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Sean felices, si pueden

Francisco Rodríguez Criado

Francisco Rodríguez Criado

Pese a las bienintencionadas felicitaciones propias de esta época, repetidas hasta la saciedad, muchas personas no solo no consiguen ser felices durante estas fiestas navideñas, sino que las viven como un tormento. El ajetreo de las compras, los petardos, los regalos obligatorios, los compromisos sociales y laborales y las reuniones familiares son para una legión de hombres y mujeres un auténtico dolor de muelas.

Se entiende, pues, que para los menos afortunados, o los más tristes de espíritu, las Navidades son fechas señaladas en la peor acepción de la palabra, una suerte de intervención quirúrgica que conviene pasar cuanto antes para así comenzar el posoperatorio.

Durante mucho tiempo he creído que ser feliz no era tan complicado, y lo he creído incluso cuando era infeliz, asumiendo que la felicidad no era un obstáculo difícil de sortear, sino el resultado obligado de mis fallos de carácter. Así que cuando veo a tanta gente deprimida, porque es Navidad (o porque no lo es), siento la malsana sensación de venirme arriba, a sabiendas de que no soy el único para quien la vida se convierte en ocasiones en un calvario.

«La Navidad no es una fecha, es un estado de la mente», escribió la educadora y escritora norteamericana Mary Ellen Chase. Todo es un estado mental, bien mirado: la Navidad, el amor, la vida, la familia... Nosotros elegimos en cierta medida cuál es nuestra situación en el mundo.

A lo mejor tenía razón el filósofo Immanuel Kant cuando dijo que cuanto más nos ocupemos en ser felices, más lejos estaremos de conseguirlo. Quién sabe: quizá la felicidad consista en eso: en que te atropelle cuando menos lo esperes, como ese conductor que se salta un semáforo en rojo y arrolla cuanto tiene por delante.

Queridos lectores: sean como esos peatones despistados que van por la vida sin fijarse en nada, y dejen que la felicidad les atropelle. Les aseguro que hay cosas peores que ser feliz.