Opinión | Macondo en el retrovisor

Cosas de mayores

Hay algo genuinamente humano en ese intento de buscar una explicación a los actos más despreciables de nuestros supuestos semejantes

Una fórmula infalible para perderle el miedo a los 'monstruos' es mirarlos de frente e intentar descifrarlos. Porque el horror a menudo es contradictorio y nos genera en la misma medida rechazo y curiosidad. Es por eso que hay crímenes y sus protagonistas, que se convierten en enigmas difíciles de resistir, y sirven de inspiración para reportajes, novelas, películas o series. El estreno en 'Netflix' de 'El caso Asunta' es el último ejemplo de ello.

   La ficción recrea el asesinato de Asunta Basterra, una niña gallega de 12 años de origen chino, por el que sus padres adoptivos, Alfonso Basterra y Rosario Porto, fueron condenados a 18 años de cárcel. La investigación y el juicio tuvieron en vilo a toda España, impactada e incrédula ante la naturaleza del crimen.  

   Pocas cosas son tan difíciles de entender como la muerte de un hijo o una hija a manos de sus progenitores. Hay algo perverso y perturbador en acabar con una vida de la que eres responsable y por eso, cuando sucede, conmociona a la sociedad, que necesita encontrar respuestas que le ayuden a digerir lo que ha sucedido. 

   Hay algo genuinamente humano en ese intento de buscar una explicación a los actos más despreciables de nuestros supuestos semejantes. Y lo hacemos alentados seguramente por el hecho de que, si existiera, podría de alguna forma amainar el desasosiego y el miedo que nos genera la certeza de que hay personas aparentemente 'normales' entre nosotros capaces de atrocidades, que nos quitan el sueño.

   Necesitamos pensar que hay algo 'anómalo' en ellos. Traumas de infancia, alteraciones genéticas, problemas mentales o sustancias químicas, que justifiquen sus comportamientos, y conseguir así, cierta paz mental al concluir que, aunque vivan camuflados en la 'normalidad', y pasen desapercibidos, hay algo objetivamente distinto en ellos, que es lo que les ha llevado a actuar de la peor manera posible. 

Esto no quiere decir, sin embargo, que sus acciones queden justificadas, en absoluto. Pero de alguna manera las respuestas a los por qué, en estos casos, pueden ayudar a cerrar la puerta del desasosiego que suscitan. Aunque, claro está, no siempre se conocen. 

   En 'El caso Asunta', magistralmente interpretado por Candela Peña, en el papel de Rosario, y Tristán Ulloa, en el de Alfonso, el director nos guía y nos señala algunas claves, que nos pueden ayudar a sacar nuestras propias conclusiones. Nos ofrece, incluso, diferentes versiones para que seamos nosotros los que elijamos y elucubremos. Supongo que de alguna manera nos hace sentirnos juez y parte, y ponernos en la piel de quiénes tuvieron la responsabilidad de escuchar y dictar sentencia, en uno de los juicios más mediáticos de España. Y lo cierto es que con todas las evidencias, los hechos probados y las incongruencias en las declaraciones, si bien es cierto que podemos deducir que los padres adoptivos de Asunta fueron responsables de su muerte, la cuestión que queda sin respuesta es por qué. 

   Y con esa incertidumbre, da igual que nos cuenten el cómo, las circunstancias o nos dibujen a la perfección los caracteres de los protagonistas, sus orígenes, su bagajes e incluso, sus fantasmas, porque al final lo que nos queda es nuestra interpretación de lo que pudo pasar, pero nunca sabremos qué les llevo a hacer lo que hicieron, y eso es lo más inquietante. 

La vida era mucho más sencilla cuando éramos pequeños y los malos, eran malos, y los buenos, buenos. Sin matices. Blanco y Negro. Unos eran los héroes planos e intachables que siempre ganaban, aunque costase; y los otros, pérfidos y despreciables, perdían irremediablemente, y se lo merecían.

   Hacerse mayor supone empezar a identificar y aceptar la escala de grises. Adivinar las sombras de quiénes admiramos y tener compasión y empatía con los villanos del cuento. Entender que no siempre vamos a tener las respuestas a todas las preguntas, entre otras cosas, porque no siempre estamos preparados para afrontar las respuestas. Asumir, aunque nos cueste creerlo, que todos podemos ser monstruos, en determinadas circunstancias impensables.

   Por eso la compasión no está reñida con la justicia. Es posible penalizar a alguien por sus acciones, sentir el horror más inmenso por el crimen que ha cometido, ser implacable o simplemente justo, pero tener siempre presente que no dejan de ser humanos. Y es más constructivo para todos tratar de entender qué les llevó a hacer lo que hicieron, en lugar de simplemente condenarles al ostracismo. Aunque sólo sea por saber interpretar las señales y los comportamientos, que podrían desembocar en otra vida perdida.  

Periodista

Suscríbete para seguir leyendo