El Periódico Extremadura

El Periódico Extremadura

MAXIM BUZIROV Y SU FAMILIA VINIERON CON LA EXPEDICIÓN CACEREÑA Y CUENTA A ESTE DIARIO SU PRIMER MES FUERA DE UCRANIA

«Mi hija vio caer dos bombas y temía los ruidos. Ya duerme por las noches»

Tenía pesadillas cada día con las explosiones y se despertaba asustada para esconderse bajo la cama. Llegó a Cáceres con sus padres y sus dos hermanos desde Irpín, una ciudad que ha quedado devastada

Maxim Buzirov, ayer en la sede de Grúas Eugenio en Plasencia, donde le han contratado como soldador.

La hija pequeña de Maxim Buzirov, de 4 años, era incapaz de dormir por las noches. Justo el día en que su ciudad, Irpín (muy cercana a Kiev) fue invadida por los rusos, dos bombas estallaron junto a ella y desde entonces cualquier ruido le hacía temblar de terror. Desde aquel día, cada noche, se despertaba asustada y corría a oscuras para intentar esconderse, probablemente porque cada día tenía pesadillas con aquellas explosiones. Su familia fue de las primeras en llegar a la capital cacereña, gracias a la expedición organizada por el Círculo Empresarial Cacereño y liderada por la cacereña Inmaculada Polo. Maxim vino junto a su mujer y sus tres hijos, ella de 4 años y otros dos de 15 y de 18. A él se le ha permitido salir de Ucrania porque tiene nacionalidad rusa, aunque residía en este otro país porque su mujer es ucraniana (a los varones de entre 18 y 55 años con nacionalidad ucraniana se les impide salir por si se les necesita en el frente militar).

Se marcharon a Plasencia porque el gerente de Grúas Eugenio, Diego Hernández, le contrató como soldador (el trabajo habitual de Maxim en Ucrania) en su sede placentina. Y desde hace un mes residen en una casa de acogida en mitad del campo. Un día sobrevolaron el cielo de Plasencia unos aviones militares y la pequeña, al escuchar el estruendo, pensó que las bombas habían llegado también a España. Corrió hasta una caseta de madera, donde se escondió abrazada a un peluche que se ha traído de Ucrania, sin parar de llorar. Sus padres fueron tras ella y la tranquilizaron. Pero desde hace una semana, en la paz de esta casa de campo, está menos inquieta y puede dormir sola por las noches. Solo por eso, Maxim agradece haber llegado hasta Cáceres.

Lo contaba ayer a este diario desde su trabajo, en Grúas Eugenio, traducido por Julia Semak, una bielorrusa que reside en la ciudad de Plasencia. Empezó a trabajar hace una semana porque ha tenido que recuperarse primero de una lesión que tenía en una de sus manos, que se había producido en Ucrania. Está aprendiendo castellano, aunque asegura que el idioma, de momento, no está siendo un impedimento para conversar con sus compañeros. Dice que se entienden a la perfección.

Dentro de unos días dejarán la casa de acogida y se mudarán a un piso de alquiler en el centro de Plasencia, para facilitar su integración en la ciudad. Y después de Semana Santa sus tres hijos comenzarán a ir al colegio; han sido admitidos en el Santísima Trinidad (Josefinas). Desde que llegaron han aprovechado para estudiar castellano con un profesor nativo y se han apuntado a clases de baloncesto y voleybol, donde ya han hecho amigos.

Cuando comiencen las clases su mujer, que ahora se encarga de ellos, intentará también buscar trabajo. Ella ya maneja algo de castellano porque de pequeña viajó varios veranos a España con un programa que traía a los niños de Chernóbil. Está reviviendo aquella época y vuelve a ilusionarse.

De momento su idea es quedarse en Plasencia al menos un año. Después, todo dependerá de lo que decidan sus hijos. Aunque volver a Irpín, de momento, no está en sus planes. Ha sido una de las ciudades que más ha sufrido la guerra y está casi completamente devastada. El hermano de su mujer tuvo que quedarse en esta localidad y ha estado durante todo este mes escondido en un sótano. Sigue vivo. 

Compartir el artículo

stats