Extremadura desde el Foro

Santos que yo te pinte

Si algo ha demostrado Sánchez es la habilidad para romper las reglas del juego

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez

Alberto Hernández Lopo

Alberto Hernández Lopo

No son malos tiempos para ser cargo o mando del Partido Popular, teniendo en cuenta que el socialismo parece haber encontrado su mejor enemigo en otros socialistas. Eso sí, tienen que cumplir un requisito: estar cercanos o inmersos en la otrora respetable tercera edad. Desde de la «contención» que se ha pedido en algún caso, hasta la «deslealtad», «ir contra de las mayorías» o la calificación de Ábalos de «muy discutibles» se respira desde el partido una mezcla de lástima y desprecio hacia los históricos socialistas. Estos son calificativos -textuales- que han recibido Felipe González, Guerra o el expresidente extremeño Ibarra. No son los únicos desacreditados: ahora ni Leguina ni Paco Vázquez son (o merecen ser) socialistas.

Este argumento que los coloca dentro del grupo de aquellos de los que su tiempo ha pasado, pudiera hacernos entender que el socialismo no es una ideología ni un convencimiento, sino una moda. Una creencia que puede ser pasajera, o, cuando menos, modulable. Supongo que muchos dirán que hay que evolucionar, en lo cual no puedo sino coincidir. Se hace más complicado creer que ese progreso coloca fuera de juego a quienes fundamentaron la existencia misma del partido en democracia. Desde luego cambios en el santoral del PSOE está habiendo.

Las declaraciones de Rodríguez Ibarra, que nunca fue precisamente santo de mi devoción, son las propias de una figura que caciqueó regionalmente y que usaba su altisonancia como forma de traer la atención hacia Extremadura. Y, oiga, lo conseguía

Las declaraciones de Rodríguez Ibarra, que nunca fue precisamente santo de mi devoción, son las propias de una figura que caciqueó regionalmente y que usaba su altisonancia como forma de traer la atención hacia Extremadura. Y, oiga, lo conseguía. Lo de la «violación» de los derechos de los españoles seguramente es poco estético, una metáfora desacertada en un momento que exige ser literal hasta el exceso en las declaraciones públicas. La propia Real Academia incluye en esta acepción la de «infringir o quebrantar una ley, un tratado, un precepto, una promesa». Otra cosa es que consideremos que ahora se puede patrocinar el lenguaje y acotar las acepciones a lo que nosotros consideramos que puede ser y que el diccionario es, más o menos, una incómoda molestia.

Muchos de los mandos intermedios, y allegados, a los que han leído criticar a Ibarra en redes eran justamente los que aplaudían cualquier salida de tono y alentaban el bronco tono que le dio a la política extremeña en los noventa. Porque ese el sentido dentro del partido, y allegados,a día de hoy. No es solo en la política regional sino en la nacional. Todo está enfocado a un propósito: la investidura de Pedro Sánchez. Objetivo más que legítimo, pero en el que aparecen un par de piedras en su camino; especialmente una, que se requiere remover y exige defender lo que hace unos meses se despreciaba: la amnistía.

En «Ciudades invisibles», Italo Calvino aseguraba, a través de sus personajes que el infierno no es solo parte de una realidad religiosa, sino que está presente. Es el que formamos todos juntos, el que habitamos todos los días. La forma más sencilla de no sufrirlo es aceptarlo y «volverse parte de él hasta el punto de no verlo nunca más».

Imaginen que los separatistas catalanes estresan demasiado la negociación y sobrevaloran su capacidad de presión sobre el líder socialista. Visualicen a un presidente que decide romper con ellos con el pretexto de que «sería demasiado para la gobernabilidad de España». No sería la primera vez

Ahora imaginemos un escenario improbable, pero lejos de ser imposible. Si algo ha demostrado Pedro Sánchez es una colosal habilidad para romper las reglas del juego, ignorar anclajes propios y extraños y hacer estrategia de lo inaudito. Imaginen que los separatistas catalanes estresan demasiado la negociación y sobrevaloran su capacidad de presión sobre el líder socialista. Visualicen a un presidente que decide romper con ellos con el pretexto de que «sería demasiado para la gobernabilidad de España». No sería la primera vez, ni cuando citaba al insomnio como elemento clave eludir su primer pacto con Podemos, ni las ocasiones en que no ha tenido reparo «en cambiar de opinión».

En ese instante, camino de unas segundas llamadas a las urnas, su principal fundamento para mejorar resultados sería precisamente el haberse negado a ceder. No acordar un precio a pagar, tan de su manual de resistencia. Todos, todos, los exegetas y defensores de la amnistía y del asimetrismo (forma eufémica de la ruptura de la igualdad) que han proliferado en las últimas semanas se verían en la obligación de plegar velas y asumir la nueva posición de partido a una tremenda velocidad. No tengas dudas, lo harán. Porque no es tanto convencimiento como sumisión. Y se verán entonces de nuevo justo en la posición de los que antes negaban.

¿Cómo cantaban Los Planetas? Ah, sí. «Santos que yo te pinté, demonios se tienen que volver».

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