Opinión | Lluvia fina

Madres

Todo es complejo y al mismo tiempo simple, esencial, certero

No hay nada tan natural y al mismo tiempo tan complejo como ser madre. Lo dice una mujer de 57 años que lleva más de dos décadas ejerciendo y que, además, por circunstancias de la vida tuvo una madre biológica que murió de parto, una abuela y una tía madre en sus primeros años de vida y una madre que fue su madre y que la dejó definitivamente huérfana hace dos años.

Quizás por ello, aunque siempre me he sentido alejada de la idealización de la maternidad, tampoco comparto esa visión actual en la que ser madre parece ser visto solo desde la dificultad y apenas desde el enriquecimiento.

Soy feminista desde que serlo te situaba en la extrema izquierda de todo y cuando era casi subversivo defender que no todas las mujeres tenían que desear ser madres. Quizás por eso, me descoloca que reconocer ahora en mi madurez que haber tenido a mis hijas ha sido la experiencia más importante de mi vida, que realmente es lo que yo siento -no tiene por qué ser así en las demás- me sitúe a veces en la sospecha de que mi feminismo no es tan puro ni tan inmaculado como algunas y algunos quisieran. 

Fui madre de forma totalmente deseada, consciente y hasta programada por primera vez a los 32 años, en el momento que yo consideré oportuno para no añorar perderme otras experiencias y justo antes de que la biología pudiese empezar a dar problemas. 

Evidentemente no fue un cuento de hadas, porque la vida tampoco lo es, pero precisamente por ello y quizás también porque mi madre nunca pudo tenerme, yo valoré desde siempre el milagro de abrazar a mis hijas, de consolarlas en sus llantos o de una risa que siempre «me hizo libre, me dio alas», como a Miguel Hernández.

No hay nada en el mundo que me haya dado más paz que contemplar el sueño tranquilo de mis niñas, como tampoco hay un terror más grande en la vida que solo llegar a pensar que pudieran correr algún peligro. Así de grandiosa y cruel es personalmente la maternidad para mí. 

Además, ser madre me convirtió también en una persona más solidaria, con la necesidad apremiante de construir un mundo mejor, más justo y más igualitario para que ellas y los hijos y las hijas de todas y de todos pudiesen sentirse protegidos. 

«Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres», la famosa frase de Rosa Luxemburgo, podríamos decir que se hizo menos teórica y mucho más práctica para mí cuando empecé a sentir como madre, además de como mujer.

Tengo dos hijas, pero creo que si hubiera tenido un hijo varón, me hubiera sentido aún más comprometida con mi feminismo, para educarle como un hombre sensible con la causa de las mujeres y libre de ese corsé de tipo duro que a muchos de ellos también les oprime y les ahoga.

Mi marido, el padre de mis hijas y mi compañero de vida, siempre ha sido el verdadero cuidador de las niñas, ahora ya mujeres, porque su horario laboral se lo permitía mucho mejor que a mí. Aún así, yo me acogí a la primera ley de conciliación de la vida laboral y familiar que posibilitó, en 1999, que las mujeres pudiéramos reducir nuestro horario por el cuidado de los hijos. Pude así, con el preceptivo y en mi caso nada desdeñable recorte salarial, tener las tardes libres para poder vivir la infancia de mis hijas.

No hay nada en el mundo que me haya dado más paz que contemplar el sueño tranquilo de mis niñas

No me arrepiento para nada de ello, todo lo contrario, aunque entiendo perfectamente y aplaudo que otras mujeres puedan y deban anteponer su carrera profesional y, además, obligar así a los padres a una conciliación que sigue siendo, a pesar de todas las leyes, injustamente cosa de mujeres.  

 Ahora, que son los propios jefes los que dan lecciones de feminismo a sus trabajadoras para que no concilien, como si nosotras no supiéramos elegir por sí solas, creo que siempre ha faltado que ellos se empapen de la cultura de los cuidados y se alejen, aunque solo sea un poquito, de ese modelo social que solo da valor al éxito laboral. 

Todo es complejo y al mismo tiempo simple, esencial, certero, por eso, como hoy es el Día de la Madre, yo me quedo con el regalo más bonito que me han hecho en mi vida. Es una simple hoja de libreta arrancada en la que una niña de cinco años, que esperaba a que yo terminase de trabajar, escribió todo seguido en torpes letras mayúsculas «Tú no sabes lo que yo más quiero en el mundo: tú, mamá».

*Periodista

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