Todo iba perfecto para estas extremeñas. Un embarazo deseado, que evolucionaba bien; hasta que una prueba hace saltar las alarmas y los médicos pronuncian palabras que ninguna madre (y padre) está preparada para escuchar incluso mucho antes de ver por primera vez la cara de su hijo: «algo no va bien», «hay un problema», «tu bebé es inviable»... Un mazazo. Entonces ponen ante sus ojos el paso que deben dar: interrumpir su embarazo. Y les ofrecen la única alternativa que hay en la sanidad extremeña: acudir a una de las clínicas privadas con las que tienen concertado este servicio. Tras el diagnóstico, salen de la sanidad pública y entran en el mismo circuito al que derivan también a las mujeres que expresan su deseo de abortar (la ley permite hacerlo hasta la semana 14 y a partir de ese momento si hay un diagnóstico grave, como en estos casos). Se sienten solas en la gestión de su duelo porque todos los hospitales públicos son objetores de conciencia. Todos. 

Esther Acero en Plasencia. Perdió a su hija cuando estaba embarazada de 20 semanas. PLASENCIA. 08-02-2022. FOTOGRAFO: TONI GUDIEL GIRONA. esther mama duelo gestacional

«No me llamaban por mi nombre en la clínica. Era el ‘número 1’»

«Viví sola todo el procedimiento. Nadie me llamaban por mi nombre, era ‘el número 1’. Me indujeron el parto, me pusieron anestesia general y me llevaron al quirófano. Entré allí embarazada de 22 semanas y salí con la barriga y las manos vacías. Como si nunca hubiera existido el embarazo, como si mi hija no hubiera existido. Nadie me ofreció verla, y yo estaba tan superada que tampoco lo pedí entonces», recuerda Esther Acero, del área de Salud de Plasencia. 

Era su primer embarazo. «Imagínate la ilusión que teníamos», rememora. Pero en la ecografía de la semana 20 diagnosticaron a la niña «una malformación incompatible con la vida». Le recomendaron abortar y le programaron la cita para una semana después en la clínica Guadiana Los Arcos de Badajoz, el único centro concertado dentro de la región para las interrupciones de embarazo. «Lo primero que nos encontramos en la puerta de la clínica fueron colectivos antiabortistas. Yo iba con un certificado médico que decía que la malformación de mi hija era incompatible con la vida. Y lo que menos necesitaba era eso. Para mi hija no había opción», dice. Después de ese aborto necesitó ayuda psicológica durante varios meses y comenzó a buscar por su cuenta información que no había tenido: conoció a colectivos de duelo, vio que había otra forma de proceder. «Hoy hubiera exigido verla», insiste.

Es lo que recomiendan en todos los casos tanto psicólogos como los expertos de los grupos de duelo. De hecho, la guía que el Servicio Extremeño de Salud (SES) elaboró en 2015 también lo considera importante para no incrementar el sufrimiento de la mujer ante la pérdida de su bebé. «Da igual que el duelo sea por una pérdida espontánea o porque tienes que interrumpir el embarazo, son duelos igualmente», apunta la ginecóloga Miriam Al Adib, una de las autoras de la guía. Ese documento marca las pautas para evitar que la mujer tenga más sufrimiento en esa situación, «y eso incluye validar sus emociones, informarle bien, ir a la parte humana y respetar su despedida del bebé. Que la experiencia sea lo menos traumática posible, para que pueda elaborar un duelo que le va a llevar meses o años», añade. 

El SES deriva las interrupciones por causas médicas a 4 clínicas en Badajoz, Madrid, Sevilla y Salamanca

Pero como ella misma reconoce, «el aborto sigue siendo un tema tabú». Y que en estos casos las deriven a otras clínicas tampoco ayuda. «No se quejan allí porque se sienten culpables, no exigen sus derechos y al final muchas mujeres viven ese proceso de forma traumática, con una gran deshumanización. Eso es violencia obstétrica. Hay que poner nombre al problema y asumirlo para poder abordarlo y ponerle solución», enfatiza. 

«El diagnóstico de mi hijo no tenía solución. Pero el proceso sí»

«Hay una desinformación tremenda. Yo pensaba que me iba a morir con la montaña de papeles que me dieron para firmar después del diagnóstico», reconoce María (no quiere que aparezca su apellido para preservar su anonimato). En la semana 20 detectaron en el área de Salud de Coria una malformación grave en su hijo. No iba a vivir y había muchas posibilidades de que muriera ya dentro. Le recomendaron abortar, le dieron los papeles y le programaron la cita en la clínica de Badajoz dos semanas después. «Me sentía entre la espada y la pared, pero con la única opción de abortar. Me veía abandonada. El diagnóstico de mi hijo no tenía solución. Pero el proceso sí», se queja. Al final acudió a su matrona para preguntarle qué le iban a hacer. «Fue la persona que más me ayudó», recalca. 

Al final no pudieron atenderla en Badajoz porque la clínica no tiene acreditación para practicar interrupciones del embarazo más allá de la semana 22, y la derivaron a Madrid, donde el SES tiene otra clínica concertada que puede atender casos más allá de ese momento. «Son clínicas acostumbradas a ver a mujeres que quieren interrumpir su embarazo. Y eso no tenía nada que ver con lo que me pasaba a mí en ese momento. No entiendo por qué nos sacan de nuestro hospital, por qué nos abandona el médico que nos ha atendido», pregunta.

Desde el SES explican que «los médicos extremeños que trabajan en la sanidad pública, a través de sus colegios oficiales, se acogieron al derecho de objeción de conciencia desde que se aprobó la ley en 1985». El SES tiene conciertos por ello con las clínicas Guadiana Los Arcos en Badajoz, Multimedia en Salamanca (si la mujer lo desea es la clínica que se ofrece a las áreas de Plasencia, Navalmoral y Coria), y las clínicas Dator en Madrid y Ginesur en Sevilla, estas últimas «para interrupciones de alto riesgo», concretan. A la clínica madrileña fue derivada María. 

«Al llegar le comuniqué al ginecólogo que quería ver a mi hijo. No me lo aseguró, pero al final eso al menos fue posible», cuenta. Y le dio cierta paz. «Lo que vives no es algo que olvidas, lo llevas», dice.

Susana Morgado en el espacio del parque de Castelar, en Badajoz, dedicado a estas mujeres y sus hijos. SANTIAGO GARCIA VILLEGAS

«Muchas mujeres con una pérdida no deseada lo viven de una forma tan traumática que no pueden hablar de ello»

Susana Morgado - Mamá en duelo e impulsora de Allá, grupo de apoyo

Susana Morgado pasó una experiencia similar y en 2017 decidió crear en Badajoz el grupo de duelo Allá, que atiende a mujeres de toda Extremadura. «La pérdida de un hijo es una de las experiencias más devastadoras. Si fallecen durante el embarazo o al nacer, se añade el estigma del duelo silenciado», explican desde este grupo. «Muchas mujeres que acaban con una interrupción no deseada, no acuden a los grupos de duelo porque la experiencia ha sido tan traumática que no son capaces de hablarlo», dice Morgado. Ella ha atendido a diez mujeres en esa situación.

«Era un parto, pero sin recompensa final y sin compañía»

«Estás en un momento de shock y vulnerabilidad y no reaccionas. Pero después he pensado muchas veces en por qué no me peleé con quien fuera para que me dejaran ver a mi hijo», dice otra mujer del área de Salud de Mérida (pide que su nombre no aparezca). A su bebé le diagnosticaron una enfermedad incompatible con la vida en la semana 16 y se activó el procedimiento para derivarla, para someterse a un aborto terapéutico. Como otras madres, no entiende «cómo es posible que el SES sea objetor de conciencia en bloque y que no den ninguna opción en la sanidad pública», dice. 

El proceso le marcó por la frialdad: «Nadie se me presentó en la clínica, nadie me dijo lo que me iban a hacer. Preguntaba y no me respondían. Era como si yo no estuviera allí», recuerda. «Les decía que no me podían dejar ahí sola en el peor momento de mi vida». Y tanto insistió, que finalmente dejaron que la acompañara su marido hasta que entró al quirófano. No entiende por qué no lo hacen por norma. 

«Desde que te dicen que tu hijo no puede vivir estás en duelo, pero tienes que pasar por el proceso de un parto, con dolor, pero sin recompensa. Es horroroso que nadie te dé una palabra de ánimo o te sujete la mano. Eres solo un número», lamenta. (No se identifica a las mujeres en este tipo de centros para preservar la identidad de aquellas que quieren interrumpir su embarazo de forma voluntaria). A ella todo el proceso le causó un cuadro de estrés postraumático del que aún está en tratamiento. 

A Contracor es otro de los colectivos de duelo a los que han llegado casos de mujeres extremeñas que han pasado por una interrupción del embarazo por motivos médicos. Aunque es de ámbito nacional, surgió en Cataluña, donde se han producido algunos avances, aunque hospitales públicos como el Vall d’Hebron nunca derivaron a estas mujeres. «Se puede mejorar, pero está protocolizado. Al menos que no se les expulse del sistema público y puedan despedirse de su bebé», reconoce Cristina Romero, una de las fundadoras. De hecho, Extremadura es una de las pocas regiones, (junto a Madrid, Castilla-La Mancha, Aragón y Murcia) en las que todas las interrupciones del embarazo son en centros privados. 

Natalia Calderón en Badajoz. Perdió a su hija cuando estaba embarazada de 22 semanas. SANTIAGO GARCIA VILLEGAS

«Me martiriza no haber tenido la opción de que mi hija muriera en mi pecho»

«El abandono te castiga más que la situación que estas viviendo», recuerda Natalia Calderón. Como en el resto de casos recopilados, su hija Blanca «era un bebé muy deseado». Pero la madre rompió aguas en la semana 20 de gestación y los médicos del Materno de Badajoz le confirmaron que «el embarazo era inviable porque no había líquido amniótico en la bolsa», recuerda. Su hija no podía seguir desarrollándose así. Pidieron distintas opiniones pero todas llegaban a la conclusión de que no había ninguna opción. Había que interrumpir.  

En el Materno le explicaron cómo sería el proceso y que se podría despedir de su hija, porque allí sí aplican el protocolo de duelo. «Contaban con que teniendo la bolsa rota, me pondría de parto de un día para otro», recuerda. Y, como en el resto de hospitales públicos, si es un aborto espontáneo sí se atiende.

Pero no pasó eso. Estuvo 14 días ingresada por alto riesgo de infección y finalmente fue derivada a la clínica privada para practicar un aborto terapéutico. «Les pedí una inducción natural del parto y despedirme de mi hija. Pero me encontré con una pared de piedra. Decidían todo por mí y no había más opción que la que ellos planteaban», lamenta. Seis meses después, aún le cuesta verbalizar la pérdida y cómo se atiende: «Es increíble que se mire para otro lado. Si un médico te dice que tu bebé es inviable, no tienes nada ni a nadie. Estás sola»