El pasado jueves celebrábamos el Día Internacional del Mayor. Justo cuando el número de personas de sesenta años o más supera a los niños menores de cinco años y la pérdida de valores humanos, junto al sistema que hemos creado, les ha devaluado a niveles insospechados.

Este inolvidable 2020, quienes peor lo han pasado y lo están pasando, si es que han logrado sobrevivir, son nuestros mayores. Primero, por pertenecer al grupo con más riesgo frente a la pandemia y segundo, por el aislamiento casi total en el que se han visto obligados a permanecer durante el confinamiento y más allá de él.

Por si era poca la dureza de su vida en las residencias o, los más afortunados, en sus casas, el encierro y la enfermedad o el miedo a padecerla, unidos a la soledad, la han agravado. A pesar de los admirables intentos de muchos profesionales que compartieron junto a ellos tan difíciles momentos, lejos de sus familiares unos y otros, son públicos y demasiados los casos en los que las negligencias se han puesto de manifiesto.

Tantos hijos que habían llevado a sus padres a residencias, con la confianza de que alguien cuidara de ellos, han terminado perdiéndoles y ahora tienen que sumar a su pérdida un nuevo calvario, para exigir responsabilidades sobre el cuestionable trato o incluso muerte de su ser querido. Como las siete familias con algún residente fallecido o atendido en el centro de alzhéimer Los Pinos de Plasencia, que han mostrado su disposición por escrito, para unirse en una querella contra el exdirector del centro, por su gestión durante la pandemia.

Padres, esos seres tan valientes como valiosos, nos dieron la vida y desde ese momento, fueron y fuimos quitándosela poco a poco cada día. Hoy ya mayores que, tras todo un ciclo vital de trabajo y entrega a hijos y nietos, terminan cerrándolo volviéndose temerosos e indefensos niños. Porque, como escribió el humorista Sean Morey, El padrino de la comedia de Boston: “La vida debería ser al revés” y “se debería empezar muriendo... Luego despiertas en una residencia mejorando día a día. Después te echan de la residencia porque estás bien y lo primero que haces es cobrar tu pensión… y al final abandonas este mundo en un orgasmo”.

Ojalá pudiéramos devolverles y apreciar la magnitud de su amoroso regalo antes de irse para siempre y entonces, descubrir su verdadera importancia.