Opinión | Espectráculos
Continuidad y cambios
Al final, este lunes, para chasco de unos y alivio de otros, Pedro Sánchez anunció su continuidad como presidente del gobierno. «A veces, la única forma de avanzar es detenerse», dijo para explicar ese parón de cinco días en los que más de uno perdió los nervios, inmersos como estamos en un ritmo absurdamente acelerado, en la que una noticia pisa la anterior y no hay tiempo ni para argumentos complejos más allá de consignas, ni para debatir sobre proyectos a largo plazo. Pero, aunque su decisión pillara a muchos de sorpresa, era la más lógica y la que menos trastoca a una sociedad que siguió funcionando sin ningún problema esos cinco días. Los haters de Sánchez enseguida dijeron que eso demostraba que todo había sido un paripé, pero yo no lo creo. Cansa el nivel de insultos y de vulgaridad obscena de tantos opinadores, no solo en la prensa de derechas. Lo más probable es que, realmente, Sánchez, que no es de piedra ni un superhéroe de titanio, se viera tocado por las acusaciones sobre su mujer y, por muchas burlas que hagan algunos, a mí no se me ocurriría cachondearme, por ejemplo, de un compañero de trabajo que se tomara unos días de baja por haber sufrido un ataque de ansiedad.
Lo más probable es que, realmente, Sánchez, que no es de piedra ni un superhéroe de titanio, se viera tocado por las acusaciones sobre su mujer y, por muchas burlas que hagan algunos, a mí no se me ocurriría cachondearme, por ejemplo, de un compañero de trabajo que se tomara unos días de baja por haber sufrido un ataque de ansiedad
Esos días también sirvieron para comprobar, mal que pese a sus haters, el grado de apoyo que tiene Sánchez entre la gente de izquierda. Desde luego nadie se movilizó para pedir a Casado que se quedara, ni lo haría nadie por Feijóo. Por Ayuso seguro que sí, aunque me temo que esas movilizaciones se centrarían en Madrid, mientras que por Sánchez salió gente a la calle desde Valencia a Plasencia. Llamó la atención oír por una vez a García Page mostrar su apoyo a Sánchez (después de años de desgastarlo sin ninguna necesidad) o ver a Carmen Romero, que fue durante cuarenta años mujer de Felipe González, acudir a Ferraz para apoyar al presidente. Ese parón debería servir para un replanteamiento o un reset de las relaciones entre los dos grandes partidos, que deberían pensar en llegar a grandes consensos por el bien del país y no solo por contentar a los suyos y a sus socios minoritarios. En un sistema electoral presidencialista de doble vuelta, Sánchez se habría impuesto sobre Feijóo, y cuestionar su legitimidad es despreciar a una mayoría de españoles. Ya le llegará su turno al gallego, si no es defenestrado por su ala más ultra e impaciente.
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