Opinión | Desde el umbral

Perderlo todo

Bomberos en una grúa sanean la fachada quemada en el edificio de Valencia.

Bomberos en una grúa sanean la fachada quemada en el edificio de Valencia.

Nadie querría verse en la piel de las familias que han perdido sus viviendas y todo sus objetos y enseres personales en la tragedia acontecida en la ciudad de Valencia. Una vivienda es mucho más que un espacio que se habita circunstancialmente. Una vivienda va convirtiéndose, con el tiempo, en un hogar. Cuando aterrizamos en ella, puede presentarse como un espacio frío y carente de alma. Pero, después, va adquiriendo valor, por lo que vivimos bajo su techo, por cómo vamos dotando de vida a los espacios, porque se van desparramando los recuerdos y por la memoria de la que se acaban impregnando los objetos y las estancias. Una vivienda puede ser un oasis, un refugio, un asilo, un cobijo, un lugar cálido y confortable y hasta una prisión, dependiendo de lo que acontezca entre sus paredes. Lo normal es que el hogar sea un lugar al que volver, aunque, también, es un espacio del que algunos huyen, con o sin razón. El caso es que los seres humanos no somos, a veces, conscientes de lo que tenemos hasta que no sufrimos su ausencia, o hasta que contemplamos a quienes no lo tienen o lo pierden en un abrir y cerrar de ojos. Porque damos por descontado que disponer de un techo bajo el que resguardarnos es algo básico. Y lo es. No cabe duda. Pero también deberíamos pararnos, de cuando en cuando, a dar gracias porque podemos gozar de lo básico, que, para no pocos, es algo extraordinario. Y no hablo de la propiedad de un inmueble, sino de la mera existencia de un lugar en el que poder habitar. Las víctimas del incendio de Valencia tendrán que empezar desde cero. Y ojalá cuenten con las Administraciones para ofrecerles apoyo, para brindarles los medios que necesiten y para velar porque los promotores inmobiliarios y los seguros cumplan con sus obligaciones y asuman responsabilidades. Pero los objetos de recuerdo de decenas de familias ya se han esfumado, y ahí no cabe restitución posible. Verdaderamente, lo han perdido todo, en cuanto a lo que a su patrimonio material se refiere y, también, en cuanto a aquello que evoca la memoria.

Los seres humanos no somos, a veces, conscientes de lo que tenemos hasta que no sufrimos su ausencia, o hasta que contemplamos a quienes no lo tienen o lo pierden en un abrir y cerrar de ojos. Porque damos por descontado que disponer de un techo bajo el que resguardarnos es algo básico

Pero conservan, afortunadamente, su vida y la de sus seres queridos. Esto, probablemente, no representará ningún consuelo para ellos ante una experiencia tan dramática. Pero, dado que ha habido víctimas mortales, no está de más el intento de cambio de enfoque. Porque ahí, en el cambio de enfoque, es dónde podrán hallar una brizna de esperanza, un rayo de luz y el impulso necesario para sobreponerse a la adversidad y continuar caminando sin caer en la depresión o sucumbir ante el desconsuelo. Esto es más sencillo verlo y decirlo desde fuera, cuando no lo estás padeciendo en primera persona, claro está. Porque, en la vida, cada ser humano sufre y se lamenta por lo que directamente le atañe o afecta. Es algo natural. Pero nunca está de más mirar alrededor, puesto que, al igual que hay gente a la que le va mejor y no tiene aparentes problemas de los que preocuparse, también la hay que sufre peores catástrofes, desdichas o tragedias que nosotros. Y esto no va de hallar alivio en el mal del otro, sino de reconocer la bendición que supone poder respirar, disponer de un horizonte, contemplar a alguien a quien amas y saberse querido. Frente a ciertas realidades, solo en un cierto ascetismo parece poder hallarse la paz interior, la serenidad y la armonía.

Suscríbete para seguir leyendo