«Entre él y el pequeño suman 101». Así bromea uno de los familiares sobre la diferencia de edad entre Ángel y Lucas. Al primero y al segundo les separa un siglo. El primero es el bisabuelo del segundo y, aunque el segundo acostumbre a acaparar la atención de la familia cada día, el primero es protagonista esta semana. No es para menos. Ángel García Felipe (Trujillo, 1920) es uno de los pocos en la capital cacereña que puede presumir de superar la centuria.

El cacereño, vecino de Las 300, es conocido en el barrio por haber sido encargado de repartir el pan de la Romualda, un horno mítico en el imaginario de los cacereños. Ángel fue joven en el Cáceres de los 20, lleva casado más de 70 con Andrea Calero, la persona que le ha acompañado prácticamente toda su vida. Aparte de ser panader, también ejerció de guarda de seguridad mientras las casas bajas encaladas de Las 300, en las que vive desde hace más de cincuenta años, se construían. Es en esa casa precisamente donde la familia de Ángel se reunió este martes para celebrar el aniversario del abuelo --bisabuelo también--.

Mientras llegan los invitados, él reposa en la sala de estar a la espera de ser el anfitrión de la fiesta. La tarta no falta, en el centro algo que suelen llevar pocas, tres números. «Tiene que soplar las velas». Están presentes sus hijos Juana y José, sus nietos y sus dos bisnietos. Pasará el aniversario con su familia, quizá lo mejor que ha recaudado en estos cien años porque cuando alguien le menciona que qué le parece pasar su cumpleaños rodeado de seres queridos, rompe a llorar. «Siempre se emociona», confiesa su hija.

Para Ángel no hay prisa. Se mueve con tranquilidad, él puede tener la licencia para hacerlo. Reconoce que está «contento» y está «bien» aunque le fallan las «piernas». Echa de menos «pasear». Salvo sus dificultades de movilidad fruto de la edad y sus problemas de dicción provocados porque «ni tiene ni quiere» usar dentadura, el cacereño conserva sus capacidades con plenitud.

Sobre si hay secreto para la longevidad, asegura que no hay «truco». Cierto es que en la familia ya hay antecedentes que han rozado y superado la centuria y, mientras Sara, una de sus nietas, la madre de Lucas, sostiene que «cena todas las noches patatas fritas». «Todas las noches». Quizá esa sea la clave.