Opinión | Lluvia fina

Un beso de saudade

Fueron muchos los viajes que en aquella época se repitieron a Lisboa y entre Alfama y el Chiado

'Grândola, Vila Morena', el himno de la Revolución de los Claveles.

'Grândola, Vila Morena', el himno de la Revolución de los Claveles.

ABBA ganó Eurovisión con el tema ‘Waterloo’ el 6 de abril de 1974 y justo 19 días despúes se produjo en Portugal la Revolución de los Claveles, de la que yo no supe nada hasta muchísimos años más tarde. De todo aquello se cumplen ahora 50 años y yo hago esta extraña asociación de ideas para poder situar en mi memoria el comienzo de mi gran amor con el país vecino, medio siglo de un viaje infinito, tranquilo y pasional, que nunca cansa y nunca termina y que debió iniciarse en 1975 ó 1976, cuando yo crucé por primera vez La Raya por Valencia de Alcántara y me compré en Os Galegos, mi primera cinta de cassette, una del grupo sueco que ya todos conocíamos mientras la península ibérica derrocaba o enterraba a sus dictadores. En medio de una perdida aldea portuguesa, con comercios que vendían toallas y pañuelos de cien colores o el preciado café Camello, que unos y otros compartíamos a un lado y otro de la frontera, yo me compré la música más actual del momento, algo que resume a la perfección lo que para mí ha sido, es y será siempre Portugal, una mezcla intangible de tradición y modernidad, de una autenticidad que siempre me cautiva, más allá de su belleza y su patrimonio, de sus azulejos, de sus tranvías, de sus calles con adoquines y sus preciosas carreteras con árboles. Cómo olvidar también mis primeros viajes de juventud al camping de Monsanto, en Lisboa, donde a finales de los años 80 coincidíamos jóvenes de toda Europa, en lo que entonces era una grandísima experiencia internacional a la que no estabamos nada acostumbrados. Todos volvíamos al atardecer, cansados de patear la ciudad ‘menina y moça’, y esperabamos ansiosos en el bar a que estuvieran listos los ricos dulces que horneaban cada día para llenar de olor y sabor portugués los sentidos de unos chicos y chicas que empezaban a volar solos y que en ese momento se sentían como en casa. Fueron muchos los viajes que en aquella época se repitieron a Lisboa y entre Alfama y el Chiado, tardes sentados junto al río en el Terreiro do Paço, empezábamos a conocer a Pessoa y el fado, mientras en A Moreiras nos comprábamos discos de ‘Xutos&Pontapés’. Siempre me he sentido al lado de La Raya, ya fuera en Mérida, Santiago de Compostela o Isla Cristina, las tres ciudades en las que, junto a Madrid, he tenido casa y curiosamente hasta la capital de España me unía a Portugal con ese tren nocturno, el Lusitania Express, que yo a veces cogía desde Cáceres y al que los “Coup de Soup” dedicaron una canción. Entre la morriña y la saudade, otro tren, al borde de la treintena, nos acercaba algunos fines de semana, en un discurrir verde de fachadas decoradas con paneles de azulejo, desde Vigo a Oporto, donde disfrutábamos de su evocadora melancolía y decadencia siempre tan llena de vida y tan actual.

Siempre me he sentido al lado de La Raya, ya fuera en Mérida, Santiago de Compostela o Isla Cristina, las tres ciudades en las que, junto a Madrid, he tenido casa y curiosamente hasta la capital de España me unía a Portugal con ese tren nocturno, el Lusitania Express, que yo a veces cogía desde Cáceres y al que los “Coup de Soup” dedicaron una canción

El país acogedor y generoso se fue adaptando a mis circunstancias personales y a lo largo de años, mientras mis niñas crecían, lo fuímos recorriendo de norte a sur en la búsqueda de las aventuras infantiles que nos ofrecían nombres tan sugerentes como “La boca do inferno” de Cascais, el “Portugal dos pequenitos” de Coimbra o el antiguo ‘Paraíso da brincadeira’ de Braga. Cómo olvidar nuestras estancias en el Hotel do Mar de Sesimbra o nuestro viaje navideño por el Algarve con un cachorrito de perro al que llevabamos a todos sitios escondido en un bolso. El tiempo, el implacable, ha volado y así, apenas sin darnos cuenta, pasamos de que ellas corretearán por el “Parque da Liberdade” de Sintra o por el Bosque de Buçaco, a posar, como aspirantes a “instagramers”, en el Palacio da Pena, en la estación de Sao Bento en Oporto o junto a las casitas de colores de Costa Nova, en Aveiro. Ahora ya con el nido vacío y cuando las niñas convertidas en jóvenes viajan por su cuenta por todo el mundo, sin olvidar nunca al país vecino, Portugal sigue ofreciendo esos fines de semana únicos en los que volver a sitios ya conocidos pero que siempre te regalan algo nuevo por descubrir, una playa escondida, un museo especial o el LX Factory bajo el puente 25 de abril. Cincuenta años de aquella revolución en la que se cantaba «em cada esquina um amigo, em cada rostro igualdade»; cincuenta años de un viaje infinito, tranquilo y pasional, de un amor que es como un destino, como un anhelo, como un fado, como una morna, como un «beso de saudade».

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