Zona Zero

Almendros y uves en el cielo

La Fiesta del Almendro ancestral no coincidió con la floración, en este sindiós en el que se ha convertido el tiempo

Juan José Ventura

Juan José Ventura

Un sabio me preguntaba cada vez que yo tenía una duda sobre algo muy obvio: «¿La grulla es un pájaro grande o pequeño?». No hacía falta contestarla. La pregunta tenía implícita la respuesta. 

Estos días en la fuente de la Nacivera, que se encuentra en la cañada real de ovejas merinas de Navas del Madroño, he visto el paso de las grullas hacia espacios más cálidos. Es muy curiosa la formación en letra uve de estas aves que emiten trompeteos característicos y sonoros. Avisan sin duda, del cambio de estación, en este sindiós en el que se ha vuelto el clima. La mañana era luminosa y calurosa en pleno febrero y me pregunté por los inexorables ciclos del mundo, por los antepasados que han ido a beber de la Nacivera, una fuente natural, de agua no potable, a la que acuden cientos de personas a llenar sus garrafas.

Pienso en el inevitable paso de las estaciones en la vida. Lo hacía después en la Fiesta del Almendro en Flor de Garrovillas, en un paraje Gallito a rebosar de romeros dispuestos a celebrar los albores de una primavera que se adelanta cada año.

Este año los almendros tiñeron de blanco y rosa la zona justo en pleno Carnaval. Las lluvias de la semana anterior hicieron caer la mayoría de los pétalos. Fue la de este año una fiesta sin flores. Sin embargo, los garrovillanos se cobijaban bajo los almendros ancestrales, en una liturgia atávica, en la que la hermandad y la fraternidad entre clanes es la nota predominante. Son almendros viejos, de poco fruto y de vistosas flores. En este tiempo en el que llevamos siempre una cámara de fotos en nuestro móvil son innumerables las que se hacen los grupos junto a este árbol de la familia de las rosáceas. Después de la fiesta uno llega a casa y se da cuenta de que esa misma foto o parecida ya se la hizo un familiar hace años. Es un cartón ajado, con la imagen desvanecida en el que reconoces a los abuelos. Ese fantasma te habla sin palabras de los tiempos pasados, siempre los mismos, siempre distintos. Y el dolor por los que ya no están en esa fotografía se te clava en el corazón.

Muchas veces mirando al cielo pienso oteando grullas, elanios o cernícalos, miro las nubes, siempre las mismas y siempre distintas como el río de Heráclito. No dejo de pensar en que cuando no estemos las aves volverán a sus cuarteles de invierno, y cirros y cúmulos volarán sobre las cabezas de otros que no seremos nosotros.