el bombo

Subir a la Montaña

Un momento de la Bajada de la Virgen de la Montaña.

Un momento de la Bajada de la Virgen de la Montaña. / CARLOS GIL

Antonio Sánchez Buenadicha

Antonio Sánchez Buenadicha

La Virgen de la Montaña es la única Virgen del mundo que baja y sube de su ermita ella solita. No necesita hermanos de carga. Eso es lo que aseguran los catovis que nunca dicen "mañana bajamos a la Virgen" sino "mañana baja la Virgen". Y si Ella no baja nosotros subimos.

En Cáceres había solamente un Instituto de Segunda Enseñanza y por lo tanto se le conocía por el nombre de el Isti. Era el centro de enseñanza más progre. Bueno, dentro de lo que por entonces se puede llamar progre. Por ejemplo, en algunos colegios pegaban, en el Isti solo te llamaban mastuerzo. En el Isti acababa el curso unos días antes de la feria de mayo, lo que para algunos era muy conveniente pues podía suponer un extra en la menguada paga que te daban tus padres mientras que para otros suponía no poder montar en los coches chocones. Los exámenes no acababan ahí pues luego venían los de Reválida y de Preuniversitario.

A partir de ese día a primeras horas de la mañana subíamos a la Montaña no tanto para ver a la Virgen como para lograr batir el record de la subida que estaba alrededor de los diecisiete minutos si comenzabas a subir por el atajo de Fuente Rocha. Había alguno que aseguraba haber subido en trece minutos pero todos sabíamos que o mentía o su reloj atrasaba. Esta competición duraba hasta que las monjas y el Pade (el Paideuterion) acababan el curso y las chicas de la pandilla y sus amigas decidían hacer una novena a la Virgen bien en agradecimiento por haber aprobado el curso bien para pedirle ayuda en la reválida aunque habría alguna que subía porque sabía que en la caravana iba el chico que le gustaba.

La verdad es que a muchos de nosotros lo de la novena no nos atraía en exceso pero procedíamos a subir encantados porque era una de las pocas ocasiones en que podías ligar si es que a eso se le puede llamar ligar pues aparte de algún pequeño achuchón al descuido o un roce más o menos consentido no había más que contar. Unos rezos apresurados y a retozar por los alrededores. Eso sí, con mucha prudencia pues eran tiempos en los que existían las y los vírgenes. ¡Qué felices éramos!

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