Café en el campo, ojalá que llueva café

Cómo no calificar de enternecedora la empatía con Pedro Sánchez demostrada por el expresidente extremeño Fernández Vara en su excelsa felicitación

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno

Juan Sánchez González

Juan Sánchez González

Después de escuchar la intervención en el reciente debate de investidura de Míriam Nogueras, la portavoz de Junts en el Congreso de los Diputados, no debería caber duda razonable sobre el inconmensurable sacrificio que ha debido suponer para un político tan sensible y sensato como Pedro Sánchez tener que inmolarse, cual Mesías redentor, y pactar para presidir nuevamente el gobierno. Por el interés de España. A pesar de la displicencia y desprecio sobre el resto de los españoles que destilaba el discurso de la prócer separatista, al líder del PSOE no le quedó más remedio que asumir las desorbitadas exigencias de los independentistas, porque la convocatoria de nuevas elecciones -única alternativa para él concebible, aunque hubiera otras- podría conducir a que los españoles se equivocasen y dar pie a un gobierno de la extrema derecha y la derecha extrema (insuperable juego de palabras). Sin duda alguna, contra el interés de España.

Por el interés de España, y no por la legítima ambición de Pedro Sánchez, los socialistas de todos los puntos cardinales de la península e islas adyacentes han cerrado filas, y de manera entusiasta dieron al pacto con Junts y a su investidura un sí tan grande o más que el Teatro romano de Mérida, en el decir de algún destacado miembro del socialismo pacense. Y así fue como quedó consagrado el pacto de la democracia española supervisada, el de la amnistía, la autodeterminación y las compensaciones económicas a la depauperada Cataluña, reprimida por unas fuerzas de orden público fascistas y españolistas, y acosada por un poder judicial prevaricador e implacable contra los adalides de la patria catalana. Un pacto que redime por fin a la Cataluña inmarcesible de una historia violentada desde los borbónicos Decretos de Nueva Planta. Una historia que, para escarnio de los españoles, debe imprimirse con letras de molde primero en el Diario de Sesiones, y luego en las páginas del BOE cuando llegue el momento de depurar los decretos educativos sobre la enseñanza de la historia. Por el interés de España y para que los españoles aprendan de una vez, al igual que en su momento aprendieron y de memoria el catecismo de Ripalda, los fundamentos de la historia verdadera, o si lo prefieren, de la verdadera historia.

Por ello, cómo no calificar de enternecedora la empatía con Pedro Sánchez demostrada por el expresidente extremeño Fernández Vara en su excelsa felicitación: «Hoy, se garantiza más igualdad, más justicia social, más derechos sociales y más libertad para nuestra querida España.a ganado el diálogo, la concordia y la convivencia.a ganado el progreso». Eso sí, siempre y cuando los españoles acepten que el trato o la consideración que catalanes y extremeños pretendan merecer del Estado, no pueden ser ‘lógicamente’ igualitarios, porque la diferencia engendra una saludable desigualdad. Hay que superar el nefasto café para todos, virus incubado en la Transición, fuente de discordias e injusticias, y asumir que no todos pueden ni tienen que tomar café, producto de lujo reservado para paladares exquisitos. Y los demás, que se resignen y no desesperen, o que miren al cielo confiados como Juan Luis Guerra cuando entonaba su canción: ‘ojalá que llueva café en el campo, ojalá que llueva café’. Por otra parte, las invocaciones del expresidente de los extremeños sobre el triunfo del diálogo, la concordia y la convivencia, visto lo visto, oído lo oído, y reconocido lo reconocido en la sesión parlamentaria, nos trasladan al impreciso camino situado entre el delirio y la melancolía.

El resultado de todo esto tendremos que gestionarlo el conjunto de los ciudadanos, con el riesgo de que España se convierta en una suerte de camarote sicológico de los Hermanos Marx, y de que los españoles se transformen en marxianos, uy, perdón, quise decir marcianos

Todo lo referido hasta aquí ya ha ocurrido, forma parte de la historia, pero conforma los cimientos del presente sobre los que habrá que ir construyendo y entretejiendo el futuro. Con el candidato convertido en presidente y el nombramiento de los nuevos ministros, ahora se inicia la fase de los ‘pacta sunt servanda’, de las habilidades prestidigitadoras y del funambulismo político, con una sociedad expectante, exigente y temerosa ante una situación donde se han desbordado casi todos los cauces. No los de la legalidad, porque en una monarquía parlamentaria accede al gobierno quien consigue respaldo suficiente en el Parlamento, y eso es lo que ha sucedido. Sobre los de legitimidad -sólo lo anticonstitucional es ilegítimo- persisten dudas más que razonables, pero todavía no se ha pronunciado sentencia inapelable de que lo sucedido pudiera contravenir o no los preceptos constitucionales. Los que sí han quedado superados y ampliamente desbordados han sido los cauces más intangibles pero fundamentales de la ética política exigible en una sociedad democrática, donde el ineludible respeto y la observancia de la legalidad y la legitimidad, deben ir acompañados de un comportamiento consecuente y responsable de los representantes políticos en relación con los proyectos, promesas y compromisos que trasladan a los ciudadanos, y sobre los que recaban su apoyo. El descrédito, la impunidad y la volubilidad de los políticos resultan corrosivamente demoledores para una saludable convivencia ciudadana.

Voy a terminar, no sin recordar que durante los dos días que duró el debate de investidura, en el Congreso de los diputados no sólo se vivieron situaciones de tensión y dramatismo. Hubo también algunos episodios asimilables a monólogos y chascarrillos propios del club de la comedia, e incluso hubo risas y sonrisas. Las del candidato a presidente desde la tribuna me parecieron más inquietantes que conmovedoras. Quise interpretar benévolamente que eran nerviosas, pero pronto quedó en evidencia la posible naturaleza patológica. Su pública e histriónica carcajada ante la hipotética situación de que cualquier persona, o por supuesto, alguien como él pudiera plantearse rechazar el poder, en lugar de aprovechar cualquier resquicio por turbio que fuera para obtenerlo o conservarlo, debió parecerle tan pueril o inconsecuente, como inconcebible. El resultado de todo esto tendremos que gestionarlo el conjunto de los ciudadanos, con el riesgo de que España se convierta en una suerte de camarote sicológico de los Hermanos Marx, y de que los españoles se transformen en marxianos, uy, perdón, quise decir marcianos.

* Profesor de Historia Contemporánea

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