándose en los textos de los Evangelios y acondicionaron Oliva de la Frontera para que se convirtiera con Jerusalén.

La participación de profesores, universitarios, electricistas, peluqueros, carpinteros, técnicos de sonido, albañiles, agricultores, funcionarios y numerosas personas permitió que aquella Semana Santa de 1976 la Pasión Viviente de Oliva de la Frontera iniciara su andadura.

Posteriormente, se constituyó Agrupación Local de la Pasión Viviente. Cada año, aumenta la participación popular hasta conseguir que, en la actualidad, más de 500 personas participen activamente en el drama doloroso de la Pasión de Cristo.