Una casa en las afueras

La hora de la seda

Mariposa menorca.

Mariposa menorca.

Mar Gómez Fornés

Mar Gómez Fornés

Flotar no es un concepto de nueva ola ni siquiera es una de esas sensaciones derramada por el movimiento hippy de los años setenta; flotar fue un experimento que usó Abu Ali al-Hsayin ibn Sina, más conocido como Avicena, médico y filósofo persa cuyo Canon se convirtió en un texto básico en Europa entre los siglos XIII y XVII.

Fue Avicena quién popularizó el experimento mental del hombre flotante para explorar la conciencia de uno mismo y que consistía en imaginar que uno flota en el aire sin contacto alguno con los sentidos. Hoy en día usamos la palabra flow, fluye.

Se trata en parte de hacernos olvidar que somos máquinas pensantes y que parte de nuestras acciones o reacciones surgen sin nuestro conocimiento o autocontrol. Dicho así suena fácil. Fluir. Según el diccionario de la RAE es la acción de brotar una idea o una palabra como fluye el agua en un río.

Fluir es lo que hacen nuestros pensamientos en el líquido elemento imaginario de la mente, esa especie de tazón porcelánico siempre a punto de estallar y resquebrajarse. Yo observo ese cuenco y si considero que lleva demasiado tiempo metido en la alacena de las vajillas lo intuyo saturado de polvo; polvo del conocimiento y de los días de balcones abiertos; polvillo de los pólenes de las flores que traigo a casa arrancadas de su natural existir en el parque; polvo de talco de las harinas que con su sabiduría hinchan bizcochos y cuerpos. A veces veo que ese cuenco alberga alguna que otra ceniza: son descamaciones del espíritu, todo eso que sobra y no sabemos donde colocar.

Fluye el polvo, el pensamiento, las palabras. Pero el verdadero fluir es no sentir que nada de eso está fluyendo como si en realidad fueran sábanas de la aviación de una mariposa.

Fluir es lo que hacen nuestros pensamientos en el líquido elemento imaginario de la mente, esa especie de tazón porcelánico siempre a punto de estallar y resquebrajarse

Fluir es dejar que la lengua desenrede de sus ramas los fonemas y los deje caer como algunos pájaros caen del cielo. Un pajarito de esos que fue ascua durante el verano y vuela desnortado sin poder encontrar su árbol.

Fluye el reloj cuando da en punto la hora de la seda, un simple roce de pestaña. Y una sueña con las grandes fábricas del sueño donde el ser humano compone en sus telares y techos altos los sueños más hondos.

Fluye la melodía en forma de lluvia, esa deseabilidad tan de la tierra y los terrones de arcilla.

Fluyen las cosas dichas desde el corazón o el túnel de lavado del anochecer, porque es mientras dormimos que se limpian los conductos del andamiaje mental. Ese laberíntico edificio que en la noche titila con lo deseado, lo imaginado; un faro, la culpa, los celos, lo mortal y eterno. Y es por eso que dejamos de fluir, porque el tazón precioso de nuestra mente colapsa al tener dentro tantas maravillas, pero también la angustia, el dolor, la soledad. Ya lo dijo William James, hermano del novelista Henry James, “cada imagen definida en la mente está empapada y teñida en el agua libre que fluye alrededor”. Fluir. Como la vida de un pájaro que parece estar hecha de la alternancia de vuelos y posados. Las nubes en el cielo aborregado igualmente fluyen con la perfección oronda de la sensación nubosa.

Hay en el fluir una suavidad de agave parecida a la del árbol del tulipán del sueño, donde no hay pesadillas y vuela la Hippoboscasemejante a como hace la musa en los amplios márgenes del poema.

Fluye todo el tiempo la sequedad de la tierra que a punto está de tensar su arco. Las rosas están incrédulas. La botica sin repuesto de belladona.

Fluyen las ideas si nos dejan en paz los políticos. De no ser por la invernal política seríamos libres como la pluma tras desprenderse del ala. Más libres todavía si al político se le hubiera marchitado ya la rosa funesta de la alianza…

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