Macondo en el retrovisor

Tetris

Si algún día nos quitamos la carga mental, quizá volvamos a disfrutar del verano

Aracely R. Robustillo

Aracely R. Robustillo

Este año una amiga me mandó el ‘Test rapidito para saber si aún eres joven’, de la humorista e influencer Martita de Graná y los resultados no dejaban lugar a dudas: me he hecho mayor. Pero sin duda, la confirmación definitiva la he sentido este verano, cuando me he dado cuenta de que estaba deseando de que se terminaran las vacaciones, y de volver a la bendita rutina. 

Ya empecé a temerme lo peor, cuando me pasó lo mismo con los fines de semana. La realidad de que los lunes se habían convertido en un esperado oasis y que, por consiguiente, le habían dado la vuelta como a un calcetín, a lo que había sentido casi toda mi vida los domingos por la tarde, me golpeó un día en la frente, como una revelación. 

Habrá quien lleve con el ceño fruncido desde que empezó a leer este artículo, pero tengo la certeza de que hay otra parte de la población que entiende perfectamente lo que digo. Y me atrevo a decir que un porcentaje importante son mujeres con hijos. 

El ‘Club de las malasmadres’, una comunidad 3.0, que nació con el objetivo de desmitificar la maternidad ‘perfecta’, anunciaba en junio que comenzaban ‘los juegos de la conciliación’. Una forma irónica y guasona de resumir la odisea que supone ‘sobrevivir’ al periodo estival con los niños sin colegio. 

La solución, cuando se trabaja fuera, además de dentro de casa, claro: tirar de los abuelos o de la familia, si se tiene la suerte de tenerlos cerca; o de talonario, si se dispone de margen de maniobra. Pero en el mejor de los casos, la organización y la carga mental que conlleva es sin duda una nube negra, que hace que los veranos sean menos azules.

Atrás quedaron aquellos días en los que las vacaciones eran sinónimo de viajar a destinos exóticos, tumbarse en la toalla a la bartola, leerse varios libros y acostarse y levantarse a altas horas, sin más obligaciones que la santa voluntad de cada una.

Supongo que crecer implica complicarse la vida. No sólo por las decisiones que tomamos, sino también por las personas de las que nos rodeamos y las cargas impuestas, heredadas y/o elegidas, que conforman el particular ‘tetris’ de nuestra existencia.  

Pero de alguna manera, las madres parece que estuviésemos siempre en el nivel 21, ese en el que todo va echando leches, con la lengua fuera, mientras a otros, les da tiempo a tomarse una cerveza, echarse unas risas y perderse en el móvil, con tiempo de sobra para decidir y calibrar cómo encajar mejor las piezas del puzle. 

Y a veces, se atraganta en la garganta la certeza de que palabras, como liberación e independencia, que alentaron nuestras aspiraciones, están tan llenas de agujeros, como lo están de trampas los cantos de sirenas de otros términos grandilocuentes como conciliación, corresponsabilidad o el manido y sobado empoderamiento.

Quizás por eso y aunque nunca me han gustado las barbies, ni el rosa que llevan asociado y ahora lo tiñe todo, me parece que la película de Greta Gerwig ofrece una refrescante perspectiva sobre la maternidad. 

Desde el principio, nos cuenta que la muñeca en cuestión fue creada para que las niñas supieran que podían jugar a ser mujeres y no sólo mamás. Y en ese universo alternativo que plantea, en el que mandan las féminas, no existen los vástagos. 

Pero, además, la madre y ‘creadora’ es respetuosa y ausente y no interfiere en las decisiones de su ‘criatura’. Y en los personajes ‘reales’, la hija adolescente, que se ha distanciado de su progenitora, como Dios manda, vuelve a encontrar motivos para admirarla y respetarla, tras su discurso feminista y apasionado, que es de lo más repetido y celebrado en Redes, aunque lo llevemos escuchando durante años como el que oye llover. 

Que una película que plasma, aunque sea a través de la sátira y la parodia, la complejidad, los hitos y las contradicciones de ser una mujer independiente, pase tan de puntillas sobre su capacidad de reproducción y el derecho o no a ejercerla es de lo más liberador. De hecho, me parece lo más revolucionario de la cinta. 

Y si algún día lográsemos, de verdad, desmitificar y aligerar esa ‘carga’, sobre todo mental, que es ser madre, con toda la letra pequeña añadida que conlleva, no me cabe ninguna duda de que volveríamos a disfrutar de los veranos, como cuando eran aquel tiempo añorado de siestas y oportunidades infinitas. Y los adictivos tetris recuperarían su encanto.  

*Periodista

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS