Tribuna

Posverdad, el arte de la manipulación

Determinados grupos o personajes están empeñados en enrarecer la atmósfera de convivencia

José Antonio Vega Vega

José Antonio Vega Vega

En un tiempo en que sería necesario remansar la dureza de las relaciones sociales, determinados grupos o personajes están empeñados en enrarecer la atmósfera de convivencia, ya de por sí cargada de animadversión, por no decir de odio. Existen demasiados individuos, enredados en controversias mezquinas, que evidencian comportamientos que niegan la supremacía de la cultura sobre los instintos y cuyo único interés es impulsar al resto de los ciudadanos a adoptar actitudes insolidarias.

Poder influir en la opinión pública o imponer determinadas ideologías ha estado siempre en boga. Para alcanzar tales objetivos se suele acudir a la manipulación. La táctica manipuladora supone utilizar ideas e informaciones interesadas para obtener una adhesión a nuestros pensamientos. La desinformación es uno de los principales pilares de la manipulación. Su objetivo es convencer a la posible víctima de que las ideas que se le trasmiten -generalmente falsas- le van a resultar totalmente beneficiosas. En otras palabras, intentar controlar la conducta o los sentimientos ajenos con estrategias y técnicas psicológicas adornadas con embustes y demagogia.

Hay muchos tipos de manipulación. Entre familiares, compañeros y amigos la más común es la emocional, que suele utilizarse como una subrepticia forma de dirigirse a los demás haciéndose la víctima para que se actúe como el manipulador quiere. El chantaje emocional es una actuación artera con la que se pretende controlar ideas o deseos ajenos. Otra de las manipulaciones más practicadas es la económica. Normalmente se centra en la manipulación del consumidor, al cual falazmente se le promete un mundo de éxito personal o felicidad si consume determinados productos. Tampoco debemos olvidar la manipulación política, que se traduce fundamentalmente en falsas o incumplidas promesas electorales. Pero, con no menos profusión, se produce la manipulación social, proveniente de personas indeseables que quieren cambiar, no solo nuestras ideas, sino también nuestras costumbres, nuestra historia y nuestra idiosincrasia. La manipulación social quizá sea en estos momentos la más odiosa y nociva. 

La manipulación cada vez busca procedimientos más sutiles de actuación. Cuenta con un aliado importante: las redes sociales. También la inteligencia artificial es un elemento muy peligroso a tener en cuenta. Determinados individuos con poder económico, holdings o grupos con influencia política y social aspiran a subvertir creencias y valores éticos que la ciudadanía considera la base de su convivencia. Para ello, bajo la exaltación de ideas patrióticas, se justifica el terrorismo, se imponen ideas totalitarias o se culpa a otras razas del deterioro económico del país. Asimismo, en no pocas veces, se intenta criminalizar condiciones humanas y se fomenta la homofobia, se minusvalora la libertad de pensamiento o se pretende modificar la historia; en suma, se ensucia la convivencia con la imposición de una mentalidad gregaria que nos haga incapaces de distinguir lo correcto de la impostura. 

 Es claro que el fenómeno de la manipulación ha experimentado un auge peligrosísimo ayudado por las nuevas tecnologías. En las redes sociales captan mejor la atención los mensajes que afectan a nuestras emociones o nos sorprenden más. La sorpresa es una de las emociones que nos impulsa a compartir más publicaciones en redes; esto es, aquellas que se refieren a hechos que por su extrañeza nos impresionan. De ahí que las falsas noticias nos llamen más la atención, porque obviamente son inesperadas. Y, sin pararnos a contrastarlas, sentimos el impulso de compartirlas para ser los primeros en ilustrar a nuestros amigos y seguidores sobre un hecho importante que pensamos desconocen. 

En el ámbito manipulador, la inteligencia artificial va a suponer -ya lo es- un grave peligro. Los patrones éticos con los que programemos las máquinas van a ser determinantes para poder controlar esta nueva pandemia social. Los robots no tienen sentimientos ni conciencia, por lo que pueden programarse para influir en las ideas, o sea, para manipular; sin que una reflexión moral de su conciencia pueda abortar estas acciones. De ahí la importancia de que el ordenamiento jurídico regule una inteligencia artificial ética y respetuosa con los derechos humanos. 

Debemos aspirar a compartir la opinión de que sólo lo que aporte un bienestar ético nos permitirá respirar una atmósfera cívica y educada, sin intolerancias y sin odio. Nada emponzoña tanto nuestra vida como sentir a nuestro alrededor conflictos y enemistad, o estar envueltos en frívolas y estériles discusiones que no aportan nada positivo, sino que limitan nuestras relaciones sociales. Es necesario sobreponer la supremacía de la cultura y la educación sobre los bajos instintos. La barbarie, como un perverso instinto de destrucción que es, no debe ser consustancial a la persona humana. 

*Catedrático de Derecho Mercantil. Uex

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