El Periódico Extremadura

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REFORMA DE LA ANTIGUA ENFERMERÍA DE SAN ANTONIO DE PADUA: TECNOLOGÍAS, MÉTODOS Y PLAZOS

Jerónimas: arranca la restauración más singular de los últimos tiempos en Cáceres

Se trata de una fachada única en el casco histórico, que permitirá rescatar la arquitectura fingida del siglo XVIII que simula pilastras y enfoscados. Habrá una visita abierta a la obra

Restauradores especializados trabajan ya sobre el muro de la antigua Enfermería de San Antonio, hoy Convento de las Jerónimas. SILVIA SANCHEZ FERNANDEZ

¿Qué veis? Preguntaba siempre Fátima Gibello cuando llevaba a sus alumnos de la Universidad Popular ante el Convento de las Jerónimas. «Escudos, cantería, varias ventanas, una especial adornada con flores, restos de esgrafiado...», contestaban. «Ahora mirad con otros ojos», les retaba. Y ellos comenzaban entonces a descubrir restos de pigmentos en amarillo, en ocre, en almagra..., y trazos de algo que fue y que el tiempo ha desdibujado. Ahora, como restauradora del Consorcio Cáceres Ciudad Histórica, Fátima verá hacerse realidad uno de los anhelos de ese patrimonio cacereño que conoce de memoria: recuperar la imagen dieciochesca de la fachada de la Enfermería de San Antonio de Padua (hoy convento), en la calle Olmos.

Podría calificarse como la obra más singular de las emprendidas por el Consorcio (integrado por Junta de Extremadura, Diputación Provincial y ayuntamiento) en los últimos años, pero no por su coste o envergadura, sino porque sacará a la luz, a través de recursos de última tecnología y técnicas minuciosas, una fachada única en el casco histórico. Se trata de una arquitectura fingida por medio de la pintura, a modo de trampantojo, que simula pilastras y enfoscados toledanos con verdugadas de ladrillo, cuya base es un zócalo esgrafiado de doble encintado. Apoya sobre un zócalo auténtico también a base de sillares, añadido en épocas posteriores.

FÁTIMA GIBELLO / Restauradora del Consorcio Cáceres Ciudad Histórica EL PERIÓDICO

«La fachada ha perdido muchos pigmentos. Está muy atacada por los microorganismos y la suciedad»

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«Los colores son ya casi imperceptibles al perderse muchos pigmentos. La fachada está muy atacada por los microorganismos y la suciedad, de modo que no puede realizarse una lectura completa de la misma», detalla Fátima Gibello. Recuerda, además, que no hay otro edificio policromado de este tipo en la parte antigua porque en el siglo XIX comenzaron a picarse todos los revestimientos para dejar la mampostería vista, una tendencia que acabó con posibles pigmentos. «Se trata por tanto del único ejemplo que nos queda, al menos en los exteriores», indica la restauradora, razón por la que propuso su restauración entre los proyectos del Consorcio.

«Debemos entender que nuestra parte antigua ha variado mucho. Una casa que se levantó en el siglo XV ha tenido que someterse a diversas reformas para adaptarse a los tiempos», explica José Ramón Bello, concejal de Urbanismo y arqueólogo especializado en Patrimonio Cultural. «Por eso se ha producido una diacronía tan interesante en Cáceres: su casco histórico ha sido de una manera en cada época», subraya. «Así, tenemos una muralla de dos mil años que en un tramo concreto puede ser hoy parte de un salón, pero en el siglo XIX era una bodega, y anteriormente un elemento al descubierto que daba prestigio en época cristiana, y antes un elemento defensivo en época almohade, y antes romano…».

De ahí la importancia de la fachada de las Jerónimas, «donde tenemos la gran suerte de mantener esa arquitectura fingida, policromada e incisa del siglo XVIII, con la suficiente presencia como para recuperarla. Es una verdadera joya, un caso único en Cáceres», destaca José Ramón Bello. Quizás al principio pueda parecer un tanto extraña, disonante, frente a la imagen habitual de la parte antigua, con elementos en ladrillo y paredes desnudas, «pero resulta realmente interesante poder mostrar cómo eran esos palacios en una época», argumenta.

De todos modos, Fátima Gibello aclara: «El edificio no quedará como si fuera obra nueva, sino que se dejará la pátina del tiempo y en tonalidades más bajas. Hablamos de una restauración, no de recuperar colores como el rojo o el amarillo en sus tonalidades originales, y siempre con materiales reversibles para que, si en algún momento deben eliminarse o reintegrarse, pueda hacerse», precisa.

¿Y quién será el responsable de ejecutar a pie de obra un trabajo tan exigente y a la vez delicado? La empresa extremeña Isabel Martín Restauración Artística y Patrimonial lo llevará a cabo tras ganar el proceso de licitación. La propia Isabel Martín, restauradora especializada en pintura y escultura, ya está a pie de obra con su plantilla, formada por Lidia Guerrero, Ana Cuadrado y Agustín Municio, todos ellos restauradores con experiencia y especializados en distintas áreas (arqueología, carpintería, albañilería...). Por delante tienen cuatro meses y un presupuesto de 66.366 euros para devolver al edificio su singular imagen del siglo XVIII.

Con los andamios instalados hace un mes, el equipo ya está a pleno rendimiento. Cada semana mantienen una reunión para plantear las tareas y fijar objetivos. El resto lo pasan trabajando palmo a palmo en la fachada barroca. Utilizan jeringas, espátulas, espatulines, cepillos, alcohol, agua y curiosamente sus teléfonos móviles de forma continua para valerse de aplicaciones y lograr la máxima precisión. «Estamos realmente comprometidos y a la vez ilusionados con esta restauración de la fachada, porque ha pasado desapercibida en los últimos siglos y, cuando terminemos el trabajo, se convertirá en un elemento singular de la ciudad. Vamos a recuperar los valores cromáticos patrimoniales, pero lo haremos con una intervención muy respetuosa», explica Isabel Martín.

ISABEL MARTÍN / Restauradora de la obra EL PERIÓDICO

«Vamos a recuperar los valores cromáticos patrimoniales pero con una intervención muy respetuosa»

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Tan respetuosa que requiere mucho trabajo previo. La fachada ha sido objeto de un estudio profundo con fotografías de alta resolución, vuelo con drones, técnicas fotogramétricas y catas para captar esos pigmentos originales, así como las patologías existentes en las capas y en la superficie. Posteriormente se ha iniciado la restauración propiamente dicha. «Ahora mismo estamos en la fase inicial, con nuevas pruebas para realizar una consolidación previa que nos asegure que el enlucido esté bien sujeto a la superficie. Donde no es así, inyectamos unos morteros de cal específicos, muy fluidos, que van uniéndose al estrato inferior», precisa Isabel Martín.

Una vez que cada tramo de fachada adquiere la consistencia suficiente, comienza entonces la limpieza, «siempre muy suave, respetando la pátina, para eliminar toda la capa de biodeterioro y aplicar a continuación herbicida que proteja el edificio durante un periodo de tiempo», revela la restauradora.

Tras la consolidación y la limpieza llegará la fase de reintegración volumétrica (rellenar las grietas y las lagunas que presenta la fachada) y la reintegración cromática (recuperación de las tonalidades existentes, aplicándolas también a los nuevos añadidos de mortero y a las zonas con lagunas de pérdida de color). «El objetivo es que la fachada tenga una lectura uniforme», subraya Isabel Martín, reiterando que no se imprimirán los coloridos fuertes que debió tener en su origen, siguiendo por tanto el proceder en una restauración de este tipo.

Dar con esas tonalidades exigirá nuevas y continuas pruebas con pigmentos hasta que se consigan las más aproximadas. Todo ello aplicado desde el andamio de manera escrupulosa, «prácticamente a bisturí y pincel, como la restauración de un óleo pero llevada a una fachada», destaca el concejal de Urbanismo, que pone en valor la «experiencia y metodología» de los restauradores que lo harán posible.

 «Trabajamos con elementos de muchísimo valor histórico, incluso a veces también emocional y sentimental, por eso tenemos un equipo en el que confío plenamente», destaca Isabel Martín. Un trabajo que es necesario compartir con la ciudadanía, «para que se conozca la importancia de estas obras tan singulares, tan bonitas… Se genera un aprecio, incluso un cariño hacia el monumento, se refuerza la identidad de las personas con su patrimonio, y se previenen prácticas como el vandalismo», sostiene la restauradora.

JOSE RAMON BELLO / Concejal de Urbanismo y arqueólogo SILVIA SANCHEZ FERNANDEZ

«El edificio demuestra que la parte antigua ha ido variando a lo largo de los siglos. Tiene una diacronía interesante»

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De ahí que el propio concejal de Urbanismo, José Ramón Bello, haya anunciado que, hacia la mitad de la ejecución, el Consorcio Cáceres Ciudad Histórica organizará una nueva sesión del programa ‘Cáceres abierto por obras’, tal y como se hizo en la muralla, para enseñar a pie de andamio cómo se desarrollan los trabajos. «Entendemos que el patrimonio debe ser un elemento vivo, integrado en la ciudad y abierto a todas las personas cuando se trata de proyectos del calado y el prestigio de este. Es la mejor manera de interiorizarlo y sentirlo», afirma.

Y así, hacia el próximo otoño, una vez finalizados los trabajos, los cacereños y por supuesto los turistas podrán contemplar en la parte antigua, por primera vez, este tipo de decoración muy común en el siglo XVIII. Aunque las restauraciones de pinturas y esgrafiados no toleran la humedad, no se prevén retrasos en el curso de la obra puesto que coincidirá con los meses de verano. 

La enfermería y los nobles ‘alcobistas’

La Ribera del Marco, origen de tantas cosas en Cáceres, está también indirectamente detrás de la causa por la que se levantó el actual Convento de las Jerónimas en plena parte antigua. Y es que la orden seráfica había construido su Real Monasterio de San Francisco junto a dicho cauce en el siglo XV (el mismo gran recinto que se conserva hoy bajo titularidad de la Diputación), debido a la prohibición del Fuero de Cáceres de que las órdenes religiosas se establecieran dentro de la villa. Pero la comunidad franciscana y sus acogidos sufrían continuas enfermedades debido a la humedad de la zona, sobre todo paludismo y tercianas. Por ello, el concejo les cedió un solar intramuros en 1659, que comprendía distintas casas de familias como los Cabrera-Sotomayor, para que levantaran su hospital en una zona menos comprometida, y así se construyó la Enfermería de San Antonio de Padua, con capacidad para treinta enfermos.

La nobleza cacereña ayudó a los monjes a dar forma al edificio y habilitar el interior, donde se dispusieron celdas sufragadas por las distintas familias, que además se encargaban de los gastos de los enfermos que eran tratados en sus respectivas celdas hasta que se recuperaban. Por eso dichas familias fueron llamadas ‘alcobistas’.  Aún se mantienen los valiosos escudos de armas policromados sobre azulejos en las puertas interiores, que indicaban el linaje que sufragaba cada celda, como los Ovando, Solís, Golfín, Godoy, Ulloa, Carvajal o Aldana entrelazados con otras casas.

El edificio funcionó como enfermería hasta la desamortización de 1838. Posteriormente se instaló la casa rectoral de San Mateo y a partir de 1892 albergó un colegio femenino de las Carmelitas de Vedruna denominado Santa Cecilia (germen del actual). Ya en 1974 ocuparon el inmueble las Madres de la Orden de San Jerónimo, que hoy tienen en él su convento bajo el nombre de Monasterio de Santa María de Jesús.

La ornamentación pictórica de la fachada está datada en el siglo XVIII aunque no hay mucha información sobre la misma, salvo que en esa centuria se remodeló exteriormente el recinto. También destacan los escudos heráldicos protegidos como Bien de Interés Cultural (BIC): el de los Vizcondes de la Torre de Albarrega, el de Sotomayor-Bravo, el de Cáceres, el de San Francisco y el de Felipe V. 

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