Opinión | Espectráculos

De Prada

JUAN MANUEL DE PRADA, ESCRITOR NOVELISTA

JUAN MANUEL DE PRADA, ESCRITOR NOVELISTA

Últimamente, Don Benito está muy presente en los medios. Pero más allá del cura camello y su novio, de la alcaldesa y su consorte, y de otros personajes llamativos, esta localidad muestra una vida literaria que para sí quisiera Cáceres. En los últimos meses han pasado por allí poetas de la categoría de Santos Domínguez, Ada Salas o Luis Antonio de Villena, y anoche estuvo el novelista Juan Manuel de Prada, para recibir el VIII Premio Santiago Castelo a la trayectoria periodística, en una gala en la que actuó la cantante extremeña Elsa Tortonda.

Leí bastante a Prada allá por el siglo XX, 1998 o 1999, al principio de vivir en Cáceres. En el puesto de Vicente Libros, que daba a la Plaza Mayor un sabor literario que ha perdido, compré sus libros de relatos Coños y El silencio del patinador, y su magna novela Las máscaras del héroe, libros todos que tienen una frescura que luego perdió cuando alcanzó la fama, se convirtió al catolicismo extremo y empezó a colaborar en la prensa más rancia. Ello no quita que siga siendo uno de los mejores prosistas actuales en nuestra lengua y muestre un humor en su escritura distinto a su carácter en persona. Recuerdo que un amigo de Villanueva, Agustín, decía, después de verlo en aquellas tertulias sobre cine con José Luis Garci, que Prada «nació viejo»

La tempestad, novela con la que ganó el Premio Planeta, me decepcionó bastante, y no había vuelto a leer nada suyo hasta hace poco, que leí Me hallará la muerte, una novela de 2012 que me habían recomendado dos amigos muy distintos entre sí (Marco Antonio, de Cáceres, y Ángel, de Don Benito). Me gustó esa historia entre picaresca e idealista, entre el Madrid de la primera postguerra y la Rusia de la Segunda Guerra Mundial, pero me reafirmó en mi idea de que el primer Prada era el mejor.

Hay en Prada un amor a la literatura que inspira respeto, aunque molesten sus juicios algo perentorios descalificando a Bolaño, Foster Wallace, o al mismísimo Borges.

Hace poco leí su último libro, Raros como yo, que había recomendado, curiosamente, Ferrerasen Al rojo vivo, y que enlaza con otros libros parecidos de Prada, como Desgarrados y excéntricos o Una biblioteca en el oasis. En realidad son semblanzas de escritores poco conocidos que ya había ido publicando en el Abc, pero por mi parte no las conocía, ya que frecuento poco las páginas de ese diario. Es un libro ameno y recomendable, donde el autor muestra su amplísimo bagaje de lecturas y que reivindica a autores místicos y bohemios, del francés Léon Bloy («el peregrino del Absoluto», como se llamaba a sí mismo)o la brasileña Carolina Nabuco a los bohemios desastrados Pedro Luis de Gálvez o Armando Buscarini, que fueron ya protagonistas de Las máscaras del héroe, del pronazi Víctor de la Sernaal comunista Manuel D. Benavides, aunque quizás la semblanza más conmovedora sea la de Remigio González, ‘Adares’, anciano que ofrecía sus poemas a turistas y viandantes en Salamanca.

Prada dedica el ensayo más extenso al argentino Leonardo Castellani, jesuita expulsado de la orden por su catolicismo intransigente, y cierra el libro con nueve retratos de las que llama «rosas de Cataluña», escritoras olvidadas que descubrió mientras investigaba sobre Ana María Martínez Sagi, a la que ha dedicado sus mayores esfuerzos críticos. Hay en Prada un amor a la literatura que inspira respeto, aunque molesten sus juicios algo perentorios descalificando a Bolaño, Foster Wallace, o al mismísimo Borges.

Albert Caraco (un ‘raro’ que se le escapó a Prada) distinguía entre el escritor y el hombre de letras. Es difícil decidir a cuál de las dos especies pertenece Prada, pero me inclino a pensar que había en él un escritor al que sacrificó para vivir más cómodamente (el premio dombenitense se suma a una larga lista de galardones institucionales, normalmente de instituciones donde manda la derecha) y no acabar como los autores que lo fascinan, desde Bloy a Buscarini.

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