Con permiso de mi padre

Siempre hay que volver

En aquel campamento de verano, un franciscano valiente nos enseñó valores que hoy siguen vigentes 

Mercedes Barona

Mercedes Barona

Canta Sabina que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, pero yo, que soy cabezota, estoy empeñada en echarle un pulso a la nostalgia y me impongo justo lo contrario. Por eso estoy decidida a volver a los lugares en los que fui feliz, que son muchos, afortunadamente, para renovar esa felicidad y engrandecerla. Y el triunfo absoluto de ese pulso es cuando aquéllos a los que quiero son felices donde yo lo fui una vez. Supongo que eso es el amor de verdad: desear lo mejor a quienes te importan, compartir.

Lo que reivindica el jienense es el tiempo pasado como la mejor opción, y desde luego no siempre es así. Será que nos lo parece porque ya no podemos volver atrás, porque el pasado es finito y en ciertos momentos somos conscientes del paso del tiempo.

Este fin de semana he compartido tiempo con personas a las que conocí hace unos 30 años, todos por entonces con menos canas, con menos arrugas, con todo por hacer. Éramos felices y no lo sabíamos, aunque lo intuíamos porque nos empeñábamos en volver a aquel campamento año tras año.

Uno de los mejores pilares para ser un adulto feliz es tener, por supuesto, una buena red familiar, que te sirva de raíces a partir de las que ir creciendo. Pero sin duda otro de esos pilares son los amigos que haces mientras creces; algunos te van a acompañar el resto de la vida, otros serán temporales, y los hay que los eliges cuando ya has cumplido una edad. Pero con los que llegan contigo a hacerse adultos compartes unas vivencias comunes que sellan una complicidad de por vida.

En aquel campamento de verano un franciscano valiente nos enseñó valores que a día de hoy siguen vigentes y que son más necesarios que nunca. Compromiso, honestidad, compañerismo, respeto, amor por la naturaleza… son esas cosas que antes se valoraban, pero que en estos tiempos para muchos parecen un lastre, porque implican esfuerzo y sacrificio.

Así que años después, cuando te cruzas con aquellos acampados en otras facetas de la vida, laborales, sociales, o de cualquier tipo, sigues sintiendo esa sensación de pertenencia, de grupo con la misma idea de lo que es importante y de cómo afrontar la vida. Dan ganas de guiñar un ojo y decir “ya lo sabes”, y una sonrisilla asoma en la cara.

Así que ahora que mis hijas viven lo que yo viví, me alegro muchísimo de volver a los lugares donde fui feliz y ver cómo ellas lo son. Y soy feliz de nuevo, pero multiplicado por dos.

Feliz lunes @merbaronam

*Periodista

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