Extremadura desde el foro

La complacencia

Admitir que Israel hostiga al pueblo palestino no implica defender el terrorismo extremista

Dos policías junto a los cuerpos de dos de los asesinados por Hamas el sábado en Israel.

Dos policías junto a los cuerpos de dos de los asesinados por Hamas el sábado en Israel. / Reuters

Alberto Hernández Lopo

Alberto Hernández Lopo

La calculada equidistancia de cierta izquierda hacia los terribles acontecimientos del pasado sábado en Israel no se ha expresado sólo en España. En Francia, han arreciado las críticas al líder de Francia Insumisa Mélenchon por su ambigüedad y por azuzar un antisemitismo latente en el país vecino. El intenso debate en Estados Unidos se ha focalizado en un sacrosanto epicentro de su cultura, Harvard, que ha rechazado izar la bandera israelí, como sí hizo en el cercano caso de Ucrania. Todos han optado por no condenar abiertamente a Hamás, usando diversas fórmulas de retorcimiento del lenguaje. O bien han criticado la acción para inmediatamente poner el acento en la culpabilidad compartida de la víctima, el estado hebreo y, de paso, de toda la comunidad internacional. Culpar a la víctima, algo que suele estar inmerso en su narrativa como un borrón del sistema. La congruencia, entonces, no parece ser su fuerte.

Yolanda Díaz pide soluciones inmediatas a un problema complejo mientras demanda atar de pies y manos a Israel

Allá arriba he dicho ‘cierta’ porque atribuir este comportamiento a todo el espectro de la izquierda sería cuando menos injusto. Es una actitud en la que se han prodigado los que se han erigido como ‘conciencia dormida’ en nuestra sociedad. Como la voz del ‘pueblo’, sin definir exactamente a quien se refieren. Aquellos que siempre tienen urgencia en dictar sentencias condenatorias, pero ahora exigen ‘contexto’. Aquellos que han llamado terrorismo a la pobreza energética o al machismo, pero esto no les parece encajar dentro de la definición. Esos.

Unos los llaman ‘woke’, pero yo creo que eso es sólo un intento, más o menos útil, de poner etiquetas. La socialdemocracia europea, por ejemplo y sólo con deshonrosas excepciones, no ha dudado en condenar el infame ataque terrorista.

Han usado, cómo no, discursos apasionados, encendidos. Como ha ocurrido con la cabeza de Sumar Yolanda Díaz, que exige soluciones inmediatas a un problema tan complejo mientras demanda atar de manos y pies a Israel. La mayoría de los líderes occidentales, incluso aquellos históricamente más vinculados a Israel, han optado por la condena pero desde el sosiego y el respeto que demanda el momento. Pero no, se entiende que justo esta coyuntura exige la declaración altisonante y la indignación por Palestina. O será, como dijo el gran Sergio del Molino (algún día se reconocerá su intensa labor de sustento del sentido común, en un tiempo en el que parece en retirada) «detrás de un discurso cursi se esconde casi siempre un hijo de puta».

Hay una explicación: la actual izquierda contemporánea ha abandonado el discurso de la lucha de clases y de las conquistas sociales. Tiene igualmente su lógica interna: la búsqueda de estándares de vida progresivamente más altos en estos países se ha hecho incompatible con una enmienda a la totalidad de un sistema que, con sus fallas, funciona. Por eso toda ha girado el centro de sus políticas hacia la identidad y la defensa de las minorías. Eso les permite identificarse frente al poder, frente al capital, y en el lugar del oprimido. Que interesa exista en un mayor número.

Nada es tan sencillo. Reconocer que el pueblo palestino está siendo hostigado por Israel no implica tener defender el terrorismo extremista. Exigir el cumplimiento de la legalidad internacional y los derechos del pueblo palestino no es en absoluto incompatible con condenar sin ambages el terror infligido por Hamás.  

Tampoco hay nada nuevo bajo el sol. Es un impulso histórico que ha llevado a la ultraizquierda a defender regímenes criminales como el de los Castro en Cuba o el eje Chávez -Maduro en Venezuela, soslayando sus evidentes violaciones es de derechos humanos y el continuo hostigamiento del que se muestra disidente sólo por pensar distinto.

Ocultan bajo un discurso buenista (el derecho de los palestinos a una vida digna) su verdadera naturaleza, que es el rechazo del capital, en primer lugar, y de la sociedad en la que están inmersos, como última ratio. Olvidan, intencionadamente, que el pueblo palestino está tan castigado por Israel como por Hamás y que un triunfo de los paramilitares sería dejarles en manos de una teocracia que no cree en las libertades ni el derecho de las minorías que son básicas e indiscutibles en las democracias liberales.

En este conflicto, como el de Ucrania, solo se puede tener una posición: somos la barrera frente a la barbarie. Porque a Israel podemos pedirles el cumplimiento de las convenciones internacionales y de los derechos humanos. Esos mismos que cualquier estado nacido del radicalismo y la dictadura pisotearían.

*Abogado, experto en finanzas

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