Opinión | Tribuna abierta

Flor Fondón Salomón

Donde derechos y deberes no sean más que palabras vanas

Desde 1997 en la lucha, sin más bandera que la Declaración Universal de Derechos Humanos, sin otro interés que la justicia, la igualdad y la dignidad

No hay un lugar en el mundo donde los derechos humanos sean una realidad para todas las personas. El planeta cada vez, paradójicamente, más inhóspito, aniquilado para garantizar nuestra extinción. El poder ostentado por sátrapas que no dudan en masacrar a la gente si eso les reporta beneficios. Mujeres y hombres, por millones, víctimas perennes de la barbarie. 

La Asociación de Derechos Humanos de Extremadura ha cumplido este año veinticinco años de existencia. Un cuarto de siglo desde que empezamos a radiografiar la realidad social con ese tupido tamiz que nos proporcionan los treinta artículos de la Declaración Universal. Y de lejos, ya, con la perspectiva feminista y visión crítica que hemos ido macerando nuestras acciones.  

Remotas quedan algunas de nuestras reivindicaciones, solo algunas: aquello que exigimos de acabar con la «mili». El servicio militar pasó a ser profesional en 2001. Apoyamos, con vehemencia, la lucha por el matrimonio entre las personas del mismo sexo. Felicitamos la puesta en marcha del Sistema Nacional de Dependencia que, a pesar de sus enormes carencias, ha aliviado la situación de miles de personas dependientes y de sus familiares. Dijimos, como otras organizaciones feministas, que la Ley Integral contra la Violencia de Género era necesaria pero que nacía con lagunas importantes. Desde la definición hasta el sujeto de protección (solo aquellas mujeres que fueran violentadas por sus parejas o exparejas). 

Veinticinco años en que hemos ido machacando, de forma constante, sobre la situación que viven las personas inmigrantes, su falta de derechos, sus penurias para sobrevivir. Y sí, a algunas de estas personas las hemos visto prosperar tímidamente, escalar de la miseria a la pobreza, o, rara vez, a la seguridad de un trabajo. Y son muchas las personas que se volvieron, anhelantes del calor de los suyos. A falta de comida, mejor en casa. Otras que siguen luchando contra la desesperanza, criando a sus niñas y niños en nuestro país, esperando mejor suerte. 

La Asociación de Derechos Humanos de Extremadura ha cumplido este año veinticinco años de existencia

Seguimos escrutando la realidad de las prisiones, infraestructuras obsoletas sin acondicionamiento para vivir con dignidad. Falta de recursos materiales, de personal. Una sociedad avanzada, nos decimos, y permitimos que miles de personas estén bajo la protección del Estado sin invertir en su reinserción, con la asistencia sanitaria muy deficitaria, con una ratio de atención psicológica irrisoria, suicidios sin esclarecer y con recomendaciones del Defensor del Pueblo año tras año. Donde las mujeres, como siempre, son las más olvidadas. 

Alarmamos, finalizando los noventa, sobre la situación en la estaban miles de mujeres extranjeras en los prostíbulos. Mercancía barata para nuestros hombres, da igual su estatus, que pueden rifar violaciones pagadas como si fueran botellas de cava, o patas de jamón. Y sigue pendiente la abolición de la prostitución, y la trata de mujeres cada vez con más ramificaciones y más clandestina y más furibunda. 

Dos décadas y media después habitamos una sociedad embobecida por las redes sociales, confundida por alta voceros aprovechados, trileros del discurso vacuo que es comprado por descamisados con necesidad de ilusión y por nostálgicos de la historia pasada. 

Desde 1997 en la lucha, sin más bandera que la Declaración Universal de Derechos Humanos, sin otro interés que la justicia, la igualdad y la dignidad. En la exigencia constante de esa eutopía donde los derechos que disfrutemos y los deberes que asumamos, encarnen su verdadera entidad.

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