TRIBUNA

Extremadura, un espacio abierto al mundo

«Nuestra identidad está construida de historias, no de historia. Somos fronterizos, europeos y americanos: extremeños»

Blanca Martín Delgado, presidenta de la Asamblea de Extremadura.

Blanca Martín Delgado, presidenta de la Asamblea de Extremadura. / SARA BEJAR

Blanca Martín Delgado *

Fronteriza, europea y americana. Tres palabras que definen nuestra identidad como pueblo. Porque Extremadura, como todo, está hecha de aquello que nos ha precedido. Porque nuestra identidad, como todas, está compuesta por elementos heredados. 

Así lo fijamos hace ahora cuarenta años en nuestro Estatuto de Autonomía, pilar normativo que rige nuestra convivencia ciudadana en un espacio abierto al mundo. Un planeta, el nuestro, en el que los más optimistas suelen creer que lo normal, lo habitual, es la paz. Sin embargo, los investigadores Will y Ariel Durant calcularon que solo 250 años de los 3.500 primeros de civilización estuvieron exentos de conflictos bélicos. 

Conviene pensar en ello. Urge huir del pensamiento de manada porque la irreflexión, como expuso Hannah Arendt, es la precursora de la maldad y las peores atrocidades, como recuerda Amanda Mauri, pueden cometerse de forma sistemática y colectiva. Solo hay que echar la vista apenas unos años atrás. La renuncia a pensar conlleva al miedo y éste a la búsqueda del chivo expiatorio, a la deshumanización de la otredad, a la higienización del odio y a la burocratización de la violencia. 

Es inaplazable, por tanto, ya lo apuntó Friedrich Nietzsche, aprender a ver, aprender a pensar. Porque aprender a ver es «acostumbrar los ojos a mirar con calma». Porque pensar «exige una técnica, un plan de estudio». 

El temor a la reflexión serena nos limita, nos impide cuestionar nuestros hábitos mentales y arriesgarnos a que el otro tenga razón. Porque cuando no pensamos no vemos. Cuando no vemos, odiamos. Es la duda quien combate al odio porque éste, indica Carolin Emckle, es siempre difuso y con exactitud no se odia bien. 

Jean Delumeau sostiene que es precisamente en épocas de crisis cuando sentimos la necesidad de concretar nuestra ansiedad transformándola en miedos concretos compuestos, eso sí, de generalizaciones exageradas, de indefiniciones.

Le ponemos así cara y sabemos contra quién luchar. Incluso cómo hacerlo. Y es ahí, cuando arrecia la incertidumbre, cuando asoma la vulnerabilidad, cuando aparecen los mercaderes del miedo. La indefinición es su principal mercancía. Animan a la generalidad porque de éstas, escribe Bernat Castany, nacen los generales y de ellas los generalísimos. Un soberano, sí hombre por lo general, provincial capaz de allanar el camino, proveedor de seguridad y señalador con dedo acusador de aquel que no pertenece a ningún nosotros y es, por tanto, el culpable de nuestros males. 

Ese «asco proyectivo» que definió Martha Nussbaum nos lleva al rechazo de otras personas bajo el pretexto de protegernos de ellas. Será por ejemplos en nuestra historia… También la más reciente.

Pero si de verdad nos diéramos el tiempo de pensar, entenderíamos que nuestra identidad está construida de historias, no de historia. Somos fronterizos, europeos y americanos: extremeños. Pero llevamos tanto tiempo en esa era de la vileza definida por Antonio Muñoz Molina que el porquerismo, una palabra acuñada por Javier Sábada, se ha convertido en una enfermedad casi intratable. 

Me niego a que así lo sea y por ello apelo al humanismo, a la reflexión y al diálogo. Pareciera que éste último, que es una relación entre personas, hubiese sido reemplazado en este tiempo por la propagada y la polémica, dos especies de monólogo, decía Albert Camus. Pero el diálogo es lo que nos permite salir al encuentro, reconocer al otro, encontrarlo. 

Humanismo, reflexión y diálogo han sido los baluartes sobre los que se ha construido nuestra Europa, los resortes que la sostienen y que deberían mantenerla unida. En Extremadura somos conscientes de ello y desde hace ya unos años reconocemos su trayectoria con el premio Europeo Carlos V que concede la Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste: Jacques Delors, Wilfried Martens, Felipe González, MikhailGorbachev, Jorge Sampaio, Helmut Kohl, Simone Veil, Javier Solana, José Manuel Durao Barroso, Sofia Corradi, Antonio Tajani, los itinerarios culturales del Consejo de Europa, Angela Merkel, el Foro Europeo de la Discapacidad y Antonio Guterres. Todos y todas han dedicado su vida a construir una Europa de paz y un espacio firme defensor de los principios humanistas. 

Ese todas son aún pocas. Simone Veil, como en todo en su vida, fue pionera al ser la primera mujer en recibir este galardón. Desde aquí, desde Extremadura, nos recordó que Europa no debe encerrarse en sí misma, sino que debe unirse más aún para integrar a los más marginados. Fue lo que siempre hizo, no olvidar a los olvidados, a los ultrajados y humillados de la historia. 

«En estas últimas décadas Europa y el mundo casi han olvidado lo sagrados que eran antes los derechos de las personas y la libertad civil». No son nuevas estas palabras, pero su vigencia nos aturde, o, al menos, debería hacernos pensar. Fueron escritas en 1941 por otro gran europeísta, Stefan Zweig. 

Europa logró superar el odio que la llevó a matarse e hizo del siglo XX la centuria de los mayores horrores cometidos en nombre de la razón. Y pese a ello, pese a la tragedia de nuestra historia, de nuestra experiencia más reciente, Veil se preguntaba si nuestra sociedad no se estaría perdiendo de nuevo confundiendo la mentira y la verdad, transitando de nuevo por los caminos del odio guiados por los falsos profetas de nuestro tiempo. 

Está en nuestras manos, aún lo está, detenerlos. Con la palabra, el arma que nos aproxima. La herramienta que nos une. Con la humanidad. Porque sin humanidad, decía Miguel de Unamuno, no hay projimidad. No, no podemos prescindir de la dimensión deliberativa de la democracia, de la toma conjunta de decisiones colectivas. No debemos permitir que en nombre de la urgencia se difumine el parlamentarismo, la democracia, para aupar a redentores del futuro. 

Es preciso resistir, es obligatorio luchar contra los totalitarismos. Es una cuestión de dignidad, de memoria, de democracia y humanidad. Cuando tengamos la tentación de la inocencia, esa que definía Pascual Brucker como el intento de escapar de las consecuencias de los propios actos, pensemos. Nada, ningún derecho, ninguna paz, es duradero per sé. Requiere compromiso. Es imposible, dijo otra Simone, Simone Weil, sin un alto grado de inconsciencia, refugiarse en la indiferencia. 

Es pertinente despertar y organizar la solidaridad para mantenernos unidos contra la brutalidad, expuso Herbert Marcuse. Es preciso cumplir nuestro mandato, aquel que nos impusimos hace ahora 40 años en nuestro Estatuto de Autonomía: una Extremadura solidaria con cada rincón del planeta. Es nuestra identidad, conformada con las ideas de hombres y mujeres como los citados en este breve texto. Faltan muchos, muchas, tantos como extremeños y extremeñas, como ciudadanos y ciudadanas del mundo. 

Feliz Día de Extremadura.

* Blanca Martín Delgado es presidenta de la Asamblea de Extremadura