Desde el umbral

Entusiasmo

Antonio Galván González

Antonio Galván González

El periodista Iker Jimenez tiene escrito en la biografía de su perfil de Twitter que ‘entusiasmo’ es su palabra favorita. Y, pensándolo bien, me parece una muy buena elección. Porque es el entusiasmo el que nos impulsa a vivir, el que, a lo largo de la vida, nos empuja a hacer cosas nuevas, a ilusionarnos con ellas, a no convertirnos en seres anodinos, aburridos, fríos, resignados, sin proyectos ni apetencias. Hay gente que logra conservar la fuente del entusiasmo en buen estado durante toda la vida. Pero, también, hay otra gente que se acostumbra a un tipo de vida en la que la rutina, la comodidad, la estabilidad, la falta de oportunidades o el sometimiento taponan cualquier mínimo brote de entusiasmo. La gente entusiasta transmite siempre positividad y buenas vibraciones. Los entusiastas logran embarcar en sus proyectos a buenos equipos y saben ponerse al frente de ellos para pilotar las naves con rumbo fijo a las metas perseguidas. Pero el entusiasmo no siempre es bien entendido. Porque muchos tildan de locos a los entusiastas. Estos nunca deberían permitir que lo que piensen los demás de ellos les influya. Porque las personas que descalifican a los entusiastas probablemente los envidian, porque anhelan ser como ellos pero su mediocridad se lo impide. Frente a los tristes aburridos y los cenizos es mejor construir un muro que les impida acercarse demasiado, pues podrían llegar a amputar a los entusiastas una parte fundamental de su ser, que es la que alimenta la llama de la vida, esa alma infantil irremplazable y la mente de los que sueñan despiertos. Aun sabiendo que es más difícil mantener activas las fuentes del entusiasmo que hallarlas y explorarlas por primera o única vez, a día de hoy, el entusiasmo que más me admira es el de los recién llegados a este mundo. Me cautiva contemplar cómo lo más simple despierta su curiosidad, cómo lo que podría parecer anecdótico les entretiene sobremanera, cómo se producen hermosas explosiones de alegría con actividades y elementos con los que aún están familiarizándose, cómo cada nuevo descubrimiento les embarga de felicidad, cómo nada de su entorno se escapa a su interés. He de confesar que tanto ese entusiasmo primero como esa inocencia de pureza sin igual me conmueven de un modo extraordinario. Pero, además de emocionarme, me convencen cada vez más de la importancia de impulsar el vuelo, de avivar la llama, de abrir puertas y ventanas, de desencadenar las vallas, de dejar ir, de empujar, de soltar... Habrá gente que esté de acuerdo o no con esta visión. Y es lícito que así sea. Pero no les quepa duda de que con la aniquilación del entusiasmo y la caída de los velos de la inocencia el ser humano se muere un poquito. Y que esa muerte tan temprana podría evitarse si quienes ya la sufrieron no reprodujeran errores del pasado. Parece tan sencillo que, quizá por ello, resulta complicado para algunos. Porque el ser humano, que tantas dificultades ha superado y tantos misterios ha desentrañado, se empeña en embarullar hasta lo más claro y ordenado.

*Periodista 

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