desde el umbral

Conectados pero solos

Antonio Galván González

Antonio Galván González

Nuestro tiempo nos sitúa en un hábitat en el que las paradojas han dejado de ser hechos extraños para convertirse en sucesos comunes. Una de esas paradojas que cuesta comprender tiene que ver con la existencia de una sociedad que cada vez tiene más herramientas y medios para que las personas que la integran se comuniquen entre ellas y la propagación de ese mal silencioso que es la soledad. 

En un mundo que nos ofrece la posibilidad de sentirnos más cerca de los demás, cada vez hay más gente que se encuentra sola. Y lo peor de todo es que a ese problema que va creciendo en dimensión y gravedad no se le está dedicando la suficiente atención ni unos mínimos recursos humanos y económicos, mientras que se siguen presentando más aparatejos, sistemas informáticos y aplicaciones que dotan a la experiencia virtual de más visos aparentes de realidad. 

Con esto no quiero decir que haya que renegar de los avances tecnológicos o que debamos mantenernos ajenos a ellos, ni que, por tanto, tengamos que convertirnos en una especie de luditas de nuevo cuño. Es indudable que toda esa nueva tecnología puede aportar muchas cosas positivas a nuestra vida cotidiana o al desempeño de nuestra profesión. 

Pero no podemos ignorar que, en ocasiones, esos instrumentos y sus utilidades condenan a los menos proclives a relacionarse, y a aquellos a los que la vida ha alejado de la comunidad y de sus semejantes, a encerrarse en un mundo donde lo real, lo físico, lo palpable y lo carnal dejan de tener sentido porque lo virtual, lo etéreo, lo vacuo y lo intangible se sitúan en un plano más accesible y cómodo. 

Apple presentaba hace unos días sus gafas Apple Vision Pro, que suponen un auténtico salto de gigante en terrenos como los de la realidad virtual, aumentada y extendida. La factoría de la manzana, tal y como ya hiciera en el pasado con las tabletas, los teléfonos inteligentes o los relojes multitarea, alumbra un elemento que, de un modo u otro, antes o después, acabará por condicionar parte de nuestro futuro. 

A día de hoy, el precio del nuevo invento es prohibitivo para la clase media. Pero llegará un momento en que la gente de a pie pueda acceder a él o a otras versiones asimiladas por un precio más asequible para todos los bolsillos. Y, si bien hay que reconocer que las funcionalidades que anuncia resultan muy atractivas para cualquiera, también adelanta un nuevo mundo menos aireado, más encerrado en cuatro paredes, y, por tanto, más ensimismado (cuando no directamente onírico), y menos natural, sensitivo y humano; un nuevo mundo al que, al parecer, nos dirigimos ya sin remedio. 

La verdad y la mentira, lo real y lo ficticio cada vez se van a poder distinguir de manera más difusa. Y eso, por más que traten de convencernos de ello, no puede conducirnos a ningún buen puerto. A ninguno. 

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