Opinión | Desde el umbral

Aprendiz de ti

Ahora sé cuánto te dolía no poder estar con nosotros cada vez que lo deseabas y tus obligaciones te lo impedían. Ahora sé que, aunque nadie te lo reprochara, tú cargabas igualmente con el peso de esos anhelos insatisfechos. Ahora sé qué te movía a hacer tantos sacrificios. Ahora sé en lo que pensabas. Ahora sé que no es fácil querer estar y tener que ausentarse por responsabilidad. Ahora sé lo que es una mirada honda. Ahora sé lo que es pensar primero en los otros y aparcar tus apetencias, gustos o antojos por un bien mayor para los demás. Ahora sé qué te llevaba a pensar tanto en el mañana. Ahora sé de otra razón más de entre todas esas que te impulsaban a luchar por hacer de tu parcela en el mundo un lugar mejor, más amable, hermoso, habitable y próspero. Ahora sé más sobre el instinto de protección, de cuándo nace, de cómo te invade y de la fuerza que confiere. Ahora sé cuál es la poción que alimenta la valentía. Ahora sé el porqué de tu afán por retratarlo todo y de tu gusto por conservar retazos materiales de memoria. Ahora sé que morirse antes de tiempo sería una putada. Ahora sé de la inmensa alegría que te embarga al saber de éxitos y aciertos que se firman con tu mismo apellido. Ahora sé más sobre esa capacidad tuya para perdonar y olvidar. Ahora sé de la pasión que te lleva a presumir de nuestro logros, a ser nuestro mejor publicista. Ahora sé cuál es la gasolina que te impulsaba a dar vueltas y vueltas, pacientemente, hasta encontrar todo lo que sabías que podía ilusionarnos. 

Ahora sé el motivo de que todo te pareciera poco cuando se trataba de nosotros. Ahora sé del verdadero valor de un beso, una caricia, un abrazo o una mirada. Ahora sé lo que explica que al mirarme la mano con una alianza, por primera vez, viese la tuya antes que la mía. Ahora sé que las canas son medallas que se ganan viviendo. Ahora sé del profundo dolor que puede sentirse cuando algo le pasa a tu hijo. Ahora sé de un nuevo tipo de felicidad. Ahora sé que lo que tú fuiste, eres y serás es el mayor de los honores, la más alta de las distinciones, lo máximo a lo que puede llegar un hombre. Apenas soy un aprendiz de ti y ya creo que sé algo. Siendo preciso y sincero, he de decir que, aunque haya escrito «ahora sé», en realidad, tendría que haber dejado impresa una sucesión de «ahora voy comenzando a saber». Porque también me enseñaste que no hay que ser presuntuoso, que hay que caminar siempre por la senda de la humildad y que todos los días se aprende algo nuevo. En tu paso por la vida has dejado una huella indeleble en el corazón y la existencia de muchas personas. Pero has de saber que lo mejor de ti lo has sembrado en tus cuatro hijos. Todos nos sentimos inmensamente orgullosos de ti, y nos faltarán siempre días, palabras y acciones para darte las gracias por criarnos y educarnos de manera inmejorable, y, sobre todo, por amarnos de manera incondicional. Y así te lo dejo apuntado por aquí, aunque mañana será el día de celebrarlo… ¡Feliz día del padre! Te quiero. 

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