Testimonio de un penitente

Francisco García, de Valverde de la Vera: “Ser empalao es duro, pero merece la pena”

Tiene 46 años y lleva 23 vistiéndose; cada año, espera el momento de que llegue el Jueves Santo para cumplir su promesa o manda con un viacrucis impactante y sobre todo "emocionante"

Raquel Rodríguez Muñoz

Raquel Rodríguez Muñoz

Francisco García Luis es un valverdano de 46 años que sabe bien qué es vestirse de empalao porque lo lleva haciendo desde que tenía 23. Reconoce que, al principio, no se atrevía, “no sabía si mi cuerpo iba a aguantar”, pero ahora que está acostumbrado confiesa que “lo tienes tan interiorizado que estás esperando el momento”, ese Jueves Santo en que Valverde de la Vera se transforma para acoger una celebración de interés turístico que impacta a quien la ve por primera vez.

El padre de Francisco nunca se ha vestido de empalao, sí un tío suyo y ahora lo hacen él y a lo largo de los años lo han hecho también sus dos hermanos. Uno de ellos, Pedro, mantiene la tradición junto a Francisco.

Precisamente, sus hermanos, un tío y un amigo se encargarán de vestirle de empalao este año, si la lluvia no lo impide, para que pueda cumplir su promesa o manda recorriendo las 14 estaciones del Vía Crucis que realizan por las calles del pueblo.

"La sensación de frío se lleva mal, aunque al final es un cúmulo de todo porque se te duermen los brazos, se te corta la circulación"

Francisco reconoce que ser empalao es “duro, pero estoy acostumbrado, sé lo que me va a pasar” y no duda de que “merece la pena”. Lo que peor lleva son “los pies, la sensación de frío se lleva mal, aunque al final es un cúmulo de todo porque se te duermen los brazos, se te corta la circulación y, al principio, te asusta un poco, es agobiante”. Una vez desvestido, le darán friegas con alcohol de romero para que la sangre vuelva a circular con normalidad.

No obstante, entre los muchos sentimientos que afloran cuando se viste y cuando realiza el recorrido destaca el de la emoción. “Es muy emocionante, se me pone la piel de gallina”.

Reconoce que para un foráneo, ver a los empalaos con sus sogas, su timón de arado a la espalda, sus vilortas, su corona de espinas… “Es impactante, a veces gore”, pero para él es una tradición del pueblo que quiere seguir manteniendo todo el tiempo que pueda. También porque quiere ser un ejemplo para sus hijos y que “algún día ellos tengan el gusanillo”.

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