Opinión | Extremadura desde el foro

Recesión democrática

El miedo a un futuro incierto debilita el pacto básico de nuestras democracias

Larry Diamond, profesor de Standford.

Larry Diamond, profesor de Standford. / El Periódico

Es innegable que en el último año ha habido un intenso debate sobre la proximidad o no de una recesión económica, un «frenazo» a nivel global. Probablemente, una discusión envenenada por posicionamientos políticos, tratando de adaptar argumentos antes de realizar el ejercicio de analizar objetivamente los datos. No creo que nada de eso ayude a tomar mejores decisiones o a que el mensaje a la ciudadanía genere certidumbres. Es el signo de los tiempos, que nos habla de otro tipo de «recesión».

El término que da título a estas líneas no me lo puedo atribuir. Es brillante, así que hubiera estado bien. Su autor es Larry Diamond, profesor de Standford y un hábil (y polémico) observador de nuestra sociedad. La tesis que defiende es que las últimas tendencias sociopolíticas demuestran que el mundo está inmerso en una «recesión democrática».

Hay un impulso político en los países desarrollados en culpar(nos) a las sociedades occidentales no sólo de los males propios, sino de servir de dique para el desarrollo de otros países. Una perífrasis que trata de apuntar al culpable sin señalar directamente: la economía de mercado. 

Yerran el tiro, claro: los mayores niveles de bienestar social se han conseguido bajo el maridaje perfecto del capitalismo y la democracia liberal. Eso no evita que ahora exista una crisis de confianza en el funcionamiento de ese binomio. El capitalismo se ha visto sometido a dos formidables test de estrés: la gran crisis financiera y la pandemia mundial. En ese proceso, ha perdido el prestigio de generar crecimiento. No exclusivamente económico, sino también del sostenimiento de los estándares de vida de los ciudadanos de aquellos países que abrazan la economía de mercado. La inestabilidad inherente a estos acontecimientos, auténticos disruptores sociales, ha generado inquietud sobre fundamentos sociales que se creían inquebrantables, lo que deriva en una crítica general, no sobre el mercado, sino hacia la democracia en sí misma.

En realidad, no se ha producido una «ruptura» del sistema. Por primera vez la máquina muestra un mal funcionamiento. El miedo a un futuro incierto debilita el pacto básico de nuestras democracias: que el estado proveerá las condiciones suficientes para el bienestar y el futuro de sus ciudadanos. 

Es llamativo que, de hecho, haya una relevante intervención de lo público, por su respuesta tardía o por falta de prevención. Pero a menudo se obvia la participación política, lo que deriva en un aumento de credibilidad en lo público en detrimento de lo que se entiende como resto de fuerzas del mercado. Ese hueco es una amenaza para nuestras democracias.

Porque ahí se cuelan los estatistas y los convencidos en el uso de los recursos públicos de forma política. Pese a que se ha demostrado que la gestión pública no es la mejor solución en muchos sectores (el cacareado «rescate a la banca» fue un auxilio al quebrado entramado de cajas de ahorro, públicas y políticas), ante cualquier error en el mercado se pretende responder metódicamente con «más estado». 

La otra vía de agua es el populismo. La versión más radical del sistema democrático es usada precisamente para la erosión de sus pilares fundamentales: el estado de derecho y la separación de poderes. Les sonará las apelaciones a la «voluntad del pueblo» o a la «mayoría parlamentaria». Siendo ambas formas de representación (la primera, sentimental y nada medible), ninguna debe tener la fuerza de conculcar las bases de convivencia ni el funcionamiento de las instituciones. Nada más antidemocrático que destruir acuerdos sociales llamados a sobrevivir a cualquier pretensión partidista o ideológica.

Está claro que enfocamos situaciones incómodas para la ciudadanía, que comprueba con desgradado como la siguiente generación tendrá que lidiar con una enorme deuda. Pero nada se solucionará desde la falsa dicotomía de lo público versus los mercados. El crecimiento de las pasadas décadas, y la estabilidad democrática, se han fundamentado en una útil cooperación público- privada. El estado debe espolear la competencia para crear las condiciones de mercado que redunden en beneficio de los ciudadanos y evitar prácticas corruptas que minan la confianza en el funcionamiento de la sociedad.

Como dice Martín Wolf «la democracia liberal se ha probado exitosa, pero es frágil». Su legitimidad se basa en una reglas del juego que deben cuidarse por todos. Conviene no bajar la guardia.

*Abogado, experto en finanzas

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